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Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1502-9
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Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 20 Sección 4 de 5

IV. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN
QUE PONE A UN LADO SU PROPIA PERSONA,
ESPECIALMENTE SU HABILIDAD Y OPINIONES

Alguien que aprende a orar tiene que aprender la estricta lección de ponerse a un lado y detenerse por completo. El yo aquí se refiere especialmente a las opiniones propias y a la habilidad natural. En Hechos 10 había un hombre, Pedro, que subió a la azotea de la casa para orar. En aquel momento, él ya había pasado por Pentecostés y tenía ya considerable experiencia espiritual; sin embargo, su oración muestra que aún no podía poner a un lado su propia opinión. Aunque había subido a la azotea para orar, allí argumentó con Dios y necesitó que Dios le diera la visión otra vez. Cuando vio aquel gran lienzo descender del cielo y oyó una voz que le dijo: “Levántate, Pedro, mata y come”, él dijo: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (Hch. 10:13-14). Ésta fue su opinión. Dios le dijo inmediatamente: “Lo que Dios limpió, no lo tengas por común” (Hch. 10:15). Aquí la opinión de Pedro entró en conflicto con la voluntad de Dios; por tanto, no logró avanzar en su oración.

No pensemos que en lo referente a la oración tenemos menos conflictos con Dios de los que tuvo Pedro. Cuando nosotros venimos ante Dios, tenemos demasiadas opiniones. Lean, por favor, las muchas oraciones registradas en la Biblia. En un buen número de ellas ustedes podrán ver la habilidad natural del hombre así como las opiniones humanas. Jonás es un buen ejemplo de esto en el Antiguo Testamento. Cuando él oraba, no podía poner su opinión a un lado. Él oró con su opinión, la cual estaba en conflicto con Dios. Una vez más consideremos a Pedro. En la noche que el Señor Jesús fue traicionado, pareciera que Pedro oraba al Señor, diciendo: “Aunque todos tropezaren, yo no, aun si he de morir contigo”. Como Pedro se apoyaba firmemente en su habilidad natural, el Señor no podía contestar su oración. Su oración fue: “Aun si otros tropezaran, yo te pido que me mantengas firme”. Aunque no lo expresó de esta manera, podemos creer que él esperaba ser capaz de permanecer firme. Esa esperanza era su deseo ante Dios. Pero el Señor parecía decir: “Seguramente caerás; no puedo contestar tu oración y hacer que tu habilidad natural tenga éxito”.

Una persona que ora ante Dios debe ser una que siempre es derribada delante de Dios. El ejemplo más patente de esto es la experiencia de Jacob en el vado de Jaboc. En aquel momento, su oración ante Dios estaba llena de su fuerza natural. Allí él incluso luchó con Dios hasta el punto de que Dios no tuvo otra alternativa que tocarle la coyuntura de su cadera. Consecuentemente, Jacob quedó lisiado. Hay numerosos ejemplos como éste en las Escrituras. Un buen número de hombres han ido ante Dios y han orado con su fuerza natural y según sus propias opiniones; estos dos asuntos son los obstáculos más grandes a la oración.

Por tanto, un hombre de oración genuino es, sin duda alguna, aquella persona que es derribada ante Dios, y cuya fuerza, opiniones y conceptos han sido quebrantados por Dios. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, todos los que lograron tocar a Dios y orar ante Él son aquellos cuya fuerza natural había sido terminada, y cuyos conceptos habían sido puestos a un lado. Daniel fue una persona que yacía totalmente derribada ante Dios, o sea, ante Dios él no tenía fuerza ni conceptos. Ocurrió lo mismo con David en el libro de Salmos. Por tanto, todos los hombres de oración apropiados son muy blandos ante Dios. Han puesto su yo a un lado, han quedado derribados ante Dios y han sido quebrantados. No insisten ni confían en su propia fuerza natural, ideas ni en sus opiniones. Sólo tales hombres pueden tocar el trono y la voluntad de Dios. Únicamente tales hombres pueden ser hombres de oración.

V. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN
QUE ESTÁ DISPUESTO A PAGAR CUALQUIER PRECIO
PARA SATISFACER TODO LO QUE DIOS EXIGE DE ÉL

Otro requisito de un hombre de oración es que debe estar dispuesto a pagar cualquier precio para satisfacer todo lo que Dios exige de él. Quisiera decirles a los hijos de Dios que no puede haber un solo momento en el que tengan comunión con Dios, en el que Él no exija algo de ustedes. Cada vez que se encuentran con Él, Él exige algo de ustedes. Siempre pensamos que Dios es un Dios que nos concede gracia. Pero quisiera decirles, hermanos y hermanas, que Dios es también un Dios que nos impone exigencias.

Temo que nunca antes algunos de los hermanos y hermanas habían imaginado que Dios es un Dios que siempre exige algo de nosotros. No podemos negar que Dios nos da el suministro, pero debemos recordar que no necesitamos orar por el suministro de Dios, porque todo Su suministro ya es nuestro. Lo que más necesitamos es que Dios nos despoje. Aunque la cruz tiene la forma de un signo más, de hecho es un signo menos. Nuestro problema hoy no es que tengamos muy pocas cosas que pesan sobre nosotros; más bien, tenemos demasiadas cosas en nosotros. Así que, siempre que nos encontramos con Dios, Él exige que nos despojemos de algo.

Por favor, lean la historia de Abraham. Desde el principio, cuando Dios lo encontró, hasta el final, cuando llegó a conocer a Dios, no hubo ni una ocasión en la que Dios se le apareció, que no lo despojara de algo. La primera vez Dios le dijo: “Vete de tu tierra, de tu parentela”, la segunda vez Él le dijo: “[Vete] de la casa de tu padre” (Gn. 12:1). La primera vez lo despojó de su país; la segunda, lo despojó de su padre. En otra ocasión fue despojado de Lot. Abraham continuó su camino, pero iba arrastrando a Lot, al cual debió dejar atrás, debido a que Lot pertenecía a su tierra, a su parentela y a la casa de su padre. Entonces, en el capítulo 15, cuando finalmente dejó a Lot, él cambió su dependencia a Eliezer de Damasco. Él le dijo a Dios: “Oh Señor Jehová [...] el heredero de mi casa es Eliezer de Damasco” (Gn. 15:2). Pero Dios le dijo: No, “tu heredero no será éste” (Gn. 15:4). Así que, también tenía que dejar a esa persona. Más tarde, en el capítulo 16, él adquirió a Agar y engendró de ella a Ismael. Más y más personas fueron añadidas a él, pero estas adquisiciones le fueron dadas por Egipto y no por la cruz. Por tanto, en el capítulo 17, Dios vino a él, y es como le dijera: “Necesitas ser circuncidado y despojarte de algo, porque aún tienes muchas cosas en ti”. El pacto que Dios hizo con Abraham fue un pacto de disminución y no de aumento. Entonces, en el capítulo 21, Dios declaró formalmente que Agar e Ismael debían ser echados fuera. Les digo que, incluso el último que le permaneció, Isaac, quien fue obra de la gracia de Dios, tuvo que ser ofrecido en sacrificio. Decimos que Abraham era una persona que heredó las bendiciones; sin embargo, cuando leemos la historia de los tratos que experimentó con Dios, raramente vemos que él recibiera algo de Dios; más bien, lo que vemos repetidamente es cómo Dios le despojó y le impuso muchas exigencias.

Hay algo que puedo decirles a los hijos de Dios con plena certeza: si Dios no les ha exigido algo hoy, entonces realmente hoy no se han encontrado con Él. Cada vez que se encuentren con Dios, Él exigirá algo de ustedes. Si sus oraciones tocan a Dios, se encontrarán con un requerimiento Suyo. Así que, deben estar listos para pagar el precio. No solamente deberán deshacerse de lo que es nacido de la carne, incluso deberán ser despojados de lo que han obtenido por medio de la gracia. Ismael debía ser echado fuera, e Isaac debía ser ofrecido. Toda oración genuina causará que toquemos a Dios, y todo aquel que toca a Dios se encontrará con Sus exigencias. Por tanto, un hombre de oración es definitivamente una persona que paga el precio.

Hermanos y hermanas, nuestro problema ante Dios no es que carecemos de algo, sino que tenemos en exceso. Nuestro problema no yace en nuestra carencia, sino en nuestra suficiencia. Tenemos tantas cosas en nosotros, que cada vez que Dios nos toque, tenemos que despojarnos de algo. Debido a que Dios siempre nos impone exigencias, siempre debemos pagar el precio. Si Dios tiene un requerimiento, y usted no le complace, negándose a pagar el precio para satisfacer tal requerimiento, entonces le será muy difícil mantener una comunión que fluya libremente entre usted y Él, y no será apto para vivir en el Espíritu de oración. Aunque tal vez pueda orar, no será un hombre de oración. Por tanto, para ser un hombre de oración, debe estar dispuesto a pagar el precio. Cuando Dios exige algo de usted, puede decir: “Dios, por Tu gracia estoy dispuesto a pagar el precio. Incluso si se trata de Isaac, el cual Tú me diste, si Tú deseas que te lo ofrezca, estoy dispuesto a enviarle al altar”. Aquel que está dispuesto a pagar el precio para satisfacer el deseo de Dios, es un hombre de oración.


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