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Comer al Señorpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1365-0
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CAPITULO DOS

EL SEÑOR VINO
PARA QUE EL HOMBRE LE COMIERA

Lectura bíblica: Mt. 15:21-28; Lc. 14:15-16; 15:22-24; 1 Co. 3:2; 1 P. 2:2

LEEMOS LA BIBLIA
PARA TOCAR LA VIDA QUE CONTIENE

La Biblia es un libro extraordinario. Las ideas y los temas que recalca están, por lo general, fuera de nuestro alcance y además son contrarios a nuestros conceptos. Por lo tanto, cuando leemos la Biblia, debemos hacerlo despojándonos de nuestros conceptos. Debemos decirle al Señor desde lo profundo de nuestro ser: “Señor, líbrame de mis conceptos; quita mis velos para poder ver la luz pura contenida en Tu Palabra y para tocar el sentir puro que Tú tienes”.

Muchos hemos leído el Nuevo Testamento varias veces. Creo que al hacerlo nos hemos percatado de muchas enseñanzas bíblicas, pero si las examinamos detenidamente, descubriremos que la mayoría son conceptos que nosotros ya teníamos y eran parte de nuestra mentalidad. Podríamos decir que al leer la Biblia no adquirimos conceptos nuevos, salvo los que ya se encontraban en nuestra mente.

¿Por qué leemos la Biblia como si fuera un libro de ética o de moral? Porque nuestros conceptos giran en torno a lo ético y lo moral. ¿Por qué cuando leemos la Biblia, lo único que vemos es que debemos servir al Señor, laborar para El y tener celo por Sus asuntos o hacer obras para El? Esto se debe a que dichas nociones residen en nuestra mente.

Quisiera decir que si bien todos estos conceptos éticos y morales son válidos y constan en la Biblia, como por ejemplo, servir al Señor y trabajar para El, son en realidad el resultado de la vida que la Biblia contiene. Lo podemos comparar con un ramo de flores, el cual tiene cierta apariencia, forma y color; sin embargo, estas características externas son la manifestación de la vida que contienen las flores. Cada especie de vida tiene su propia esencia, fuerza y forma. Si uno permite que cierta vida se desarrolle, ésta manifestará su forma externa y su apariencia. Por consiguiente, la apariencia que se ve por fuera es la expresión de la vida que lleva por dentro.

Hoy en día cuando leemos la Biblia, es muy fácil ver la apariencia y la forma externa, pero no es fácil tocar la vida que está en lo interior. Esta es la dificultad fundamental que tenemos al leer las Escrituras. ¿Cómo podemos ver la vida que la Biblia contiene? En palabras sencillas: podemos hacerlo comiendo.

EL SEÑOR ES EL PAN DE LOS HIJOS
Y, POR ENDE, EL HOMBRE LE PUEDE COMER

Usemos el ejemplo de Mateo 15, donde se narra que el Señor se retiró de la tierra de Judea a la región gentil de Tiro y Sidón. Una mujer cananea se le acercó y clamó: “¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija sufre mucho estando endemoniada” (v. 22). Aunque ella era gentil, llamó al Señor Jesús Hijo de David, según la tradición judía, pero el Señor le respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (v. 26). La mujer usó el título religioso “Hijo de David”; la respuesta de Jesús se refería a pedazos de pan. ¡Qué enorme diferencia entre las palabras dichas por estas dos personas!

El Hijo de David, un descendiente de la nobleza y heredero al trono era un hombre muy importante. En el concepto religioso del hombre, Cristo era un hombre increíblemente grandioso y era el Heredero de la familia real. Pero la respuesta de Jesús indica que El era el pan para los hijos. ¿Quién es mayor, el Hijo de David o los hijos? Todos concordaríamos en que el Hijo de David es mayor. Ahora bien, ¿quién es mayor, los hijos o el pan de éstos? Sobra decir que los hijos son mayores que el pan que comen. Examinemos lo siguiente: ¿quién es mayor, nosotros o el Señor Jesús? Deberíamos decir confiadamente que nosotros somos mayores, porque nosotros somos los hijos y El es el pan; sin embargo, no nos atrevemos a decirlo por la influencia de los conceptos religiosos y de las tradiciones. Decir que uno es mayor que el Señor no es una blasfemia para el Señor, sino una expresión genuina que es fruto de conocer al Señor. Con un corazón sincero, podemos decir: “Señor, te agradezco y te alabo porque llegaste a ser mi alimento. El que come es mayor que la comida. Señor, Tú te hiciste suficientemente pequeño para llegar a ser el alimento que yo puedo comer”.

Cuando el Señor se retiró a las regiones de Tiro y de Sidón, se le acercó una mujer cananea que estaba en una condición lamentable, pobre y vil. Para ella el Señor era el Hijo de David, un noble descendiente de la familia real. Pero el Señor fue sabio y le dio una formidable respuesta, la cual fue sencilla y profunda a la vez: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. El quería que la mujer cananea comprendiera que si El adoptaba la posición de Hijo de David no podría venir a ella, pues estaría en el trono, no en Tiro ni en Sidón, y ella no tendría derecho a clamar a El. Ella debía saber que El era el pan de los hijos, y que ella tenía su propio lugar. Aun como pan de los hijos, ella no tenía derecho a comerle. Ella era un perro gentil. Es decir, no conocía bien al Señor, ni se conocía bien a sí misma.

El Señor fue verdaderamente sabio, y el significado de Su respuesta fue profundo. Además, en ese momento, el Espíritu Santo operó en aquella mujer e hizo que su entendimiento se abriera al oír las palabras del Señor. Ella no discutió ni se molestó. Fue como si ella hubiera dicho: “Señor, tienes razón. Tú eres el pan de los hijos, y yo sólo soy un perro pagano. No obstante, los perros tienen su porción, que es las migajas que caen de la mesa. Los perros no pueden comer el pan que se sirve sobre la mesa, pero ¿no podrán comer las migajas que caen de la mesa?” La respuesta de la mujer cananea también estaba llena de significado. Es asombroso decir: “Señor, aunque Tú eres el pan de los hijos, éste ya no está en la mesa, pues los hijos lo arrojaron de la mesa. Como un perro pagano, yo estoy bajo la mesa, mas Tú también estás debajo de la mesa. Yo estoy en la región de Tiro y Sidón, y Tú no estás en Jerusalén; por lo tanto, Tú eres mi porción”.


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