Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-3690-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Dijimos que la autoridad espiritual depende del nivel espiritual, que ninguna autoridad es delegada por el hombre, y que tampoco es delegada por Dios solo. Tengamos presente que la autoridad se basa, por un lado, en el nivel espiritual y, por otro, en la humildad. Vamos a añadir algo acerca de la necesidad de que una autoridad delegada se separe de los demás. Aunque el Señor fue enviado por Dios y tuvo una comunión ininterrumpida con el Padre, dijo: “Por ellos Yo me santifico a Mí mismo” (Jn. 17:19). Una autoridad delegada debe santificarse a sí misma por causa de los demás.
¿Qué significa que el Señor se santificara? Significa que se abstuvo de muchas cosas que le eran permitidas, por el bien de Sus discípulos. El pudo haber hecho y dicho muchas cosas, adoptado muchas actitudes, usado muchas clases de vestiduras y comido diferentes clases de alimentos. Sin embargo, por el bien de Sus discípulos, se abstuvo de todo ello. El Señor Jesús es el Hijo de Dios y no conoció el pecado. Cuando estuvo en la tierra, tuvo mucha más libertad que la que nosotros tenemos y pudo haber hecho muchas más cosas que nosotros. Hay muchas cosas que no podemos hacer porque somos la persona equivocada. Hay muchas palabras que no podemos proferir porque somos impuros, pero El no tenía tal problema ya que es santo. Nosotros somos impacientes; por lo tanto, necesitamos aprender a esperar. Pero El era paciente; por lo tanto, El no necesitaba aprender a esperar. Hay muchas restricciones que no se aplicaban a El, porque El no tenía pecado. De no ser por las personas impuras que rodeaban al Señor Jesús, El como hombre pudo haber tenido mucha más libertad. Aun cuando llegó a enojarse, Su ira era santa y libre de pecado. Con todo y eso, El dijo que se santificaba por causa de Sus discípulos, debido a lo cual estuvo dispuesto a aceptar muchas restricciones.
El Señor era santo no sólo delante de Dios sino ante Sí mismo. En Su carácter, no tenía pecado. Pero mientras El se movía entre los discípulos, necesitaba santificarse. Para poder ser santos, debemos abstenernos de muchas cosas, pero el Señor es santo por naturaleza. Por eso El podía hacer muchas cosas más que nosotros. Estaría mal que alguien dijese que es bueno, pero es perfectamente correcto que el Señor lo diga. El puede decir muchas cosas que nosotros no podemos, porque no hay vestigio de pecado en El. El tiene más libertad que nosotros. Aun así, se sujetó voluntariamente y se restringió. El no sólo es santo, sino que además desciende a nuestra santidad, la cual requiere que nos separemos de los demás y nos refrenemos de hacer muchas cosas.
Además de su propia santidad, el Señor tomó nuestra santidad sobre Si. Por eso se santificó. El Señor voluntariamente aceptó restringirse para nuestro beneficio. El hombre habla y juzga según su propio nivel pecaminoso. Si el Señor hubiera actuado y hablado de acuerdo a su propio nivel de santidad, el hombre lo hubiera criticado de acuerdo a sus propios pensamientos pecaminosos. Por eso, se sometió voluntariamente a tantas restricciones. Nosotros nos abstenemos de muchas cosas debido a nuestros pecados, pero el Señor lo hizo debido a Su santidad. Nosotros no hacemos ciertas cosas porque no debemos hacerlas, pero aunque El podía hacerlas, no las hizo. Se abstuvo de hacer muchas cosas que podía, a fin de mantener la autoridad de Dios. El se mantuvo apartado del mundo. Esta fue la razón por la cual el Señor se santificó a sí mismo.
A fin de ser autoridad, necesitamos ser diferentes a los hermanos y hermanas, ya que necesitamos abstenernos de muchas cosas que de otra manera haríamos o diríamos. Debemos estar separados en nuestras palabras y nuestras reacciones. Es posible que tengamos cierta actitud cuando estamos solos, pero cuando estamos con otros, debemos evitar esa actitud. Podemos tener comunión con los hermanos y hermanas sólo hasta cierta medida. No podemos ser descuidados ni frívolos. Necesitamos renunciar a nuestra libertad y afrontar la soledad, la cual es una señal de quienes son autoridad. Los que son descuidados entre los hermanos y hermanas no pueden ser autoridad. No se trata de orgullo; solamente nos referimos a que para representar la autoridad de Dios, debemos tener ciertas limitaciones en nuestra comunión con los hermanos y hermanas. No podemos ser descuidados ni superficiales. Los gorriones vuelan en manadas, pero las águilas vuelan solas. Si únicamente podemos volar bajo para no sufrir la soledad de volar en las alturas, no somos aptos para ser autoridad. Para llegar a ser autoridad, debemos restringirnos y estar apartados. No podemos hacer lo que otros hacen con tanta libertad, ni decir lo que los demás profieren tan gratuitamente. Debemos someternos al Espíritu del Señor, el cual nos enseñará todas las cosas. Esto nos hará solitarios y nos quitará toda reacción. No nos atreveremos a bromear con los hermanos y hermanas. Este es el precio que la autoridad debe pagar. Debemos santificarnos como lo hizo el Señor Jesús, a fin de ser autoridad.
Por ser miembro del Cuerpo, la persona que tiene autoridad no debe llamar la atención, sino que debe ser igual a los demás hermanos y hermanas, para así mantener la comunión del Cuerpo de Cristo. Pero al representar a Dios, la autoridad debe aceptar la restricción que Dios le dicte y santificarse. Debe ser un modelo para los santos, pero al desempeñarse como miembro, debe coordinar y servir junto con los demás sin apartarse como si fuera una clase especial.
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