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Vida que vence, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-1-57593-909-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 9 de 11 Sección 3 de 4

EL JUSTO VIVE POR LA FE

Algunos hermanos preguntan si esto significa que no volveremos a pecar después de experimentar victoria. Mi respuesta es que con el tiempo todo esto se hará real en la práctica. Pero mientras tanto, existe la posibilidad de pecar. Según la Biblia, ¿qué clase de vida debemos vivir? La Biblia nos muestra que la vida de un cristiano es una vida de fe. “Mas el justo por la fe tendrá vida y vivirá”. El justo recibe la vida por la fe; ésta es la experiencia inicial. El justo también vive por la fe; ésta es la experiencia continua.

Tenemos dos mundos delante de nosotros. Uno es el mundo físico, y el otro es el mundo espiritual. Cuando ejercitamos nuestros órganos físicos, vivimos en el mundo físico, pero cuando ejercitamos nuestra fe, vivimos en el mundo espiritual. Cuando ejercitamos nuestros ojos para mirarnos a nosotros mismos, vemos que todavía somos pecadores; seguimos siendo impuros, orgullosos y no somos mejores que ninguna otra persona. Pero cuando ejercemos la fe para vernos en Cristo, vemos que nuestro mal genio y nuestra contumacia han desaparecido. Todo se ha desvanecido. Existen dos mundos en la actualidad, y todos los días tenemos que escoger entre ellos. El hombre tiene una mente, una parte afectiva y una voluntad. Tenemos libre albedrío; por tanto, podemos vivir en el mundo que escojamos. Si vivimos según los sentidos de nuestros órganos físicos, en el mundo físico, le daremos sustantividad al mundo físico; pero si vivimos por la fe en el mundo espiritual, daremos sustantividad al mundo espiritual. En otras palabras, cuando usamos nuestros sentidos, vivimos en Adán; pero cuando ejercemos nuestra fe, inmediatamente vivimos en Cristo. Siempre estamos en medio de estas dos cosas. Cuando vivimos por nuestros sentidos, vivimos en Adán; y cuando vivimos por la fe, vivimos en Cristo. Cuando vivimos en Cristo, todo lo que está en El será nuestra experiencia.

La Biblia no enseña que el pecado puede ser erradicado. Pero una vez que el creyente empieza a experimentar la vida que vence, según el principio de la obra de Dios y según Su provisión y Sus mandamientos, tal persona no debería volver a pecar. Es posible que expresemos a Cristo todos los días y es posible que seamos más que vencedores todos los días, pero en el instante en que vivimos en nuestros sentimientos y según ellos, caemos. Tenemos que vivir diariamente por medio de la fe. Sólo entonces, podremos darle sustantividad a todo en Cristo.

SOMOS RESTAURADOS POR LA SANGRE
INMEDIATAMENTE DESPUES DE FRACASAR

¿Qué debemos hacer cuando caemos accidentalmente? Debemos ir de inmediato a Dios y poner nuestros pecados bajo Su sangre. Después, podemos acudir al Señor y decirle: “Dios, te doy gracias y te alabo porque Tu Hijo sigue siendo mi vida y mi santidad. El expresará Su vida vencedora desde mi interior”. Podemos ser recobrados en un segundo. No es necesario esperar cinco minutos ni una hora. Dios nos perdona y nos limpia, pero nosotros creemos que debemos tener lástima de nosotros mismos y sufrir un poco más de tiempo antes de ser completamente limpios. Esto no es otra cosa que buscarnos problemas. Vivimos guiados por nuestros sentimientos y lo único que logramos es prolongar nuestra relación con Adán por una o dos horas más.

Algunos pueden pensar: “Si un hombre vuelve a caer y necesita que la sangre lo limpie después de que ha entrado en la experiencia de la victoria, ¿no es igual que los que nunca han entrado en ella?”. Oh no, hay una gran diferencia. Antes de experimentar la victoria, la vida de uno es un total fracaso. Puede ser que venza ocasionalmente, pero cae habitual y reiteradamente. Sin embargo, después de vencer, su vida se convierte en una vida victoriosa. Si fracasa, fracasará ocasionalmente; pero en general, vence continuamente. Hay una gran diferencia entre las dos. ¡Aleluya, la diferencia es enorme! Antes prevalecía el fracaso y la victoria sólo era eventual. Ahora, la victoria predomina y el fracaso es ocasional. Antes de que una persona llegue a vencer, sus fracasos son continuos. Los que tienen mal genio, se enojan continuamente. Aquellos que tienen pensamientos impuros, tienen pensamientos impuros constantemente. Los que son obstinados, los son siempre. Los que son cerrados en su manera de pensar, siempre son cerrados. Los que son celosos, lo son continuamente. Cada vez que alguno cae, cae en las mismas cosas, y la victoria es una experiencia muy escasa. Una persona se ve atada habitualmente a su mal genio, su orgullo, su envidia o sus mentiras. Después de experimentar la vida vencedora, sólo caerá ocasionalmente, y aun si cae, no cometerá el mismo pecado.

Antes de que una persona experimente la vida vencedora, no sabrá qué hacer cuando caiga. No sabrá cómo restaurar su comunión con Dios ni cómo recibir nuevamente la luz de Dios. Se sentirá como si estuviese en la base de una gran escalera sin saber cómo volver a subir. Después de vencer, es posible que caiga de vez en cuando, pero en unos segundos será restaurado. Inmediatamente confesará sus pecados y será limpio. El podrá darle gracias al Señor y alabarlo de inmediato. Y Cristo vivirá Su victoria desde su interior una vez más. Esta es la gran diferencia entre vencer y no haber vencido.


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