Cristo que mora en nosotros seqún se ve en el canon el Nuevo Testamento, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4916-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Esto es sencillamente una cuestión de práctica y fe. Debemos poner en práctica el abrir nuestro ser a Él y tomar medidas en cuanto a toda nuestra pecaminosidad. Cualquier cosa que perturbe nuestra conciencia, debemos confesarla a Él. Esto es sencillamente hacer una confesión cabal y minuciosa. No es necesario que permanezcamos en una situación en la que nos sentimos condenados. Todo lo que debemos hacer es orar de esta manera: “Señor Jesús, perdóname en este asunto. Estoy equivocado y necesito la limpieza de Tu sangre”. ¡Aleluya por la sangre redentora y prevaleciente que nos limpia y nos libera! Bajo la sangre no hay condenación; somos liberados de toda clase de condenación. Luego podremos decir: “Oh, Señor Jesús, Tú eres mi vida, Tú eres mi persona. Ahora sé que estoy en Ti y que Tú estás en mí. ¡Aleluya! Ahora sé que Tú permaneces en mí”. Entonces estaremos llenos del Espíritu Santo.
No debemos estar tan confundidos y distraídos ni tampoco debemos complicarnos. Temo que incluso después de leer esto, algunos sigan pensando que es difícil ser llenos del Espíritu Santo, y que se requiere ayunar y orar mucho. Sin embargo, ser llenos del Espíritu Santo es un elemento que forma parte del evangelio, y el evangelio es absolutamente gratuito. En realidad esto no es difícil, ni tampoco necesitamos hacer tantas cosas. Lo que necesitamos hacer es abrir nuestro ser al Señor y confesar todo lo que nuestra conciencia condena. Después de esto, debemos aplicar la limpieza de la preciosa sangre. Entonces nuestra conciencia estará liberada, y no habrá ninguna ofensa. Tendremos una conciencia libre de ofensa. Además, podremos invocar al Señor con denuedo y el Señor nos llenará. Cuanto más lo invoquemos, más seremos llenos de Él. Seremos personas llenas del Espíritu Santo. En estas condiciones nos será muy fácil predicar el evangelio. No hablaremos a otros ejercitando nuestra mente para pensar en lo que debemos decir. Simplemente les predicaremos ejercitando nuestro espíritu para que el Cristo vivo fluya de nuestro interior.
Si leemos el libro de Hechos detenidamente, veremos que los primeros discípulos no tenían mucho conocimiento ni eran tan elocuentes en la predicación. Sin embargo, eran personas llenas del Espíritu Santo. Día a día, ellos eran llenos del Dios Triuno. Cuando tenían contacto con otros, lo que fluía era el Cristo que moraba en ellos. Esto es exactamente lo que se menciona en Mateo y Juan. Mateo nos dice que los discípulos de Jesús eran bautizados en el Dios Triuno, y Juan nos dice que Jesús viviría en ellos. Ahora en Hechos vemos a este grupo de personas. Todos los primeros discípulos eran personas que habían sido puestas en Cristo y personas en quienes Jesús vivía. Ellos no tenían todas las cosas que la gente hoy piensa que necesitamos. Cuando salimos a alcanzar a otros, lo que necesitamos, estrictamente hablando, no es poder, sino el fluir del Cristo que mora en nosotros. El verdadero evangelio es el fluir de Jesús desde nuestro espíritu. Esto no tiene que ver con adquirir mucho conocimiento, sino con el hecho de ser continuamente llenos del Espíritu Santo.
En Hechos 6:3 y 5, vemos que los diáconos que fueron escogidos por los apóstoles eran hombres llenos del Espíritu Santo. “Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu y de sabiduría, a quienes encarguemos de este menester [...] Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía”.
Luego en Hechos 7:55, vemos que Esteban, mientras era apedreado a muerte, estaba lleno del Espíritu Santo. “Él, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios”.
En Hechos 9, leemos que Saulo de Tarso perseguía a los primeros discípulos. Entonces Jesús se le apareció en el camino a Damasco. “Cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (vs. 4-5). Saulo se sorprendió cuando el Señor le dijo que era a Él a quien perseguía. Pero el Señor le dejó claro que perseguir a los discípulos era lo mismo que perseguirlo a Él. Mientras Esteban era perseguido, él estaba lleno de Jesús. Todos los discípulos que estaban siendo perseguidos eran uno con Jesús. Ellos habían sido puestos en Jesús, y Jesús vivía en ellos. Por consiguiente, cuando ellos eran perseguidos, Jesús estaba siendo perseguido. Es por ello que Jesús le preguntó a Pablo: “¿Por qué me persigues?”. Todos los discípulos estaban en Jesús, y Jesús estaba en ellos. Perseguirlos a ellos era perseguir a Jesús, debido a que todo lo que ellos hacían, era Jesús mismo quien lo hacía en ellos. Por eso, cuando ellos eran perseguidos, Jesús consideraba que Él mismo estaba siendo perseguido. En realidad quien era perseguido no era Pedro, Juan ni Esteban, sino Jesús, quien moraba en todos los discípulos.
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