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Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-9033-0
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CRISTO HACE SU HOGAR
EN NUESTRA MENTE, PARTE EMOTIVA Y VOLUNTAD

Cristo ha entrado en nosotros y mora en nosotros, pero ahora Él todavía desea hacer Su hogar en nuestros corazones. A fin de entender este asunto, he pasado mucho tiempo estudiando el Nuevo Testamento con la esperanza de descubrir, con base en la Biblia, lo que significa que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones y de qué manera Él lo hace. Han transcurrido treinta y tres años desde 1950, cuando comencé a hablar acerca de la mezcla de Dios con el hombre y del Cristo que mora en nosotros. Yo estudiaba, y durante ese tiempo también hablaba. Hoy en día aunque no me atrevo a decir que he estudiado este asunto a cabalidad, puedo decir que por lo general lo he estudiado con claridad. Ahora utilizaré palabras sencillas para decirles cómo Cristo hace Su hogar en nuestros corazones.

Primero, debemos saber que el hombre fue creado conforme a la imagen de Cristo. Para explicarlo de forma sencilla, Cristo es la expresión de Dios y Él es el propio Dios. El relato bíblico nos muestra que Cristo está lleno de sabiduría; también nos muestra Su mente. Pablo les dijo a los creyentes de la iglesia en Filipos: “Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5). Además, la Biblia nos muestra la mansedumbre de Cristo. En 2 Corintios 10:1 Pablo dijo: “Yo [...] os ruego por la mansedumbre [...] de Cristo”. El término mansedumbre denota muchas cosas. Se refiere a una expresión y una virtud. Ser manso significa ser dócil para con los hombres, sin resistir ni discutir. Esta virtud procede de nuestra naturaleza y nuestro carácter. La naturaleza es algo inherente, mientras que el carácter es algo expresado. Nuestra naturaleza y nuestro carácter tienen que ver con nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Por ende, a fin de ser mansos, debemos tener mansedumbre internamente como nuestra naturaleza, y luego debemos manifestarla externamente como nuestro carácter. Esta naturaleza debe ser algo producido a partir de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. No es algo muerto. Usted no puede decir que un pedazo de madera o una mesa son mansas. Usted podría decir, por ejemplo, que son lisas. La lisura no es algo propio de nuestra naturaleza o nuestro carácter, pues no requiere de las funciones de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. La mansedumbre no sólo procede de nuestra mente, parte emotiva y voluntad, sino que también surge de nuestra conciencia y nuestro espíritu. Ello procede de lo que usted es, es decir, de su persona interna; también procede de lo que usted hace, es decir, de su personalidad que se manifiesta externamente.

La mansedumbre es la imagen del Señor Jesús, que equivale a lo que Él es y lo que hace. Los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento nos muestran que el Señor era una persona mansa. Por lo tanto, la mansedumbre es una fotografía de Jesucristo. Toda Su vida humana, los treinta y tres años y medio que vivió en la tierra, estuvo llena de mansedumbre. Su mente era una mente de mansedumbre, Su parte emotiva era una parte emotiva de mansedumbre y Su voluntad era una voluntad de mansedumbre. Su carácter era manso, Su corazón era manso y Su Espíritu era manso. Su alma, Su corazón y Su Espíritu eran mansos. Todo Su ser estaba lleno de mansedumbre. Ésta era la imagen del Señor Jesús.

Ahora mirémonos a nosotros mismos. Dios nos creó como seres humanos apropiados según Cristo. Sabemos que todas las cosas fueron creadas por Dios conforme a su especie. Las aves son conforme a la especie de las aves, los peces son conforme a la especie de los peces, los perros son conforme a la especie de los perros, los gatos son conforme a la especie de los gatos, las nueces son conforme a la especie de las nueces y las manzanas son conforme a la especie de las manzanas. Entonces, ¿conforme a qué especie es el hombre? El hombre es conforme a la especie divina porque el hombre fue creado conforme a la imagen de Dios, la cual es Cristo. Por lo tanto, el hombre fue creado conforme a la imagen de Cristo con el propósito de contener a Cristo. Después que creemos en Cristo, Él viene para morar en nosotros y hacer Su hogar en nuestros corazones. Sin embargo, según nuestra experiencia, el que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones requiere de un periodo de tiempo y un proceso largos.

Es posible que una persona ya haya creído en el Señor por un periodo considerable de tiempo y que Cristo ha estado en ella de una forma bastante profunda. Sin embargo, Cristo es como la mano que ha entrado en el guante pero que no ha sido capaz de extender los dedos hasta acomodarlos en los lugares apropiados. Por ende, tal persona aún necesita un periodo de tiempo para disfrutar a Cristo continuamente y tener la comunión de vida con los hermanos y las hermanas. Es sólo cuando Cristo ha ganado y ocupado más terreno en ella que Él puede comenzar a hacer Su hogar en el corazón de esa persona. Esto equivale a colocar el dedo pulgar de la mano en el dedo pulgar del guante. Esto también es semejante a mudarse a una casa nueva; cuando el dueño coloca un mueble grande en un lugar apropiado de su nueva habitación, él comienza el proceso de hacer su hogar en la casa nueva. Luego, la persona en cuyo corazón Cristo está haciendo Su hogar sigue asistiendo a las reuniones y sigue teniendo comunión con los hermanos y las hermanas, invocando el nombre del Señor y disfrutando al Señor al comerle y beberle. Gradualmente, otro “dedo” entra y, de ese modo, Cristo hace Su hogar en otra habitación. Después de otro periodo de tiempo, otro “dedo” entra y, de ese modo, Cristo hace Su hogar en aun otra habitación.

De este modo Cristo hace Su hogar en nuestros corazones poco a poco. Este proceso de hacer hogar en nosotros es muy lento, y es posible que no se lleve a cabo completamente aun después que hayamos pasado por todos los días de nuestra vida entera. Cuanto más elevada es la vida, más lento es el proceso de crecimiento. La vida que está en nosotros de hecho es muy elevada, así que su crecimiento es extremadamente lento. Sólo las formas de vida más bajas pueden crecer con rapidez. Por lo tanto, usted no debería esperar crecer rápidamente, pues la vida que está en usted es la vida más elevada. Aunque Cristo como nuestra vida crece muy lentamente, Él crece en nosotros de forma consistente y sólida.

Efesios 3:17 no dice que “Cristo haga Su hogar en vosotros”. Más bien, dice explícitamente que “Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”. Nuestro corazón está compuesto de todas las partes de nuestra alma —la mente, la parte emotiva y la voluntad— más nuestra conciencia, que es la parte principal de nuestro espíritu. Nuestro corazón está unido a nuestra alma y también está conectado a nuestro espíritu. El verdadero centro de nuestro ser no se encuentra en nuestro cuerpo externo, sino en nuestro corazón interno. Nuestro corazón —el cual está unido al alma, conectado al espíritu y compuesto de la mente, la parte emotiva, la voluntad y la conciencia— es la totalidad de todas nuestras partes internas. Cuando Cristo hace Su hogar en nuestro corazón, Él controla todo nuestro ser interior, y también suministra y fortalece cada parte interior consigo mismo. Esto no es una ilustración, sino que es un hecho.

Cristo no solamente entra en nosotros, sino que también Él desea hacer Su hogar en nuestro corazón. Cuando Cristo entra en nosotros, Él entra a nuestro espíritu. No obstante, es muy probable que Él sencillamente permanezca allí y no haya entrado a las diferentes partes de nuestro corazón. Por tanto, Él está en nosotros esperando a que lo amemos y cooperemos con Él, y también está esperando a que lo conozcamos y lo tomemos como vida. Si lo amamos y cooperamos con Él, le proporcionamos la oportunidad para entrar a nuestra mente a fin de llegar a ser su contenido. Esto es semejante a que el pulgar de nuestra mano entre en el pulgar del guante para ser su contenido. Usted ha creído en el Señor, mas es posible que su mente esté carente de Cristo. En cambio, tal vez su mente esté llena de sus hijos y su cónyuge y sus bienes. En su mente no hay nada de Cristo; más bien, sólo está usted mismo y cosas que están fuera de Cristo. Usted ha encerrado a Cristo fuera de la puerta de su mente. Por tanto, aunque Él está en su espíritu, Él sufre porque no puede entrar en su mente. Ésta es la verdadera situación de muchos entre nosotros.

HACER LA MENTE DE CRISTO
NUESTRA MENTE A FIN DE COMENZAR
A VIVIR A CRISTO

Si usted ama al Señor, debería decir: “Oh Señor, quiero hacer Tu mente mi mente. Ahora estoy pensando en mi cónyuge, mis hijos, mis estudios y mi trabajo. Señor, no quiero considerarlos conforme a mi mente. Quiero que Tú entres a mi mente para que seas su contenido a fin de que yo pueda pensar conforme a Tu mente”. En esto consiste vivir a Cristo. Comenzar a vivir a Cristo equivale a permitir que la mente de Cristo sea nuestra mente y considerar todo lo que tiene que ver con nosotros, incluyendo toda persona, asunto y cosa, conforme a la mente de Cristo. De esta manera, Cristo puede entrar y ocupar nuestra mente, y podemos hacer la mente de Él nuestra mente.

PERMITIR QUE CRISTO ENTRE
A NUESTRA PARTE EMOTIVA Y VOLUNTAD

Además, Cristo gradualmente entrará a nuestra parte emotiva y voluntad. Antes que Cristo entre a nuestra parte emotiva, todo lo que amamos, lo amamos conforme a nuestra propia preferencia, y no conforme a la preferencia de Cristo. En nuestro amor, en nuestra parte emotiva, no hay nada de Cristo. Del mismo modo, en nuestra voluntad tampoco hay nada de Cristo. Nosotros decidimos lo que queremos y todo lo que decimos es lo que cuenta; somos los que dirigimos. Hacemos propuestas, pero en nuestras propuestas no hay nada de Cristo. Sin embargo, cuando Cristo entra en nosotros, Su intención no consiste en meramente estar en nosotros, sino en hacer Su hogar en nuestro corazón. Su deseo consiste en gradualmente ocupar y saturar cada parte de nuestro corazón. Nuestra experiencia nos dice que cuando somos llenos de Él, Él es real y viviente y puede hacer Su hogar libremente en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. En esta etapa, Él está en todas las partes de nuestro ser. Él está en nuestro espíritu, y Él también está en nuestra alma. De este modo, Él ocupa y satura todo nuestro ser. Ahora, el hecho de que Él more en nosotros equivale a que Él haga Su hogar en nuestro corazón. Como resultado de esto, nosotros no vivimos por nosotros mismos sino por Él, y no nos expresamos a nosotros mismos en nuestro vivir sino a Cristo.

En esto consiste tomar a Cristo como nuestra vida. De esta manera, nos unimos a Él como una sola entidad de forma completa y práctica, y es en esta etapa que somos verdaderos Cristo-hombres. Un verdadero Cristo-hombre es uno que no sólo tiene a Cristo en su interior, sino que también está lleno y saturado de Cristo y a través de quien Cristo es expresado. En esto consiste que Cristo more en nosotros.


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