Ser liberados de los ritos religiosos y andar conforme al Espíritupor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8302-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El Señor desea sacarnos de los rituales, las ordenanzas, las doctrinas y los métodos. Por tanto, deberíamos seguir el espíritu y no los métodos. En la actualidad todavía dependemos de los métodos. Hemos abandonado un método viejo y nos hemos vuelto a un método nuevo. Por tanto, la naturaleza de nuestras reuniones no ha cambiado.
Un cambio de naturaleza produce un cambio de concepto, y no un cambio de un método a otro método, sino un cambio de los métodos al Espíritu. Sea que utilicemos un método viejo, un método nuevo, un método incorrecto o un método correcto, todavía usamos y dependemos de los métodos, y no del Espíritu. Sabemos que no dependemos del Espíritu, pues en las reuniones nuestro espíritu no está viviente; la condición de nuestras reuniones no es ideal. Algunas reuniones parecieran ser una actuación. Invocar al Señor y alabarle a fin de tener un espíritu liberado y elevado debería ser nuestro vivir, y no una actuación. Deberíamos tener un espíritu liberado y elevado no sólo cuando estemos en las reuniones. Por tanto, invocar al Señor y alabarle debería ser nuestra práctica diaria.
Es más fácil orar e invocar el nombre del Señor en una reunión que orar e invocar Su nombre en otros lugares, como en la calle o en un autobús. Nuestra condición espiritual debería corresponder con nuestro vivir; deberían ser lo mismo. Aunque es posible que no sea adecuado invocar el nombre del Señor fuertemente cuando estamos en un autobús, todavía podemos ejercitar nuestro espíritu. Podemos invocar suavemente, no fuertemente. Si en vez de tener comunión con el Señor pasamos nuestro tiempo mirando a nuestro alrededor cuando estamos en una reunión, el que invoquemos el nombre del Señor será una actuación. Esta situación indica que nuestra vida de reuniones está separada de nuestro diario vivir. Esto es erróneo. Verdaderamente necesitamos que la misericordia del Señor nos salve.
Puesto que nuestras reuniones son la expresión de nuestro diario vivir, no hay necesidad alguna de considerar qué método deberíamos utilizar. Respirar no es un asunto de métodos. No necesitamos pararnos de una forma en particular a fin de respirar, y tampoco necesitamos hacer un esfuerzo consciente para respirar. Respiramos espontáneamente en todo lugar. Sin embargo, en algunos lugares podemos practicar la respiración profunda, mientras que en otros lugares esto no es apropiado. Nuestras reuniones deberían ser una expresión de nuestro diario vivir. Algunos cristianos discuten y pelean en su vida diaria, pero son muy bien educados cuando se congregan para adorar. Esto es una actuación. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que tengamos un cambio en nuestro concepto. No estamos cambiando métodos; estamos cambiando nuestro concepto.
En las reuniones no deberíamos depender de método alguno, sino que deberíamos seguir al Espíritu. No es incorrecto invocar el nombre del Señor fuertemente, pero esta clase de invocar se ha convertido en un nuevo método. Pareciera que ya no sabemos cómo orar, pues invocar se ha convertido en un nuevo método. Ciertamente invocar de esta manera no constituye ejercitar el espíritu ni seguir al Espíritu. ¿Acaso el Espíritu solamente nos guía a invocar fuertemente? La buena música tiene una melodía hermosa con notas altas y bajas; no debería tener una sola nota. Es posible que estemos acostumbrados a invocar de esta manera, pero los nuevos creyentes no están acostumbrados al ruido, y es desagradable. Necesitamos tener un cambio de concepto.
Anteriormente, en nuestras reuniones seguíamos una rutina y ciertas ordenanzas. Cada semana nuestras reuniones seguían la misma rutina. Hemos condenado esa manera de reunirnos y le hemos dado muerte. Ahora estamos aprendiendo a seguir al Espíritu. Sin embargo, al seguir al Espíritu, hemos adoptado el método de invocar fuertemente. Éste es otro método. Algunos santos dijeron que sin un método, no saben qué hacer. Seguir un método no equivale a seguir al Espíritu. El Espíritu no se mueve como un tren que sigue sus rieles. El Espíritu es como un viento que sopla donde quiere (Jn. 3:8). El viento podría soplar desde el este en la mañana, desde el sur en la tarde y podría ser un torbellino en la noche. El Espíritu es como el viento que no tiene dirección ni método fijo.
Según la Biblia, en la era del Nuevo Testamento las reuniones cristianas no deberían tener regla alguna. La Biblia no dice cómo los cristianos deberían reunirse, y tampoco da reglas para las reuniones cristianas. Necesitamos ser guiados por el Espíritu. Cuando no sabemos cómo seguir al Espíritu, adoptamos métodos. La denominación bautista tiene el método bautista, la denominación presbiteriana tiene el método presbiteriano, la denominación metodista tiene el método metodista y la denominación luterana tiene el método luterano. Cada denominación tiene su propio método. Nosotros también hemos hallado un método. Sin embargo, en vez de seguir un método, deberíamos vivir por el Espíritu. Nuestras reuniones no son una actuación; son la expresión de nuestro vivir diario. Andamos conforme al Espíritu en nuestro diario vivir a fin de que cuando vengamos a las reuniones, continuemos andando conforme al Espíritu.
Si vivimos por el Espíritu en nuestra vida diaria al tener comunión con Él, alabarle y acudir a Él, tendremos inspiración en las reuniones. El Espíritu podría guiar a un hermano a decir: “¡Señor, te adoramos!”. No hay necesidad alguna de esperar a que alguien pida un himno. Cuando el hermano dice: “¡Señor te adoramos!” la reunión comienza. De inmediato otro hermano podría decir: “¡Sí, Señor, Tú verdaderamente eres digno de nuestra adoración!”. Luego, espontáneamente, es posible que una hermana comience a cantar un himno de adoración, y todos se unan a ella. De este modo, ninguna persona en específico está designada para pedir un himno o para iniciar la reunión. Después de cantar el himno, un hermano podría dar un testimonio, y otro hermano podría leer unos cuantos versículos. Aunque nuestras actividades son distintas, seguimos al Espíritu.
Éste es el fluir del Espíritu, y cada santo debería seguir este fluir. Esto puede compararse a un equipo que juega baloncesto. Cuando un miembro comienza a jugar, el resto del equipo debería estar listo. Cuando una persona recibe el balón, lo debería pasar a otra persona. No hay regla alguna acerca de quién debería pasar el balón y quién debería recibirlo.
En las reuniones tendemos a ser estrictos cuando oramos los himnos; no hay fluir alguno, y las oraciones no están conectadas. No escuchamos las oraciones de otros santos. Como resultado, no regamos nuestros espíritus mutuamente, y no podemos tocar el suministro del Espíritu al seguir el sentir en nuestro espíritu.
A fin de ser salvos de estas deficiencias, necesitamos vivir en nuestro espíritu a diario. De otro modo, en vez de ser capaces de participar en las reuniones, seremos espectadores. Seremos como espectadores en un juego de baloncesto que, debido a que no practican con el equipo, no pueden driblear el balón, pasarlo ni recibirlo. Algunos santos no ejercitan su espíritu regularmente. Ellos tienen una conducta apropiada, aman al Señor y se preocupan por la iglesia, pero carecen del ejercicio de su espíritu. Tales personas son como los miembros en las denominaciones. Por tanto, ellos no participan en nuestras reuniones, pues en nuestras reuniones todos tienen que ejercitar su espíritu para llevar a cabo su ministerio sacerdotal.
Algunos quizás digan: “No puedo jugar baloncesto. Si usted me obliga a jugar, me hará sufrir. Yo puedo verlos y animarlos, pero no me obligue a jugar”. En la vida de iglesia no hay espectadores ni observadores; todos tienen que ser participantes. Aquellos que quieren ser espectadores y no quieren participar introducen el sistema de clérigos y laicos, pues los santos que participan llegarán a ser el clero y quienes son espectadores se convertirán en el laicado. No debería haber tal distinción en las iglesias. Todos somos sacerdotes y todos tenemos que participar en las reuniones.
En el Antiguo Testamento un sacerdote no podía decir: “Ofreceré sacrificios, pero por favor no me pida que queme incienso. Puedo traer los sacrificios para que usted los mate y desuelle, y los puedo cargar hasta el altar del holocausto, pero no puedo entrar al tabernáculo para quemar incienso. Cada uno de nosotros tiene su propia función. No me obligue a hacer ese servicio”. Es cierto que cada uno de nosotros tiene su propia función, pero hay algunas cosas que no podemos hacer por otros. Por ejemplo, no le podemos pedir a alguien que beba agua o coma por nosotros. Todos tienen un servicio, tal como barrer el piso o limpiar la ventana. No obstante, todos necesitamos respirar, beber y comer por nosotros mismos. Cuando nos reunimos, venimos a comer y beber espiritualmente; por tanto, nadie puede participar en nuestro nombre.
En las denominaciones no es posible que todos participen en la predicación, la oración y el canto, así que es necesario que algunos estudien en los seminarios a fin de llevar a cabo estas funciones. Algunos estudian cómo dar sermones o cómo predicar el evangelio, y algunos estudian música. Una persona que estudia música dirigirá el canto en una denominación cuando se gradúe. Tal persona no puede hablar o visitar a los santos. Ésta no es nuestra manera de proceder. La vida divina en nosotros es una vida sacerdotal, así que no podemos decir que no sabemos cómo servir. Cualquier persona que ha sido salva tiene la capacidad de servir, pero su servicio exacto depende del ejercicio diario de su espíritu. Por tanto, todos necesitamos practicar el ejercitar nuestro espíritu diligentemente.
No debemos estar inactivos en las reuniones. Puesto que asistimos a una reunión para ejercer nuestra función, cuando la reunión comience, deberíamos estar listos para cumplir nuestra función. Por tanto, tenemos que estar atentos. Si estamos inactivos, será difícil tener una reunión.
Puesto que el Señor no nos dirige conforme a una serie de reglas o métodos, necesitamos ejercitar nuestro espíritu a diario a fin de estar vivientes, y necesitamos vivir delante del Señor. Además, cuando venimos a una reunión, tenemos que estar alertas y listos para ministrar como sacerdotes al ofrecer nuestra porción de Cristo en el momento oportuno.
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