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Estudio-vida de Apocalipsispor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1446-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 64 de 68 Sección 1 de 2

ESTUDIO-VIDA DE APOCALIPSIS

MENSAJE SESENTA Y CUATRO

LA NUEVA JERUSALEN
(6)

XIV. SU TEMPLO

En mensajes anteriores examinamos la ciudad misma, sus fundamentos, el muro, las puertas y la calle. Ahora llegamos al templo, un tema lleno de significado en la Biblia.

A. El Señor Dios Todopoderoso y el Cordero.

Apocalipsis 21:22 dice: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella”. Este versículo expresa claramente que en la Nueva Jerusalén no habrá templo. El Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo. En el Antiguo Testamento el tabernáculo de Dios fue el precursor del templo. La Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios (v. 3) y será el templo de Dios. Esto indica que en el cielo nuevo y la tierra nueva, el templo de Dios será ensanchado hasta convertirse en una ciudad. La equivalencia de las tres dimensiones de la ciudad (v. 16) indica que toda la ciudad será el Lugar Santísimo, el templo interior. De manera que no habrá templo en ella.

En el versículo 22 la palabra griega naos significa templo, refiriéndose al templo interior, el Lugar Santísimo, no al templo en general, que incluiría el lugar santo. El templo interior es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero, lo cual significa que Dios y el Cordero son el lugar donde servimos a Dios. La ciudad santa como tabernáculo de Dios es el lugar donde Dios habita; nosotros habitamos en Dios y el Cordero como templo. En el cielo nuevo y la tierra nueva, la Nueva Jerusalén será un lugar donde Dios y el hombre morarán por la eternidad.

La Nueva Jerusalén en su totalidad es el Lugar Santísimo, y Dios y el Cordero son el templo de esta ciudad. Si unimos estas dos afirmaciones, nos daremos cuenta de que esta ciudad es Dios y el Cordero. Debido a que la ciudad entera es el Lugar Santísimo y a que el templo interior es Dios y el Cordero, la ciudad entera es Dios y el Cordero.

Más aún, la ciudad en su totalidad es llamada el tabernáculo (v. 3). Así como un muchacho es el antecesor de un hombre, de igual manera el tabernáculo es el antecesor del templo. Antes de aparecer el templo, está el tabernáculo. Pero cuando el tabernáculo llega a su plenitud, se convierte en el templo. Por consiguiente, debemos tener presente tres cosas: que la ciudad entera es el Lugar Santísimo; que el templo es Dios mismo y el Cordero; y que la ciudad en su totalidad es el tabernáculo. Cuando juntamos todos estos aspectos, vemos al propio Dios como la ciudad, la Nueva Jerusalén en su totalidad.

Sin embargo, como ya hicimos notar, la ciudad entera, la Nueva Jerusalén, también es una composición viva de todos los redimidos de Dios. Por un lado, Dios es la ciudad, y por otro, la ciudad es una composición viva de los redimidos. Si esto es difícil de entender con la mente natural, permítanme hacer esta pregunta: ¿No decimos que la iglesia hoy es Cristo, y no decimos además que está compuesta de todos los creyentes? En un sentido la iglesia se compone de todos los creyentes, pero en otro, Cristo es tanto la Cabeza como el Cuerpo. Por lo tanto, tenemos la expresión, el Cristo corporativo. En 1 Corintios 12:12 se indica que Cristo no es solamente la Cabeza, sino también el Cuerpo: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. El mismo principio se aplica tanto a la iglesia como a la Nueva Jerusalén.

La iglesia es el ensanchamiento de Cristo. Cristo mismo es el Cristo individual, pero la iglesia es el Cristo corporativo, el Cristo agrandado y extendido. En consecuencia, la iglesia es la extensión de Cristo, Su agrandamiento. Del mismo modo, la Nueva Jerusalén es el ensanchamiento y la extensión del Dios Triuno.

Muchas personas religiosas no están de acuerdo con esta declaración, debido a que no lo han experimentado. Algunos nos calumnian diciendo que nosotros enseñamos que podemos evolucionar hasta llegar a ser Dios. Aunque repudiamos esta falsa acusación, sí afirmamos que somos la extensión y el agrandamiento de Dios. Después de que quienes se oponen y nos critican hoy sean perfeccionados, posiblemente nos digan: “Hermano Lee, usted tenía razón. Le ofrecemos disculpas por habernos opuesto a usted. Cuando estábamos en la dispensación de la gracia, no teníamos esta experiencia. Por esta razón fuimos insensatos y nos opusimos a usted. Ya fuimos juzgados durante la dispensación del reino y hemos sido perfeccionados. Ahora que estamos juntos por toda la eternidad, queremos reconciliarnos con usted y pedirle que nos perdone”. Si algunos dicen esto, les diré que ya les perdoné en la dispensación de la gracia. Tarde o temprano en esta era, en la próxima era o en la eternidad, los que se oponen a nosotros tendrán que admitir que la revelación máxima de la Biblia es la Nueva Jerusalén como agrandamiento de Dios.

La Nueva Jerusalén es el tabernáculo y el templo. Esto significa que no sólo será el agrandamiento de Dios, el templo, sino también el tabernáculo, Dios y el Cordero, quien abriga a Sus redimidos consigo mismo como tabernáculo. En Apocalipsis 7:15, hablando de la gran multitud que sirve a Dios en el templo celestial, se afirma: “Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en Su templo; y Aquel que está sentado sobre el trono extenderá Su tabernáculo sobre ellos”. Dios protegerá a Sus redimidos extendiéndose sobre ellos. En Salmos 90:1 Moisés dice: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación”. Moisés sabía que Dios mismo es nuestro refugio o morada eterna. El salmo 90 es una profecía que afirma esto. No me interesa vivir en una mansión celestial; prefiero habitar en Dios, en el ensanchamiento de Dios. Nuestra mente natural nunca piensa que nosotros podamos morar en Dios. Sin embargo, la ciudad misma, la Nueva Jerusalén, será Dios mismo como nuestra morada. La extensión y el agrandamiento de Dios serán nuestra ciudad eterna, y en El habitaremos por la eternidad. Todos los redimidos serviremos y habitaremos en Dios y el Cordero como templo.

Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el tabernáculo fue el predecesor del templo. Cuando el Señor Jesús se encarnó, fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:14) y era el templo (Jn. 2:19-21). Ahora la iglesia es el templo (1 Co. 3:16). Estos dos términos, tabernáculo y templo, se usan una y otra vez en la Biblia. De modo que si deseamos conocer la Nueva Jerusalén, debemos estudiar todos los pasajes del Antiguo Testamento y del Nuevo que aluden al tabernáculo y al templo. En realidad, el fin primordial del tabernáculo no era que el pueblo habitara allí, sino que Dios morara en él. Finalmente, la Nueva Jerusalén será la morada de Dios y también del hombre. Esto significa que será una habitación donde moraremos conjuntamente. Dios será nuestra morada, y nosotros seremos la morada Suya.

En lo dicho por el Señor, tenemos una miniatura de esta morada: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 15:4). Permanecer en el Señor es tomarlo como nuestra morada. Cuando hacemos del Señor nuestra morada, El habita en nosotros. Moramos mutuamente el uno en el otro, ya que nosotros permanecemos en el Señor, y El en nosotros. No hay necesidad de esperar hasta que venga la Nueva Jerusalén para habitar en el Señor y para que El more en nosotros. Yo puedo testificar con certeza que muchas veces sé que estoy verdaderamente en el Señor y que El mora en mí. Ahora mismo El mora en mí, y yo en El. Aunque esto es difícil de explicar, sigue siendo un hecho que experimentamos. Todos podemos testificar que mientras habitemos en El, tenemos el sentir de que El habita en nosotros. Si usted dice: “Señor Jesús, te doy gracias porque en este momento moro en Ti”, inmediatamente tendrá el profundo sentir de que El mora en usted. Dondequiera que usted esté, en su casa, en su trabajo o estudiando, puede decir: “Señor Jesús, en estos momentos estoy morando en Ti”, y alguien dentro de usted le dirá: “Y Yo moro en ti”. Esto es una miniatura de la venida de la Nueva Jerusalén, la cual simplemente será una morada conjunta para nosotros y para Dios y el Cordero.

Por un lado, nosotros seremos la Nueva Jerusalén, y por otro, Dios y el Cordero también lo serán. En el presente, este mismo principio se aplica a la iglesia. En un sentido, nosotros somos la iglesia, y en otro, Cristo es la iglesia. El asunto de la morada conjunta es profundo. La nueva ciudad será nuestra habitación, y también será la habitación de Dios. Es similar al caso del templo, el cual era la morada de Dios y también el lugar donde los sacerdotes servían a Dios. La nueva ciudad será Dios mismo. Nosotros moraremos en Dios y le serviremos. El mismo Dios a quien servimos será el templo donde le serviremos. ¡Qué maravilloso! Ojalá que todos le experimentemos a El de esta manera profunda.


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