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Ejercicio de nuestro espíritu, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4880-5
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CAPÍTULO CUATRO

PODEMOS EJERCITAR
NUESTRO ESPÍRITU PARA ORAR
MEDIANTE LA LIMPIEZA
QUE LA SANGRE EFECTÚA
Y EL SENTIR DE LA UNCIÓN

Lectura bíblica: He. 9:14; 10:19-22; 1 Jn. 1:7; 2:27; 1 Ts. 5:16-22; 1 Ti. 2:8; Ef. 6:18

APLICAMOS LA LIMPIEZA
QUE LA SANGRE DE CRISTO EFECTÚA
A FIN DE EJERCITAR NUESTRO ESPÍRITU

Al tener comunión somos puestos al descubierto
y percibimos nuestra necesidad
de la sangre de Cristo

Para ejercitar nuestro espíritu, necesitamos de la limpieza que la sangre de Cristo efectúa. En 1 Juan 1:7 se nos dice: “Si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. Ejercitar nuestro espíritu equivale a tener comunión con el Señor así como tener comunión con los santos en la presencia del Señor. En la presencia del Señor estamos en la luz. Dios es luz (v. 5), las iglesias son los candeleros (Ap. 1:11-12, 20) y los santos son la luz del mundo (Mt. 5:14). Debido a esto, con mucha frecuencia somos puestos al descubierto en la iglesia. Mientras que la oscuridad cubre, la luz pone al descubierto. Mientras estemos alejados de la iglesia es posible que todo parezca estar bien, debido a que todo está oculto, cubierto y velado por la oscuridad; pero cuando regresamos a la iglesia, la iglesia resplandece como un candelero, y entonces nosotros, de manera espontánea, somos puestos al descubierto.

Siempre que entramos en contacto con Dios, con la iglesia o con los santos, somos iluminados. Podemos comprobar esto en nuestra propia experiencia. Cuanto más contacto tenemos con las personas del mundo, más nos encontramos en tinieblas. Por el contrario, cuando vamos en busca de los hermanos y hermanas, somos iluminados aun cuando vamos de camino a encontrarnos con ellos. Incluso antes de llegar al lugar donde los santos nos esperan, ya sentimos cierto remordimiento con respecto a ciertos asuntos. Luego, mientras venimos a la presencia de los santos, recibimos más luz, incluso antes de que digamos palabra alguna. Cuando estamos en comunión, ya sea con el Señor directamente, con la iglesia o con los santos, estamos en la luz. Esta luz nos pone al descubierto y nos es imposible escondernos de ella. Por lo cual, necesitamos ser limpiados con la sangre del Señor.

Cuanto más ejercitemos nuestro espíritu, más seremos partícipes de la comunión, estaremos bajo la luz y percibiremos cuánto necesitamos la sangre para que nos limpie. En 1 Juan 1:7 vemos la relación que existe entre la comunión, la luz y la sangre. Si somos partícipes de la comunión, estaremos en la luz, y al estar bajo la luz necesitaremos la sangre para que nos limpie. Si no aplicamos esta sangre que nos limpia, tendremos la conciencia sucia y bajo condenación. Entonces, nuestra mala conciencia nos molestará e interrumpirá la comunión, y no podremos ejercitar nuestro espíritu. Por tanto, para ejercitar nuestro espíritu necesitamos de la limpieza que la sangre efectúa.

Aplicamos la sangre de Cristo para entrar
en nuestro espíritu, el Lugar Santísimo

Hebreos 9:14 dice: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo?”. La sangre no solamente purifica nuestra conciencia de las malas obras, sino que también de obras muertas. El versículo 19 del capítulo 10 dice: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús”, y el versículo 22 continúa: “Acerquémonos al Lugar Santísimo con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión de la sangre, y lavados los cuerpos con agua pura”. Hoy en día el Lugar Santísimo es nuestro espíritu humano. Debido a que somos personas pecaminosas sumidas en la vieja naturaleza y en la carne, la única manera de entrar en nuestro espíritu y permanecer en el espíritu es por medio de la sangre de Cristo.

Si no le damos la debida importancia a Dios y a nuestra comunión con Él, tal vez no tengamos el sentir de que somos pecadores, pero si verdaderamente nos importa nuestra comunión con el Señor y anhelamos entrar en el Lugar Santísimo, de inmediato percibiremos el sentimiento de condenación en nuestro ser. Esto se debe a que independientemente de cuán espirituales seamos, todavía tenemos la vieja naturaleza, el yo, el alma y la carne. Si tomamos en serio las cosas del Señor a fin de venir a Su presencia, sentiremos la necesidad de ser limpiados con la sangre. Algunas veces, tal vez no tengamos el sentir de que existe un problema específico, pero tenemos un sentir general de que estamos sucios debido a que todavía estamos en nuestra vieja naturaleza. Por tanto, necesitamos de la sangre para que nos limpie. Es al aplicar la sangre y mediante la sangre que podemos entrar en el Lugar Santísimo, es decir, que podemos entrar en nuestro espíritu.

Ciertos himnos cristianos declaran que la sangre limpia nuestro corazón. Según Hebreos 9:14, sería más exacto decir que la sangre purifica nuestra conciencia. Siempre que tenemos el sentir de que estamos en pecado o que hemos errado en algo, nuestra conciencia está sucia y necesita la sangre para ser purificada. Cristo derramó Su sangre en la cruz a fin de satisfacer todos los requisitos de la justicia, la santidad y la gloria de Dios. Luego, esta sangre fue llevada a los cielos mismos, a fin de ser rociada delante de la faz de Dios para lograr nuestro perdón y redención (vs. 23-24). Nuestra conciencia, que está en nuestro ser, corresponde a Dios mismo, quien está en los cielos. Cuando Dios en los cielos condena, la conciencia en nuestro ser también condena; y cuando Dios en los cielos libera, nuestra conciencia también libera. Por tanto, cuando la sangre fue rociada en la presencia de Dios, también fue rociada en nuestra conciencia y ésta fue liberada. Por este motivo, ahora podemos tener una buena conciencia, y tenemos paz en nuestra conciencia.

Si no sabemos cómo aplicar la sangre, no sabremos cómo ejercitar nuestro espíritu. Siempre que ejercitamos nuestro espíritu a fin de contactar al Señor, es vital que apliquemos la sangre para que limpie nuestra conciencia. Dios es justo, santo y está en gloria, pero nosotros somos pecaminosos, perversos, inmundos, mundanos, comunes y carecemos de Su gloria (Ro. 3:23). Por tanto, necesitamos la sangre a fin de eliminar lo que se interpone entre nosotros y Dios, de tal modo que podamos entrar en Su presencia ejercitando nuestro espíritu para contactarle. Tenemos que aprender a aplicar la sangre. Mediante la sangre de Cristo tenemos libertad, paz y denuedo y victoria. Si no aplicamos la sangre, Satanás, el enemigo, el astuto, nos acusará incesantemente de haber procedido mal en ciertos asuntos y con respecto a ciertas personas. Cuando aplicamos la sangre, ésta nos da la victoria sobre las acusaciones del maligno, y de inmediato tenemos la paz interna así como el denuedo para contactar al Señor (Ap. 12:11).


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