Principios básicos en cuanto al ancianatopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4731-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El versículo 28 dice: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias”. Esto nos muestra que fue el Espíritu Santo quien presidió aquella conferencia. La decisión fue tomada por el que presidía, el Espíritu Santo, quien era la presencia del Rey. Sin embargo, así como los apóstoles y los ancianos tomaron la decisión junto con la iglesia, también el Espíritu Santo tomó la decisión junto con los apóstoles y ancianos. Ésta es la manera correcta de proceder. Debemos tener la certeza de que toda decisión que se toma en la iglesia es tomada por el Espíritu Santo, quien está con nosotros.
Debemos aprender de este ejemplo. La comunión de los apóstoles y los ancianos debe ser abierta a todos los santos y todas las iglesias. No debe esconderse nada. Solamente las personas falsas tratan de esconder lo que hacen y temen tener comunión. Todo anciano debe sentirse libre de presentar cualquier asunto en comunión. La iglesia debe ser clara como el cristal, transparente. Los ancianos deben aprender a mantener todo abierto, permitiendo que los hermanos discutan todo. No debemos esconder ni ocultar nada. Este principio se aplica no sólo a los ancianos, sino también a las iglesias locales. Ninguna iglesia debe ocultar nada a las demás iglesias. Una iglesia nunca debe hacer nada en secreto por temor de que las demás iglesias no estén de acuerdo. Los ancianos de una iglesia local deben presentar los principales problemas por los que están pasando a los ancianos de otras iglesias locales para buscar su sentir. La discusión es necesaria porque nos ayuda a encontrar la verdad y a recibir luz.
Las iglesias no deben ocultarse nada ni esconderse nada entre sí, porque ninguna iglesia tiene autoridad en sí misma para tomar decisiones que afecten a otras iglesias. La iglesia en Antioquía no reclamó tener autoridad para tomar la decisión porque Pablo estuviera allí. Esto habría convertido a Pablo en rey; pero no vemos allí ningún rey humano. Debemos aprender esto. No es correcto decir que una iglesia local en particular puede tomar una decisión que afecte a otras iglesias sin tener comunión. Por supuesto, los ancianos locales pueden tomar decisiones relacionadas con la administración local; no obstante, incluso a nivel local ningún anciano debe tomar una decisión por sí mismo ni debe regir sobre los demás ancianos. Todo lo que una iglesia local haga debe estar abierto a todos los ancianos. Los ancianos deben discutir todo. Éste es un principio que debemos guardar. Ningún anciano debe pensar que puede dar órdenes a los demás ancianos porque sea más capaz que ellos. Eso lo convertiría en un rey, lo cual sería un insulto a la autoridad de Cristo como cabeza. Un anciano simplemente debe presentar el asunto de una manera abierta a los demás ancianos. Debe haber mucha discusión, testimonios relacionados con los hechos históricos y confirmación de la Palabra santa. Esto permitirá que nos hable el Espíritu que mora en nosotros. Como resultado, no importa la decisión que se tome, tendremos la completa certeza de que esto le ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros (v. 28).
Entre nosotros no tenemos un rey terrenal porque nuestro rey es Cristo, nuestra Cabeza. Si guardamos este principio, tendremos la bendición del Señor. Cuando la condición de la iglesia es normal, la bendición viene. Todos debemos honrar la posición de Cristo como cabeza para que Él nos conceda Su bendición.
El relato maravilloso y excepcional que hallamos en Hechos 15 nos muestra el orden y el liderazgo apropiados. Todos los apóstoles y ancianos, incluyendo a Pedro, a Jacobo y a Pablo, honraron debidamente la posición de Cristo como cabeza. Ninguno de estos “grandes” hombres se atrevieron a suponer o presumir nada. En todo lo que dijeron e hicieron, cada uno se condujo no como un líder o cabeza, sino como un hermano. De igual manera, ninguna iglesia local se consideró superior a las demás. Después que la iglesia en Antioquía envió a Pablo, a Bernabé y a otros a Jerusalén para resolver el problema, la iglesia en Jerusalén escribió una afectuosa carta a Antioquía. Hechos 15:23 dice: “Escribir por conducto de ellos: Los apóstoles y los hermanos que son ancianos, a los hermanos de entre los gentiles que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia: Regocijaos”. Esta carta no muestra ninguna señal de que la iglesia en Jerusalén se considerara superior a las demás iglesias. Todas las iglesias eran iguales en el único Cuerpo.
El relato de Hechos 15 es muy hermoso porque nos muestra que entre los santos y entre las iglesias, había solamente una Cabeza. No vemos allí ninguna cabeza humana, liderazgo humano ni arrogancia. Todos debemos aprender a no suponer ni presumir ser alguien. Debemos conducirnos como hermanos, permitiendo que el Espíritu Santo nos hable. De este modo, honraremos la posición de Cristo como cabeza y tendremos la certeza de que la bendición será transmitida de la Cabeza al Cuerpo.
Esto no es sólo un asunto de doctrina, sino también de verdad y luz. Debemos aprender la verdad y ser alumbrados para que podamos ver la verdadera situación. Todas las iglesias y todos los colaboradores, los ancianos y los santos deben guardar estos principios, sin atreverse a suponer o presumir ser algo, sino que más bien deben honrar la posición de Cristo como cabeza, el único Rey, quien está presente como el Espíritu Santo. Debemos estar abiertos a Él.
El Espíritu Santo tomó la decisión que se narra en Hechos 15 en el principio de encarnación, es decir, en la humanidad y con ella. El principio de encarnación se ve en este capítulo de principio a fin. La decisión aparentemente la tomaron los apóstoles y ancianos, pero en realidad la tomó el Espíritu Santo que estaba con ellos. Éste es el principio de encarnación. Debemos aprender a discutir, a testificar conforme a los hechos históricos y a hallar confirmación en la Palabra. Entonces el Espíritu Santo nos guiará a tomar la decisión correcta. Ésta es la manera apropiada de guardar la administración de Dios y a la vez honrar y respetar la posición única de Cristo como cabeza.
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