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Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1502-9
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CAPÍTULO TRES

EL HOMBRE DE ORACIÓN

Sabemos que en todo lo que hacemos, el resultado siempre depende de la clase de persona que somos. Una persona puede hacer lo mismo que hace otra persona, pero cuando lo hace, el resultado es diferente. Los chinos tienen este refrán: “El resultado de cualquier hecho depende de la persona que lo hace”. Muchos consideran que el método es la clave, pero la realidad es que la persona es más importante que el método. El método es algo muerto, pero la persona es un ser vivo. Por tanto, no es suficiente tener un método particular; también se debe contar con una clase de persona en particular. En asuntos espirituales prácticamente se podría decir que la persona equivale al método. Si la persona no es la apropiada, el método resultará inútil, por muy correcto que sea, porque las cosas espirituales son asuntos de vida, y la vida no depende de los métodos. La vida simplemente se expresa según su naturaleza. Así que, en asuntos espirituales, la persona equivale al método.

En toda la Biblia vemos que Dios raras veces les enseñó a los que le servían los métodos con los cuales debían cumplir su servicio, más bien, trató con las personas mismas. Consideremos el ejemplo de Moisés, uno de los siervos más importantes de Dios en el Antiguo Testamento. Ni en el momento en que fue llamado, ni antes de su llamamiento, hay indicios de que Dios le hubiera hablado de diversos métodos de servicio. Al contrario, Dios pasó ochenta años tratando con el propio ser de Moisés, porque en cuanto a tener contacto con Dios, la persona equivale al método. Aunque hemos hablado de algunos principios acerca de la oración que nos indican en qué consiste realmente la oración, si nuestra persona es inadecuada y meramente intentamos orar según esos principios, éstos no serán eficaces. Por tanto, si deseamos aprender cómo orar, debemos saber qué clase de persona debe ser un hombre de oración. Puesto que éste es un tema tan extenso, sólo podemos mencionar algunos principios importantes.

I. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER UNA PERSONA
QUE BUSCA A DIOS Y SU VOLUNTAD

Si una persona sólo procura satisfacerse a sí misma y sus propios intereses, puede orar, pero no será un hombre de oración. Un hombre de oración tiene que ser una persona a quien en todo el universo solamente le interesa Dios y Su voluntad, sin tener ningún otro deseo aparte de esto.

Podemos ver claramente esta característica en nuestro Señor Jesús cuando vivió como un hombre en esta tierra. Cuando oró en Getsemaní, Él tuvo comunión con Dios acerca del asunto de Su muerte, diciendo: “Si es posible, pase de Mí esta copa”. Y luego dijo: “Pero no sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mt. 26:39). Tres veces le dijo a Dios, hágase Tu voluntad y no la Mía. El concepto general es que cuando una persona ora, le pide a Dios que haga algo para él. Por ejemplo, si tiene un deseo, ora por ese deseo y le pide a Dios que se lo cumpla. Pero en Getsemaní vemos a alguien que oró de la siguiente manera: “No sea como Yo quiero, sino como Tú”. En realidad, el Señor Jesús estaba diciendo: “Aunque estoy orando aquí, no estoy pidiendo que hagas algo por Mí; más bien, estoy pidiendo que se haga Tu voluntad. No busco nada para Mí mismo en este universo. Mi único deseo es que Tú prosperes y que Tu voluntad se pueda realizar. Únicamente te deseo a Ti y Tu voluntad”.

Una vez más consideremos la oración modelo con la cual el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar, pues esta oración sigue el mismo principio. Al comienzo Él dijo: “Santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:9-10). Estas palabras que Él oró revelan claramente cuál era Su deseo interior. Hermanos, si únicamente oramos por nuestro vivir, trabajo y familia, entonces nuestras oraciones realmente están por debajo de la norma. Esto demuestra que no somos sencillos ni puros ante Dios, sino que más bien somos complicados e interiormente tenemos una mezcla de intereses, ya que deseamos otras cosas aparte de Dios.

A veces incluso en la obra de Dios codiciamos algo para nosotros mismos. Nuestro espíritu y nuestro corazón aún no han sido purificados al grado que busquemos solamente a Dios y Su deseo; por tanto, no somos hombres de oración. Tal vez oremos, pero en cuanto a nuestro ser se refiere, no somos hombres de oración. Un hombre de oración es aquel que ora mucho ante Dios por amor al deseo de Dios, a saber: por la prosperidad de Dios y por el cumplimiento de Su voluntad. Nunca busca su propia prosperidad, aumento, disfrute ni satisfacción. Todo lo que desea es a Dios mismo y la voluntad de Dios; está satisfecho con tal de que Dios tenga la manera de seguir adelante y lograr Su voluntad. Hermanos y hermanas, sólo este tipo de persona es un hombre de oración.

Aunque pareciera que estas palabras son algo prematuras y elevadas para un creyente nuevo, usted y yo debemos tener fe en que desde el principio ayudaremos a los nuevos creyentes a ser adiestrados apropiadamente en cuanto a la oración. Podemos decirles en una manera simple y clara que, incluso al orar por los alimentos en el desayuno, deberíamos decirle a Dios: “Oh Dios, aunque oramos que nos des nuestro pan de cada día, dicha oración no es por nuestro propio bien, sino por el Tuyo. Comemos porque deseamos vivir para Ti. Aun cuando oramos por tal asunto tan insignificante, nuestro corazón es únicamente para Ti, y no para nosotros mismos. Lo que queremos es solamente a Ti y Tu voluntad, y no nuestro propio disfrute y prosperidad”.

Incluso al hacer negocios, al enseñar y en cualquier otro asunto, el principio es el mismo. Podemos decirle a Dios: “Oh Dios, bendice este negocio, pero no para mi propio beneficio, sino para el Tuyo. Oramos pidiendo que este negocio prospere y produzca ganancias, pero no a causa de nosotros mismos, sino a causa de Tu reino”.

Este principio también se aplica a la predicación del evangelio y al establecer, administrar y edificar la iglesia. A veces después de sufrir una pérdida en la obra, uno llora y se lamenta ante Dios. Pero puede ser que este dolor no tenga valor y que Dios no se acuerde de nuestras lágrimas. Dios nos preguntará: “¿Por quién te compadeces, y por quién lloras?”. Dios nos hará ver que nuestro motivo interior no es puro, sino que en la obra de Dios todavía tenemos nuestros propios deseos, expectativas y metas.

Por tanto, hermanos y hermanas, en todo lo que oremos, debemos decirle a Dios: “Oh Dios, estoy orando por este asunto por amor a Ti mismo y a Tu reino; sólo me importas Tú y Tu voluntad”. Alguien que puede orar así, es un hombre de oración. En cuanto a esto debemos ser examinados y probados por Dios. Aparentemente sólo estamos orando a Dios por algo, pidiéndole que eso nos sea hecho, pero ¿nos hemos dado cuenta que nuestras oraciones son pruebas que dejan en evidencia nuestra postura?

¿Qué es lo que realmente buscamos en este universo? ¿Para qué vivimos? ¿Buscamos nuestros propios intereses o los de Dios? ¿Vivimos para nosotros mismos o para Dios? ¿Queremos que Dios satisfaga nuestro deseo o el Suyo? Tarde o temprano cada uno de nosotros será puesto a prueba con respecto a nuestras oraciones. A menos que una persona haya sido llevada por Dios a tal estado de pureza, no será un hombre de oración. Puede hacer muchas oraciones, pero éstas son de poco valor ante Dios, y él mismo no puede ser considerado como una persona que labora juntamente con Dios, que coopera con Él, que ora a Él y que cumple Su voluntad.


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