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Estudio-vida de Génesispor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1420-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 87 de 120 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE OCHENTA Y SIETE

TRANSFORMADO

(8)

Ya vimos que Jacob erigió una columna dos veces en Bet-el (28:18, 22; 35:14). El no sólo levantó una columna, sino que la llamó “la casa de Dios”. Hemos reiterado varias veces que casi todo lo que menciona el libro de Génesis es una semilla de una verdad que se desarrolla en los siguientes libros de la Biblia. Conocer este principio es fundamental para comprender el libro de Génesis. Si queremos entender dicho libro, debemos seguir el desarrollo de los elementos que contiene, en los siguientes libros de la Biblia hasta que llegan a su consumación en el libro de Apocalipsis. En los mensajes anteriores, examinamos el desarrollo de la columna en 1 Reyes, 2 Crónicas y Jeremías. Ahora veremos su desarrollo en el Nuevo Testamento, donde encontramos descripciones explícitas acerca de los tres aspectos de las columnas: los apóstoles como columnas de la iglesia, la iglesia en conjunto como columna, y los vencedores como columnas de la Nueva Jerusalén.

(c) En relación con la edificación de la iglesia

aa. Los apóstoles son las columnas de la iglesia

Gálatas 2:9 afirma que Jacobo, Cefas y Juan eran considerados columnas. Aquí Pedro es llamado Cefas. Sabemos que Cefas era Pedro y que Pedro era Cefas. Al usar el nombre Cefas en este versículo, la Biblia nos recuerda el cambio de nombre de Pedro. Cuando Pedro vino al Señor por primera vez, éste le cambió el nombre, de Simón por Cefas, que significa piedra (Jn. 1:42). Indudablemente, este cambio de nombre indicaba que la intención del Señor era transformarle en una piedra para el edificio de Dios. Estamos acostumbrados a leer a Pedro y a Juan, pero en Gálatas 2:9 Pablo habla a propósito de Cefas y de Juan para mostrarnos que si deseamos ser columnas, debemos ser transformados. El Simón natural debe ser transformado en Cefas, una piedra.

Examinemos ahora la manera en que un hombre natural puede convertirse en columna de la iglesia. Esto puede realizarse solamente por la transformación. Según el Nuevo Testamento, la transformación depende de la regeneración. Por la regeneración, se pone una nueva vida dentro de nosotros. Esta vida nos transformará. Por nuestro nacimiento natural, heredamos una vida natural, vieja y pecaminosa. Esta vida es totalmente inútil para hacernos columnas. Pero gracias a Dios, la regeneración nos imparte una vida distinta a nuestra vida natural. Esta nueva vida es la vida divina, la vida misma de Dios. En el evangelio de Juan, esta vida es llamada la vida eterna (Jn. 3:16). La vida eterna sembrada dentro de nosotros en el momento de nuestra regeneración es la semilla de la transformación. ¡Aleluya, todos los regenerados han recibido la vida divina! Todos tenemos esta simiente de transformación. Si bien es cierto que muchos cristianos prestan mucha atención a la regeneración, son pocos los que se fijan en la transformación. Pocos cristianos han oído alguna vez un mensaje acerca de la transformación, y es posible que algunos entre nosotros jamás hayan orado por su propia transformación. Les exhorto a orar por su transformación. Anteriormente, necesitábamos ser regenerados; ahora necesitamos ser transformados.

El ser humano consta de tres partes: el espíritu, el alma y el cuerpo (1 Ts. 5:23). Cuando creímos en el Señor Jesús, invocamos Su nombre, aplicamos Su sangre y lo recibimos como nuestro redentor y nuestra vida, el Espíritu divino, como Espíritu de vida, entró en nuestro espíritu. Como resultado fuimos regenerados y recibimos la vida divina, la cual fue sembrada en lo profundo de nuestro ser como la semilla de la transformación. Ahora bien, ¿qué diremos de nuestra alma, la cual se compone de la mente, la voluntad y la parte afectiva? Tenemos la vida divina en nuestro espíritu; aún así, nuestra mente debe ser transformada. Romanos 12:2 lo comprueba: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. La transformación se produce mediante la renovación de nuestra mente, nuestra parte afectiva y nuestra voluntad. Estas partes internas fundamentales de nuestro ser necesitan ser transformadas. Este proceso hará de nosotros piedras para el edificio de Dios.

Mediante la regeneración y la transformación nos convertimos en piedras útiles para el edificio de Dios. Hoy en día, el edificio de Dios es la iglesia, Su casa, Su templo. En 1 Pedro 2:4 y 5 se revela que Cristo es la piedra viva, y cuando los regenerados llegamos a El, también nos convertimos en piedras vivas que constituyen una casa espiritual, la cual es la iglesia, el templo de Dios. Hoy en día, el edificio de Dios es la iglesia, pero en el futuro, será la Nueva Jerusalén. Si leemos Apocalipsis 21 detenidamente, veremos que la Nueva Jerusalén será el agrandamiento del templo de Dios. Ahora el templo de Dios es una casa; pero en la eternidad dicho templo será una ciudad, la cual por supuesto es mucho más grande que una casa. La Nueva Jerusalén será construida con piedras preciosas (Ap. 21:18-20); en ella no habrá ni polvo, ni barro, ni madera. Nuestro destino es llegar a ser piedras preciosas con las cuales se edifica la Nueva Jerusalén.

Ahora llegamos a un asunto crucial: ¿cómo puede el barro ser transformado en piedra? Nosotros fuimos hechos de barro (2:7; Ro. 9:21, 23), pero el Nuevo Testamento revela que somos piedras. Parece que hubiera en ello una contradicción. Desde la perspectiva natural, somos barro, pero desde la perspectiva espiritual y de transformación, somos piedras. Ahora bien, ¿cómo puede producirse la transformación del barro en piedra? La transformación consiste en que Cristo se añade a nuestro ser. Ser transformado no es solamente la impartición de Cristo en nuestro espíritu, sino Su extensión de nuestro espíritu a todos los rincones de nuestro ser. Son muy pocos los cristianos que han visto eso.

Hace poco me hablaron de un grupo de cristianos que afirma que Cristo solamente está en el tercer cielo y no en nosotros. La Biblia revela, y nosotros así lo predicamos, que Cristo ahora está en el tercer cielo a la diestra de Dios. Con todo, El también está en nosotros. Ambos aspectos se mencionan en Romanos 8. Romanos 8:34 afirma que Cristo está a la diestra de Dios, y Romanos 8:10 declara que Cristo está en nosotros. Por consiguiente, Cristo está en los cielos y también en nosotros. No obstante, esos cristianos preguntan: “¿No resucitó Cristo con un cuerpo de carne y hueso? Puesto que Cristo resucitó con un cuerpo de carne y hueso, ¿cómo podría entrar en nosotros?” Según la Biblia, creemos firmemente que Cristo resucitó físicamente con un cuerpo de carne y hueso (Lc. 24:39). Pero note que el día de resurrección, el Cristo que resucitó con un cuerpo de carne y hueso entró en un cuarto cerrado (Jn. 20:19-20). ¿Cómo pudo El entrar en ese cuarto? Indudablemente no se apareció como un fantasma (Lc. 24:37, 39). Debemos confesar reverentemente que no podemos explicarlo.

Dice en Colosenses 1:27: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Cristo resucitó con un cuerpo de carne y hueso, pero en la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como tal, El está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Además, Cristo crece y aumenta en nosotros. Cuanto más se nos añade Cristo, más somos transformados de barro en piedra. Dudo que las personas que se rehusan a reconocer que Cristo está en ellas puedan ser transformadas. Sin lugar a dudas, no podrían dar un mensaje sobre la transformación. Pero a nosotros no nos interesan simplemente los mensajes; nos interesa la transformación. Debemos ser transformados, y la transformación es posible solamente al impartirse Cristo en nosotros diariamente. Cada mañana debemos obtener más de Cristo. Necesitamos que Cristo sea añadido continuamente a nuestro ser.

Considere el caso de Pedro, un pescador galileo. Pedro era tosco, inculto y temperamental. El era rápido para hablar, para actuar y para cometer errores. Pedro también tenía la cualidad de ser rápido para arrepentirse, para devolverse. El Pedro de los evangelios fue transformado en otra persona, llamada Cefas en las epístolas. Podemos tomar como ejemplo la respuesta lenta de Pedro a la visión que recibió en Hechos 10:9-16. Existe una marcada diferencia entre el Pedro lento de Hechos 10 y el Pedro rápido de los evangelios. Además, las dos epístolas de Pedro revelan que él se había convertido en una persona prudente. Así vemos que su disposición había cambiado y que su ser había sido transformado. El se había convertido en una nueva persona. Lo que dijo acerca de Pablo (2 P. 3:15-16) demuestra que había sido transformado y era otro.

Recuerden el día en que Pablo reprendió a Pedro cara a cara (Gá. 2:11). Si unimos Gálatas 2 con 2 Pedro 3, vemos que el Pedro que fue reprendido por Pablo elogió a éste y recomendó sus escritos. En la mayoría de los casos de hoy, si un hermano reprende a otro, el que recibe la reprensión no olvida que dicho hermano lo regañó. Como esto es lo que sucede normalmente, un hermano reprende a otro en muy pocas ocasiones. En el cristianismo actual, raras veces oímos de reprensiones; por el contrario, oímos conversaciones diplomáticas. Algunos pueden alabar a otros cara a cara, pero los critican a sus espaldas. Esta es la diplomacia que se practica en el cristianismo actual. La mayoría de los cristianos son diplomáticos. Pablo no era diplomático; él reprendía de manera franca y directa. Inclusive reprendió a Pedro cara a cara. En nuestro concepto, Pedro debió haber dicho: “¿Quién te crees tú? Cuando yo era el apóstol que tenía el liderazgo, tú todavía eras un jovencito que perseguía a la iglesia. Eres un recién llegado, y ni estás capacitado ni tienes la posición para reprenderme”. Sin embargo, Pedro no reaccionó así. En 2 Pedro 3, él reconoció que era inferior a Pablo en los escritos acerca de la economía de Dios. Reconoció que algunas cosas que Pablo dijo eran profundas y difíciles de entender. Esta actitud indica que Pedro ya no era natural, y que había sido transformado en otra persona. Espero que en algunos años, muchos de ustedes hayan sido transformados, al punto de ser honestos, francos y directos al reprender a los demás, y que aquellos que sean reprendidos hayan sido transformados al grado de recibir la reprimenda. Al leer el Nuevo Testamento, vemos claramente que Pedro fue transformado en Cefas, una de las columnas de la iglesia. Pedro, quien era una piedra viva, dijo que nosotros también somos piedras vivas. Esto significa que para ser columnas, debemos ser transformados al añadirse Cristo a nosotros.


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