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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 14 Sección 4 de 5

AQUELLOS QUE ESTÁN EN LAS MANOS DE DIOS
TIENEN MUCHAS HERIDAS

Ninguno que sea un buen vaso en las manos de Dios puede permanecer entero; en lugar de ello, tendrá muchas cicatrices y heridas. Cierta hermana puede tener más de una década de haber creído en el Señor; sin embargo, debido a que su vida ha sido fácil y calmada, ella no tiene ninguna herida. El esposo con quien ella se casó es muy considerado, el hijo que ella dio a luz es muy obediente y el trabajo que ella se consiguió es muy fácil y no le da ningún problema. Todo el mundo diría que ella es muy afortunada, pero en realidad, no lo es. Muchas veces la obra que Dios lleva a cabo en alguien que verdaderamente está en Sus manos consiste en quebrantar, golpear y partir. El Jesús nazareno, Aquel que fue el más agradable a los ojos de Dios, también experimentó muchas aflicciones mientras estuvo en la tierra. Él fue llamado “varón de dolores” (Is. 53:3) y sufrió muchas lesiones y heridas. Por consiguiente, una persona que esté en las manos de Dios, si es que Dios la valora y la tiene en alta estima, sufrirá muchas heridas como resultado de la obra de Dios en ella. ¿Qué clase de obra es ésta? Es la obra del quebrantamiento. Si Dios nos muestra Su favor, Su mano obrará en nosotros de muchas maneras, y nosotros tendremos muchas cicatrices y heridas. Estas cicatrices y heridas entonces vendrán a ser los puntos de salida por los cuales podrá fluir el agua viva.

En el siglo XVIII John Wesley era un evangelista de Inglaterra famoso, quien era un siervo útil de Dios y quien también era poderoso en la predicación del evangelio. Sin embargo, su esposa era un sufrimiento para él. Un día mientras predicaba, muchos de entre la audiencia fueron conmovidos. De repente su esposa vino corriendo y le gritó: “¿Qué estás haciendo aquí? ¿No crees que yo puedo cuidar de tu comida?”. La historia nos dice que cuando ella estaba a punto de morir, aún no era salva ni tampoco había cambiado. Si usted le hubiera preguntado a John Wesley por qué Dios no cambió a su esposa, le habría contestado: “Si Dios hubiera cambiado a mi esposa, yo habría perdido mi poder”. El poder de un cristiano no estriba en su prosperidad sino en su adversidad, no en las circunstancias favorables sino en las desfavorables, estriba en pasar por situaciones de las que no puede escaparse.

LA VIDA TIENE UN PUNTO DE SALIDA ÚNICAMENTE
CUANDO HEMOS EXPERIMENTADO EL QUEBRANTAMIENTO DE LA CRUZ

En 2 Corintios 12 Pablo nos dijo que él tenía un aguijón en su carne y que le había rogado al Señor con respecto a esto tres veces para que le fuera quitado. Pero en lugar de contestarle su oración, el Señor dejó que el aguijón permaneciera en su cuerpo. El propósito del Señor era que Pablo pudiera experimentar Su gracia que basta (v. 9) y se diera cuenta de su necesidad de ser quebrantado. Lo que el Señor le indicaba era que si Pablo no hubiera tenido ese aguijón, el cual lo hacía que se sintiera herido y afligido, Cristo no habría tenido un canal para que pudiera fluir desde su interior. Tal vez le temamos al sufrimiento, pero por favor, no se olviden que la cruz es el punto de salida para la vida del Señor. Todos aquellos que han recibido la gracia del Señor pueden decirle: “Oh Señor, si no soy quebrantado, no podrás salir de mi interior. Para que puedas salir de mí, tengo que recibir Tu quebrantamiento”. La cruz es el punto de salida para la vida del Señor. Quien ha sido quebrantado por la cruz tiene en su ser una grieta por la cual la vida puede brotar, y quien tiene heridas tiene un canal por el cual la vida del Señor puede fluir.

En Malasia todos los que cultivan árboles de caucho saben que el látex únicamente puede fluir si se le hace un corte al árbol. Más aún, ellos saben que cuanto más grande sea el corte, más látex fluirá. Éste es un cuadro de nosotros muy apropiado, pues describe cómo los cristianos primeramente necesitamos ser quebrantados y cortados, para que así el elemento de Cristo, la vida de Cristo, pueda fluir a través de este corte. Por lo tanto, muchas veces cuanto más sintamos que estamos en tinieblas, en aflicciones, en dificultades y en un lugar donde no penetra la luz del sol, más fluirá por medio de nosotros la vida de Cristo.

Por consiguiente, vemos que el problema que afronta la vida de Dios en nosotros no es el mundo, los pecados ni las relaciones humanas, sino nuestro hombre natural. Por supuesto, el mundo, los pecados y las relaciones humanas son factores que ciertamente estorban la vida de Dios, pero éstos son de poca importancia, pues son como vestidos que uno se puede quitar. Sin embargo, dentro de los cristianos se encuentra un problema más subjetivo: nuestro yo, nuestra vida natural. La solución a este problema es el quebrantamiento. Por lo general no necesitamos ser quebrantados para deshacernos de los pecados, del mundo y de los lazos humanos, pero para deshacernos del yo, de nuestra índole natural y de nuestro modo de ser, ciertamente necesitamos el quebrantamiento de la cruz.


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