Información del libro

Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 66 de 69 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE SESENTA Y SEIS

VIVIMOS CONFORME A LA LEY DE VIDA
Y NOS MOVEMOS SEGÚN LA UNCIÓN

La Biblia revela que el propósito eterno de Dios consiste en obtener muchos hijos y hacer que todos ellos sean iguales a Él. Ya que Dios es divino y nosotros humanos, ¿cómo podemos llegar a ser los hijos divinos de Dios y ser iguales a Él tanto en vida como en naturaleza? A fin de obtener muchos hijos, Dios en el Hijo primeramente dio el paso de la encarnación. Por medio de la encarnación, Él se vistió de la naturaleza humana. Antes de la encarnación, Él poseía únicamente divinidad pero no humanidad. Sin embargo, al encarnarse, Él se vistió de la naturaleza humana, y así llegó a ser un hombre. Aunque se hizo hombre, Él seguía siendo Dios, pues no se despojó de la divinidad al hacerse hombre. Antes bien, Él vino a ser un Dios-hombre, que poseía tanto divinidad como humanidad. ¡Cuán maravilloso es que nuestro Dios, el Dios único, el Creador, se hiciera un hombre de carne y sangre! En cuanto a Su naturaleza humana se refiere, Él se hizo igual a nosotros. Él era un hombre auténtico de carne y hueso. Sin embargo, no debemos olvidar que este hombre, llamado Jesucristo, era también Dios. Él era el Dios verdadero y un hombre genuino. Antes de poder hacernos igual a Él, Él tuvo que hacerse igual a nosotros.

EL CRISTO RESUCITADO Y QUE MORA
EN NOSOTROS ES UN MISTERIO

Después de venir a ser un hombre en la carne con naturaleza humana, Cristo fue crucificado y sepultado, y después fue resucitado. En Su resurrección, Él dio un segundo paso: siendo el postrer Adán, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Esto es muy misterioso. El día de Su resurrección, el Señor se apareció ante Sus discípulos. Juan 20:19 dice: “Estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto de pie en medio, les dijo: Paz a vosotros”. Las puertas estaban cerradas, pero, para sorpresa de los discípulos, Jesús vino. Debido a que los discípulos se espantaron, pensando que veían un espíritu, el Señor Jesús les dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (Lc. 24:39). Ocho días después, dirigiéndose a Tomás, el Señor le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu mano, y métela en Mi costado [...] Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn. 20:27-28). Era como si el Señor les estuviera diciendo a los discípulos: “No penséis que Yo soy un espíritu. Yo estoy aquí, delante de vosotros, con un cuerpo de carne y hueso. Mirad, aún tengo las marcas de Mi crucifixión. Vosotros incluso podéis palpar las marcas de las heridas en Mis manos y en Mis pies”.

El Señor no era solamente el Espíritu, sino una Persona maravillosa con un cuerpo de carne y hueso, en el cual se podían ver las marcas de los clavos. Hoy en día nuestro maravilloso Cristo, además de ser el Espíritu vivificante, tiene un cuerpo de carne y hueso. Además, el Nuevo Testamento revela que este Cristo maravilloso está en nosotros (Col. 1:27; 2 Co. 13:5), y más específicamente, en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17). Así que, Cristo en resurrección aún posee un cuerpo de carne y hueso, y también está en nosotros. No podemos explicar cómo Él, siendo una persona de carne y hueso, puede estar en nosotros. Esto sobrepasa nuestro entendimiento. Sin embargo, aunque no seamos capaces de entender lo que Él es, sí podemos afirmar que Él es real y maravilloso.

El Nuevo Testamento nos revela que Cristo experimentó dos grandes cambios. Juan 1:14 dice: “El Verbo se hizo carne”, y 1 Corintios 15:45 dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Por medio de estos dos “se hizo”Cristo llegó a ser una Persona maravillosa. Él es el propio Dios, un hombre genuino y el Espíritu vivificante. Siendo el Hijo de Dios, Él se hizo hombre, y después que se hizo hombre, Él fue hecho el Espíritu vivificante, que se compone de divinidad y humanidad. En Él podemos ver al Dios verdadero y a un hombre genuino. Hoy este Dios-hombre es también el Espíritu vivificante. Si Él no fuera el Espíritu, jamás podría haber entrado en aquel aposento cerrado donde estaban reunidos Sus discípulos. Con todo, Él todavía posee un cuerpo de carne y hueso. No puedo explicar esto porque estoy limitado como ser humano, pero sí sé que Él vive en mí y ha hecho muchas cosas por mí. Incluso ahora mismo, Él vive en mí y sigue obrando a mi favor.


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