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Estudio-vida de Númerospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6614-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 16 de 53 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE NÚMEROS

MENSAJE DIECISÉIS

SUS JORNADAS

(1)

Lectura bíblica: Nm. 9:15—10:10

Después que los hijos de Israel conformaron un ejército, estaban listos para proseguir en sus jornadas a fin de combatir por Dios con miras a que Él pudiese conquistar el terreno necesario aquí en la tierra sobre el cual edificar Su reino con Su casa. Este mover no dependía de ellos, sino que se realizaba íntegramente según el guiar provisto por el Señor. Ellos no partían en el momento que quisieran, sino cuando el Señor los guiaba. En este mensaje comenzaremos a considerar las jornadas que hizo del pueblo de Dios.

I. SON GUIADOS

Los hijos de Israel partían conforme al guiar del Señor (9:15—10:10). Los impíos, los que no tienen a Dios ni al Señor, no tienen nada que los guíe. Aunque la gente del mundo está muy ocupada, no tiene a nadie que la guíe. Sin embargo, el pueblo de Dios tiene un guía, y este guía es Dios mismo.

A. Por la nube

Los hijos de Israel partían conforme la nube los guiaba (9:15-23). Cuando Dios vino para ser nuestro Redentor, Él vino en tipo como un cordero. El Señor Jesús es el Cordero de Dios que quita nuestros pecados (Jn. 1:29). No obstante, cuando Dios vino para ser nuestro guía, Él vino como la nube. El guiar provisto en forma de nube es Dios consumado como Espíritu.

Una nube tiene mucho que ver con la tierra, pero no pertenece a la tierra sino a los cielos. Asimismo, una nube está estrechamente relacionada con la lluvia y prácticamente es lo mismo que la lluvia. A menudo una nube se convierte en lluvia. Cuando llueve, algo que es de los cielos llega a la tierra, lo cual beneficia a la gente de la tierra.

Zacarías 12:1 dice que Dios extendió los cielos, puso los cimientos de la tierra y formó el espíritu del hombre dentro de él. Podríamos decir que los cielos fueron hechos para la tierra, que la tierra fue hecha para el hombre, y que el hombre, con su espíritu, fue hecho para Dios. ¿En qué sentido los cielos fueron hechos para la tierra? Cuando la lluvia desciende del cielo, esta lluvia es para la tierra. La tierra recibe la lluvia procedente del cielo. La tierra, a su vez, fue hecha para el hombre porque la tierra, al recibir la lluvia, produce todo tipo de comida y productos alimenticios. El hombre debe ejercitar su espíritu a fin de vivir para Dios. Éste es un cuadro sencillo que nos muestra lo referente al hombre sobre la tierra.

La historia de la civilización humana muestra que el hombre normalmente “ha seguido la nube” y se ha asentado en los lugares donde hay agua. Por lo general, el hombre no vive en lugares secos, sino cerca de ríos, mares y océanos. Debido a esto, el hombre tiene que seguir la nube. Si la gente no quiere debilitarse y morir de sed, debe ir donde haya agua.

En tipología, la nube de los cielos representa a Dios en el sentido de Su presencia. Cuando la nube se hallaba con el pueblo de Dios en cierto lugar, la presencia de Dios estaba con Su pueblo. Cuando ellos miraban la nube, sabían que Dios estaba con ellos. Cuando la nube, la presencia de Dios, permanecía en cierto lugar, los hijos de Israel se quedaban donde estaban; pero cuando la nube se movía, ello era una señal de que Dios estaba listo para partir y que el pueblo también debía prepararse para partir con Él. Por tanto, cuando la nube se movía, Israel partía, y cuando la nube se detenía, Israel se detenía. Esto nos muestra que el guiar era Dios mismo en la forma de una nube.

Ahora debemos considerar cómo aplicar a nuestra experiencia actual el guiar provisto por Dios mediante la nube. Los cristianos siempre deben seguir al Espíritu. Sin embargo, aunque la nube en el Antiguo Testamento era visible, el Espíritu es totalmente invisible. Además, la nube era en cierto modo concreta, mientras que el Espíritu es totalmente abstracto. Los hijos de Israel podían ver la nube, pero nosotros no podemos ver al Espíritu. ¿Cómo, pues, podemos saber que Dios está con nosotros? ¿Cuál es la señal de la presencia de Dios? Con respecto a estas preguntas, debemos aprender una lección de nuestros antepasados: ir a donde hay agua.

El agua se encuentra donde hay lluvia, y la lluvia desciende de la nube. En cierto sentido, la lluvia es la nube en otra forma. La nube y la lluvia son lo mismo en sustancia. En esencia la nube y la lluvia son lo mismo. La nube se convierte en lluvia, y cuando la lluvia desciende, tenemos agua. Por consiguiente, podemos decir que la nube, la lluvia y el agua son “tres en uno”.

Hoy no podemos ver al Espíritu, pero sí podemos ver lo que proviene del Espíritu. Lo que proviene es esa sensación interna de ser refrescados. Sin embargo, a menudo en nuestro andar tenemos la profunda sensación de que estamos secos. Cuando nos sentimos secos, no debiéramos proseguir, pero tampoco debiéramos quedarnos donde estamos. Esta sensación de sequedad es una clara señal de que estamos mal con Dios, ya sea en nuestra posición o debido a otros asuntos. Por tanto, debemos orar, no de manera general sino haciendo una confesión. Muchas veces no sabemos en qué estamos mal. Puesto que la sensación de sequedad es una señal de que estamos mal y puesto que no sabemos en qué estamos mal —y por ende, no sabemos qué confesar—, debemos andar a tientas. Al andar a tientas, podemos confesar desde diferentes ángulos con respecto a nuestros errores, deficiencias, malas acciones, defectos e incluso en cuanto a nuestras actividades carnales y deseos lujuriosos. Tal vez necesitemos hacer nuestra confesión desde muchos ángulos. Debemos confesar andando a tientas hasta que en nuestra oración sintamos que nos hemos “topado” con algo, y aparezca la nube. Entonces conoceremos el guiar del Señor.

Hoy en día la presencia del Espíritu es totalmente invisible y abstracta, y tiene que ver completamente con nuestra situación delante de Dios, especialmente en nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu anda mal, debemos acudir a Dios para que nuestro espíritu sea calibrado. Tal vez no podamos calibrar nuestro espíritu en nuestra vigilia matutina de escasos diez minutos. Quizás se requiera más de media hora para calibrar nuestro espíritu plenamente. Si estamos mal en algo y si el Señor se ha propuesto enseñarnos Su camino, quizás Él no nos muestre tan rápidamente en qué estamos mal. En vez de ello, es posible que nos permita estar perplejos por un buen tiempo, incluso por varios días. Durante ese tiempo, tal vez tengamos que andar a tientas en nuestra oración, con la sensación de no saber adonde nos dirigimos. Puesto que el Señor quiere que aprendamos una profunda lección, Él nos entrenará durante esos días de perplejidad, en los que sentimos que andamos a tientas. Luego, quizás después de unos días llegaremos adonde el Señor quiere que estemos; allí tocaremos la lluvia o veremos la nube. Es así como aprendemos.

Debemos tener presente que el guiar provisto por Dios es, de hecho, Él mismo en Su presencia con nosotros. En tiempos antiguos, la dirección del Señor se presentaba en la forma de una nube. Hoy en día no tenemos la nube; en vez de ello, tenemos al Espíritu dentro de nosotros.


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