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Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0700-0
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LA FORMACION DE LA PALABRA

Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, era el Verbo de Dios hecho carne, y ahora nosotros también debemos ser el Verbo de Dios. Dios habló por medio de la carne y, ahora, una vez más, el Verbo de Dios se manifiesta en la carne. El pone Su Verbo en una persona y sigue expresándolo por medio de la carne. Debido a esto, nuestra carne necesita ser quebrantada hasta que lo que expresemos equivalga a la Palabra de Dios. Para poder llegar a este punto, necesitamos ser constituidos con el Espíritu Santo. Dios constituye algo en nuestro ser por medio del Espíritu que mora en nosotros; de tal manera que al meditar sobre ello y expresarlo, comunicamos la Palabra de Dios. La obra de constitución que el Espíritu Santo efectúa en nosotros hace que la Palabra de Dios sea nuestra palabra. El ministro de la Palabra de Dios debe permitir que el Espíritu lo constituya a tal grado que la Palabra sea parte de él. La obra de constitución que Dios efectúa en nosotros por medio de Su Espíritu debe manifestarse de tal modo que la mente de Dios y la nuestra lleguen a ser, no sólo compatibles, sino una sola; dicha obra debe ser tan poderosa que nuestras palabras no sólo sean similares a las de Dios, sino que sean el Verbo de Dios. Este es el resultado de la obra de constitución que el Espíritu Santo realiza. Cuando nuestras palabras se convierten en el Verbo de Dios, podemos decir que tenemos el ministerio del Nuevo Testamento, en el cual están Dios y el hombre; por lo tanto, cuando el hombre habla, Dios habla. Ya que el hombre debe proclamar la Palabra de Dios, ¡qué clase de persona debe de ser! ¡Qué quebrantamiento tiene que experimentar!

Examinemos ahora cómo Dios lleva a cabo la obra de constitución en nosotros. Dios forma las palabras internas en nosotros por medio de las circunstancias adversas en las que El nos pone. Puede ser que por días o meses no experimentemos más que sufrimientos. Estos son días de victoria y días de derrota; a veces tolerables y a veces insoportables; pero detrás de ellos está la mano providencial del Señor. Día tras día, incidente tras incidente, somos moldeados y gradualmente se aclaran las palabras que Dios crea en nosotros. Cuando entendemos un poco más, empezamos a hablar, y lo que expresamos, aunque son nuestras propias palabras, comunican las de Dios. Esto es muy importante. Es así como somos adiestrados. Supongamos que pasamos por una situación que nos causa dolor. Al principio no entendemos lo que nos acontece y posiblemente nos preguntemos por qué nos pasa aquello. Cuando todo se calma, todavía no entendemos nada; pero después de un tiempo, comprendemos que todo provino de la mano del Señor para nuestro propio beneficio.

A pesar de ello, el asunto no es tan simple, pues no todo se aclara inmediatamente. Parece que entendemos algo y a la vez no entendemos nada; pero aunque estamos en esa bruma, ésta gradualmente se disipa, y entonces recibimos una o dos frases. Esto nos proporciona las palabras que necesitamos. Muchas veces el Señor nos hace pasar por aflicciones muy severas que nos debilitan, al grado de pensar que no podemos vencerlas, e incluso creer que no podremos salir de ellas. Pero poco a poco empezamos a salir y vemos que podemos vencer. A menudo nos encontramos deliberando entre la victoria y la derrota, hasta que después de algunos días descubrimos que vencimos. Durante este tiempo, posiblemente sintamos que no podemos seguir adelante, pero vencemos diariamente. Cuando contamos todas las veces que hemos podido salir adelante, nos damos cuenta de que sin percibirlo, pudimos vencer. A lo largo de este proceso, la palabra en nosotros va tomando forma. Debemos comprender que el movimiento entre la luz y las tinieblas es el proceso que Dios usa para formar Su Palabra en nosotros. Mientras pasamos por las aflicciones, y mientras nuestros sentidos oscilan entre la confusión y la claridad, Dios forma Su Palabra en nosotros. Posiblemente pensemos que no podemos vencer, y sin embargo, estemos venciendo; quizá creamos que estamos a punto de caer, y con todo, todavía estemos en pie. Día tras día experimentamos cómo el Señor nos libra de diferentes situaciones. Esta liberación se convierte en la palabra en nuestro interior. Cuanto más avanzamos, más claridad y más palabras tenemos. Por medio de este proceso se forman las palabras en nosotros. El ministerio de la Palabra no surge espontáneamente; se forma. Mientras andamos a tientas en la oscuridad, percibimos cierta claridad, pero ésta es fugaz. Durante estos momentos de claridad vemos un poco, y la suma de ellos queda en nuestra memoria, lo cual llega a ser nuestras palabras y equivale a lo que experimentamos.

Para ser ministros de la Palabra, no solamente necesitamos la luz, los pensamientos, las palabras internas, las palabras externas y la memoria, sino también saber cómo transmitir la palabra que se forma en nosotros a consecuencia de la disciplina. Es por medio de ella que Dios produce las palabras en nosotros; así que, la manera de expresarnos determina el grado de disciplina que hayamos recibido. Por consiguiente, nuestro mensaje sólo se puede extender hasta donde el Señor nos haya corregido. Las experiencias que adquirimos durante el tiempo de prueba, equivalen al caudal de palabras que poseemos. Debemos entender que el Señor moldea nuestra persona con el objeto de que seamos competentes en la administración de Su Palabra. El se va grabando en nosotros para que lleguemos a ser Su oráculo. El adiestramiento y la experiencia que hayamos obtenido determinan la trascendencia de nuestras palabras. Dios desea que seamos uno con Su palabra, es decir, no es cuestión de pasar por la Palabra de manera teórica, sino de que Dios nos talle y nos moldee con ella. Sólo entonces nuestras palabras llegan a ser las palabras de Dios.

Permítanme plantear algunas preguntas. ¿Dónde se encuentra la luz de la revelación? Podríamos decir que se halla en el espíritu. Entonces, ¿por qué no la vemos continuamente? ¿Por qué la vemos esporádicamente? ¿Cuándo recibe revelación nuestro espíritu? Recibimos la luz de la revelación mientras somos depurados. Así que, si carecemos de la disciplina del Espíritu Santo, también careceremos de luz. Hay lugares y momentos específicos en los que podemos recibir la luz: en el espíritu y cuando pasamos por tribulaciones. Por medio de la disciplina divina recibimos revelación; así que, si la evadimos, perderemos la oportunidad de toparnos con un nuevo hallazgo. Necesitamos conocer la mano de Dios. Muchas veces Su mano está sobre nosotros, disciplinándonos poco a poco, hasta que empezamos a ceder. Posiblemente tengamos que sufrir mucho antes de que nos sometamos e inclinemos nuestro rostro ante El diciendo: “Señor, me rindo a Ti; ya no lucharé más”. Cuando nos sometemos a El de esta manera, nuestro espíritu es iluminado. Al darnos cuenta de este acontecimiento, vemos la luz, la cual, a su vez, trae consigo las palabras que necesitábamos. Por consiguiente, Dios nos disciplina para darnos Su luz y las palabras que la expresan. Lo que digamos en la predicación debe ser moldeado por los sufrimientos y pruebas que la disciplina divina haya proporcionado, y no debe ser algo que nosotros hayamos preparado.

Como ministros de la Palabra debemos asegurarnos de que nuestra predicación vaya mejorando, ya que es una muestra de que la disciplina que recibimos fue efectiva. Al principio, como voceros de Dios, posiblemente no tengamos mucho que decir ni sepamos expresarnos, no importa si somos inteligentes ni si tenemos buena memoria ni el aporte que el hombre haya hecho en nuestra formación. Para que el Señor nos dé las palabras que necesitamos, debemos acceder a Su disciplina continuamente. Debemos prestar atención al proceso que la formación de la palabra sigue, el cual se efectúa por medio de la disciplina del Espíritu Santo.

En 2 Corintios 12 Pablo habla de la grandeza de la revelación que recibió acerca del tercer cielo y el Paraíso (vs. 2, 4). El tercer cielo es el cielo más elevado, y el paraíso es el lugar más bajo. Uno es el cielo de los cielos, mientras que el otro está en el centro de la tierra. Pablo declara que él no carecía de estas revelaciones, de las cuales no quería gloriarse. Se abstuvo de hablar de ellas por temor a que los demás le tuvieran en alta estima (v. 6). También tenía en su carne un aguijón, un mensajero de Satanás, que lo abofeteaba (v. 7), por lo cual le rogó al Señor tres veces que se lo quitara, y a lo cual el Señor respondió: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (v. 9a). Esto no era un simple conocimiento; Dios le dio esa revelación espiritual. Pablo declara que él se gloría más bien en sus debilidades, porque cuando es débil, entonces es poderoso (v. 9b-10). Esto muestra que con cada revelación nueva, también recibía un nuevo entendimiento. La revelación acerca del tercer cielo y el Paraíso pudo ser la revelación más sublime que Pablo haya recibido; sin embargo, obtuvo más beneficio de la palabra subsiguiente que el Señor le dio. Nunca hemos estado en el Paraíso, ni nadie a vuelto de allí para hablarnos de él; tampoco hemos estado en el tercer cielo, así que desconocemos cómo sea. Sin embargo, por el enunciado del Señor: “Bástate Mi gracia”, durante dos mil años la iglesia ha recibido mayor beneficio que por la revelación acerca del tercer cielo y del Paraíso. Entonces, ¿de dónde procede el ministerio de la Palabra? Pablo pasó por la disciplina del Señor, hasta que llegó a un punto donde pudo gloriarse en sus debilidades, porque al ser débil, entonces era poderoso. Al comprender que la gracia de Dios le era suficiente, recibió el ministerio de la Palabra. El ministerio de Pablo se produjo bajo dichas circunstancias.

El resultado de la disciplina es la facilidad de expresión. La revelación que vemos en 2 Corintios 12:9 es el resultado de ser disciplinado por el Espíritu Santo. Esta es la única manera de obtener revelación. Sin ese aguijón, no podía haber gracia. Para Pablo, este aguijón era un golpe fuerte, ya que no era un aguijón corriente, sino un mensajero de Satanás que lo abofeteaba. La palabra abofetear significa golpear, ultrajar, agobiar y causar angustia. Pablo era un hombre curtido por los sufrimientos, y no le temía a las enfermedades, así que si él decía que algo le causaba sufrimiento, ciertamente debe haber sido muy fuerte. Aunque ese aguijón, ese mensajero de Satanás que lo abofeteaba, trataba de causarle daño, Dios le concedió Su gracia en medio de tan severa disciplina. Pablo recibió una revelación que lo capacitó para conocer su debilidad y la gracia y el poder de Dios. Innumerables miembros de la iglesia de Dios han recibido liberación por la revelación que Pablo recibió. Es más fácil seguir adelante si conocemos nuestras debilidades. Cuando la debilidad nos abandona, junto con ella se va el poder. Esto constituye un principio. Esta revelación la obtenemos por medio de la disciplina a la que nos somete el Espíritu Santo, y dicha disciplina, a su vez, nos da la luz y también las palabras. Necesitamos aprender a recopilar palabras una por una, como un niño cuando aprende a hablar.

Dios nos hace pasar por muchas dificultades que muchos de Sus hijos también han de experimentar. Una vez que aprendamos la lección, tendremos las palabras necesarias para el momento oportuno. Estas provienen de la sumisión que aprendimos por medio de las dificultades. Si no nos doblegamos ni nos postramos ante Dios en absoluta sumisión, no recibiremos las palabras. Al recibirlas, son inscritas y esculpidas en nosotros. Dios estableció que Sus hijos pasen por diferentes padecimientos. En ocasiones, la misericordia de Dios nos permite pasar por situaciones que otros todavía no han pasado. Nosotros padecemos primero y luego los demás. Una vez que los padecimientos han hecho su efecto en nosotros, las palabras llegan. Entonces, cuando los hermanos y hermanas afrontan esas aflicciones, les comunicamos las palabras que fueron esculpidas en nosotros durante nuestras tribulaciones. Nuestras palabras llegan a ser vida, luz y poder para aquellos que pasan por las mismas tribulaciones que nosotros ya pasamos. Es así como obtenemos el ministerio de la Palabra.

Recordemos que el ministro de la Palabra debe ser el primero en pasar por los sufrimientos. Si uno no pasa por dificultades, no tiene nada que decir, y aun si dice algo, lo que exprese no tiene valor; y por lo tanto, no puede ayudar eficazmente al que pasa por ellas. La palabra pasa por el fuego en su formación, y también la iglesia tiene que pasar por el fuego. Dios hace pasar por el fuego a los ministros primero, y mientras son consumidos, les da las palabras. Cuanto uno más se rinde a Dios, más recibe la Palabra y más puede ayudar al que pasa por las mismas pruebas. A esto nos referimos cuando decimos que los ministros suministran la Palabra que el Espíritu Santo implanta en ellos. Esto no significa que el Espíritu Santo usa nuestra voz para expresar palabras de sabiduría, sino que nos adiestra para que surjan de nosotros mismos. Es decir, las palabras que expresamos las adquirimos al pasar por el horno de fuego ardiente, al ser adiestrados por el Espíritu Santo. Cualquier alocución que no sea el resultado de esta disciplina es vana. Este proceso es muy necesario; por ello, toda experiencia de disciplina por la que pasamos encierra lecciones básicas que debemos aprender. Cada palabra que expresemos tiene que ser refinada por el fuego; de lo contrario, no beneficiará al oyente ni consolará al afligido de corazón. Ninguna palabra superficial hará efecto en el interior de una persona. Tenemos que pasar por la disciplina de Dios para poder ser de beneficio a los demás.

Durante dos mil años la iglesia ha sido beneficiada por 2 Corintios 12, donde leemos de cierto aguijón que Pablo tenía. ¡Agradecemos al Señor por dicho aguijón! Cuando desaparece el aguijón, desaparece el beneficio que trae consigo. En 2 Corintios 12, vemos cómo el aguijón que abofeteaba a Pablo propiciaba la manifestación del poder de Dios. Sin ese aguijón, no habríamos podido ver el valor espiritual que esta experiencia tiene, ya que por medio de él se manifiestan el poder y la vida; así que sólo un insensato trataría de librarse de su aguijón. Cuando éste es quitado, el ministerio deja de operar, y la Palabra desaparece. El poder del mensaje comunicado proviene de los aguijones que experimentamos. Dios escoge a los ministros de la Palabra para que sean los primeros en experimentar adversidades y aflicciones. Así que, ellos son los primeros en conocer a Cristo y ministrarlo al pueblo de Dios. Y pueden hacerlo porque son pioneros en los sufrimientos. Debido a que llevan más cargas que los demás, su aporte es bastante considerable. Si no tenemos interés en ser ministros de la Palabra, no tenemos nada que decir, pero si deseamos ser ministros de la Palabra, debemos estar dispuestos a sufrir lo que otros aún no han sufrido; debemos sufrir más que los demás. Dios no constituye a una persona ministro de la Palabra para su propio beneficio, sino para el de muchos.

La cantidad de riquezas que un ministro de la Palabra distribuye, depende del adiestramiento por el que el Señor lo haya hecho pasar. No debemos pedirle a Dios que tenga clemencia y nos trate suave y delicadamente. Como ministros de la Palabra, debemos ser los primeros en enfrentar y soportar las adversidades que los demás enfrentarán después. Si no hacemos esto, no tendremos nada que ofrecer a los demás. El mensaje de algunos hermanos se agota con facilidad debido a que no han pasado por la disciplina del Señor. Esta es la raíz del problema. El ministro de la Palabra de Dios debe ser rico en expresión, lo cual es el resultado de haber sido disciplinado por el Señor. Sólo el que es rico en esta experiencia, puede serlo en expresión. El que ha pasado por diversidad de sufrimientos puede entender y ayudar a los hermanos que pasan por tribulaciones. Esto es necesario a fin de ayudar a los santos. Infinidad de personas están pasando por diferentes situaciones, y si nosotros carecemos de experiencia, no podremos suministrarles vida. Así que necesitamos tener un depósito y pasar por muchas pruebas, para servir a los que pasarán por lo mismo en el futuro; porque si no es así, no podremos servirles cuando nos cuenten sus problemas. Alabamos al Señor por el excelente ministerio de Pablo. Su ministerio fue excelente debido a sus sufrimientos. Si queremos tener un ministerio semejante, debemos pasar por la disciplina del Señor.


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