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Estudio-vida de Lucaspor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1203-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 66 de 79 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE LUCAS

MENSAJE SESENTA Y SEIS

EL JUBILEO

(3)

Lectura bíblica: Lv. 25:9-13, 39-41, 54; Sal. 16:5; 90:1; Ef. 2:12; Hch. 26:18; Ef. 1:14; Col. 1:12; Lc. 15:12-23; Ro. 7:14b; Jn. 8:34, 36; Ro. 6:6-7; 8:2; Gá. 5:1

En este mensaje pasaremos de la definición del jubileo tratada en los dos mensajes anteriores a las bendiciones del jubileo. La definición del jubileo nos ayuda a entenderlo, pero las bendiciones del jubileo no se dan para nuestro entendimiento sino para nuestro disfrute. Además de entender el jubileo, debemos disfrutarlo. Ciertamente necesitamos las bendiciones del jubileo.

En realidad, predicar el evangelio es anunciar, declarar, el jubileo. En la predicación del evangelio, proclamamos noticias de gozo, las buenas nuevas, de que podemos regresar a nuestra posesión, la cual se perdió, y de que podemos ser liberados de la esclavitud, del cautiverio. Cuando predicamos el evangelio, debemos proclamar el jubileo, es decir, necesitamos proclamar que volvimos a la posesión perdida y que hemos sido librados del cautiverio.

Conforme al tipo presentado en Levítico 25, el jubileo tiene dos bendiciones principales, las cuales son, a saber: hemos regresado a la posesión perdida y hemos sido librados de la esclavitud.

EL JUBILEO, SEGUN SE MUESTRA
EN LA PARABOLA DEL HIJO PRODIGO

En los mensajes anteriores indicamos que aunque somos hombre creados por Dios, perdimos a Dios como nuestra verdadera posesión. Para ser más exactos, en realidad no perdimos nuestra posesión, sino que la dejamos. La parábola del hijo pródigo muestra este hecho. Cuando el hijo pródigo dejó la casa de su padre, también dejó su herencia. De la misma manera, cuando dejamos a Dios, abandonamos nuestra verdadera posesión. Por lo tanto, en el jubileo no se nos devuelve nuestra posesión, más bien, nosotros volvemos a la posesión que dejamos. Volver a nuestra posesión es la primera bendición del jubileo.

Además de perder nuestra posesión, también nos perdimos a nosotros mismos al vendernos a la esclavitud. Por consiguiente, necesitamos ser librados. Esta es la segunda bendición del jubileo. Si usted lee cuidadosamente Levítico 25, verá que por un lado, uno vuelve a su posesión, y por otro, uno vuelve a su familia.

Todos nosotros éramos una vez pródigos que nos alejamos del Padre y de Su casa. Como tales, dejamos nuestra herencia. Por lo tanto, fue necesario que volviéramos a Dios y a Su casa. Esto es el jubileo, según se muestra en la parábola del hijo pródigo en Lucas 15.

El jubileo neotestamentario fue proclamado por el Señor Jesús en Lucas 4:18 y 19. El tocó la trompeta del jubileo neotestamentario cuando declaró: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres; me ha enviado a proclamar a los cautivos libertad, y a los ciegos recobro de la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año agradable del Señor”. Después de que se proclamó el jubileo, muchos lo experimentaron, y sus historias se narran en el Evangelio de Lucas. Así que todos estos casos muestran el jubileo neotestamentario.

Entre los numerosos ejemplos del jubileo mencionados en el Evangelio de Lucas, el caso del hijo pródigo que vuelve a su padre, a la casa de éste y a su herencia es el mejor. Después de que el pródigo se gastó todo, vino una gran hambre, y el hijo pródigo comenzó a padecer necesidad (Lc. 15:14). Entonces “fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a sus campos para que apacentase cerdos. Y ansiaba llenarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba” (vs. 15-16). Volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (vs. 17-19). Aquí vemos que el pródigo, por su propio esfuerzo, quería ser como los que sembraban, segaban y vendimiaban (las cosas que estaban prohibidas en el año del jubileo). Tenía la intención de decir a su padre que puesto que ya no era digno de ser hijo, le gustaría trabajar como uno de los jornaleros. Sin embargo, conforme al tipo presentado en Levítico 25, no se sembraba, ni se segaba ni se vendimiaba en el año del jubileo. Durante ese año no se debía laborar la tierra. Por lo tanto, el hijo pródigo no debía volver al padre para ser un jornalero, sino para disfrutar de su posesión.

Cuando el hijo pródigo volvió, comenzó a decir: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v. 21). El padre, no teniendo oídos para escuchar una conversación tan absurda, le interrumpió y dijo a sus esclavos: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y sandalias en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (vs. 22-23). ¿Sabe usted lo que representa el becerro gordo? El becerro gordo representa al rico Cristo, quien es nuestra herencia. Tal como se dice en Colosenses 1:12, éste es Cristo como la porción de los santos. Después de que el hijo pródigo regresó, él, su padre y los que estaban en la casa empezaron a disfrutar de la herencia. En el caso del hijo pródigo vemos claramente representado el jubileo neotestamentario. Una conversión genuina debe ser como la del hijo pródigo mostrado en esta parábola.

Hemos indicado que la primera bendición del jubileo consisten en que volvemos a nuestra posesión perdida. En el jubileo, aquellos que pierden su herencia vuelven a su posesión. Esto está tipificado en Levítico 25:9-13.

La primera y principal bendición del jubileo neotestamentario es volver a la posesión que habíamos dejado. Esta posesión no era algo material, sino una persona: Dios mismo.


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