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Estudio-vida de 1, 2 y 3 Juan, Judaspor Witness Lee

ISBN: 0-7363-3089-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 33 de 49 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE 1 JUAN

MENSAJE TREINTA Y TRES

PROBAR LOS ESPÍRITUS

(2)

Lectura bíblica: 1 Jn. 4:1-6

DIFERENTES ENSEÑANZAS Y DIFERENTES ESPÍRITUS

En 1 Juan 4:1 Juan dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. Este versículo nos dice claramente que debemos probar, discernir, los espíritus. No debemos pensar que una enseñanza en particular simplemente proviene de la persona que la enseña. No; toda enseñanza, sea correcta o incorrecta, proviene de un espíritu. Así como hay diferentes enseñanzas, hay también diferentes espíritus. Por consiguiente, debemos probar los espíritus para saber si su fuente es Dios, es decir, si son de Dios. En el versículo 2 Juan dice que todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Pero en el versículo 3 él dice que todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que éste es el espíritu del anticristo.

Las expresiones todo espíritu, que aparece en los versículos 2 y 3, y los espíritus, que aparece en el versículo 1, se refieren a los espíritus de los profetas (1 Co. 14:32), los cuales son motivados por el Espíritu de verdad, o a los espíritus de los falsos profetas, los cuales son activados por el espíritu de engaño. Todo profeta, sea verdadero o falso, posee su propio espíritu. Cuando un profeta auténtico habla, su espíritu es motivado por el Espíritu de Dios; pero cuando un profeta falso habla, su espíritu es activado por otro espíritu, por un espíritu de engaño. Por lo tanto, es necesario discernir los espíritus, probándolos para ver si son de Dios.

No debemos pensar que las enseñanzas proceden simplemente de la mente o de la boca. El espíritu del que habla o enseña es motivado por el Espíritu de Dios o activado por un espíritu de engaño. Esto significa que la exposición de cualquier clase de doctrina siempre proviene de cierta clase de espíritu, ya sea del espíritu de un profeta genuino motivado por el Espíritu de Dios o del espíritu de un falso profeta activado por un espíritu maligno.

CONFESAR QUE JESUCRISTO HA VENIDO EN CARNE

Según 4:2, al discernir los espíritus debemos fijarnos si un espíritu confiesa o no que Jesucristo ha venido en carne. Ya que el espíritu de un profeta genuino es motivado por el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, este espíritu confesará la concepción divina de Jesús y afirmará que Él nació como Hijo de Dios. Todo espíritu que obre así sin duda es de Dios.

La palabra carne mencionada en 4:2 es muy importante. Como seres humanos, todos nacimos de la carne para ser carne (Jn. 3:6a). Por lo tanto, todo ser humano es carne. Confesar que Jesucristo vino en carne es confesar que Él fue divinamente concebido para nacer como Hijo de Dios (Lc. 1:31-35). ¡Esto es maravilloso! Cristo es el Dios encarnado que se hizo hombre por medio de una concepción santa. Él no tuvo un padre humano, pues Él fue concebido por el Espíritu Santo. Su concepción es santa porque fue efectuada por el Espíritu Santo. Con todo, aunque Él fue concebido por el Espíritu Santo, la concepción ocurrió en el vientre de una virgen. Por lo tanto, Él, el propio Dios, se hizo un hombre en la carne. Contrario a la falsa enseñanza de los docetas, Su cuerpo no era un fantasma; antes bien, Él tenía un cuerpo genuino, un cuerpo físico que poseía una sustancia sólida. Así, pues, Él fue concebido por el Espíritu Santo, se hizo carne y nació de la virgen María. Puesto que fue concebido por el Espíritu para nacer en la carne, el Espíritu jamás negaría que Él vino en carne mediante una concepción divina.

Todo aquel que niega que Jesucristo ha venido en carne, niega que Él fue concebido por el Espíritu Santo. Además, todo aquel que niega que Jesucristo vino en carne, niega Su humanidad y Su vivir humano. Tal persona niega también la obra redentora de Cristo. Si Cristo no se hubiera hecho un hombre genuino, no habría tenido sangre humana que derramar por la redención de los seres humanos. Si Él no se hubiera hecho carne por medio de la concepción efectuada por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, jamás habría podido ser nuestro Sustituto y ser crucificado para sobrellevar nuestro juicio ante Dios. Por lo tanto, negar que Jesucristo ha venido en carne es negar Su santa concepción, Su encarnación, Su nacimiento, Su humanidad, Su vivir humano y también Su obra redentora. El Nuevo Testamento deja muy claro que Cristo efectuó la obra redentora en Su cuerpo humano y mediante el derramamiento de Su sangre.

Todo aquel que niega la encarnación de Cristo y, por ende, niega Su obra de redención, niega también la resurrección de Cristo. Si Cristo nunca hubiese pasado por la muerte, le habría sido imposible entrar en la resurrección.

Negar que Jesucristo ha venido en carne constituye una gran herejía. Esta enseñanza herética hace que nos sea imposible disfrutar la Trinidad. Según la revelación de la Trinidad en el Nuevo Testamento, el Hijo vino en carne con el Padre y en el nombre del Padre. El Hijo fue crucificado, y en resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante. Por lo tanto, tenemos al Espíritu como la realidad del Hijo con el Padre. Esto incluye la encarnación, el vivir humano, la redención mediante el derramamiento de sangre humana, la muerte en un cuerpo humano, la sepultura y la resurrección. Todos éstos son componentes, constituyentes, del disfrute que tenemos del Dios Triuno. Si alguno niega la encarnación de Cristo, el tal niega el nacimiento santo de Cristo, Su humanidad, Su vivir humano, la redención que Él efectuó mediante Su crucifixión, y Su resurrección. Esto anula por completo todo disfrute que podamos tener de la genuina Trinidad. Puesto que Juan conocía la seriedad de este asunto, incluyó 4:1-6 en su epístola a fin de advertir a los creyentes sobre la necesidad de probar los espíritus.


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