Exhortación amorosa a los colaboradores, ancianos y los que aman y buscan al Señor, Unapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0736-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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También debemos tener cuidado con el orgullo. Tal vez no hagamos alarde abiertamente, pero es posible que secretamente nos ufanemos de nuestra capacidad, habilidad y aptitud espirituales. Algunas veces las personas se jactan, diciendo: “Vean cuán hábil soy. ¿Puede comparar su habilidad con la mía? Inclusive una persona sin mucha capacidad puede jactarse de que puede hacer lo que otros no pueden. Otra vez les pregunto: “¿Quién no se exalta a sí mismo y menosprecia a los demás?” He visto muchas situaciones, he experimentado todas estas cosas y he aprendido esta lección. Por lo tanto, tengo una carga dentro de mí que me motiva a hablarles a todos ustedes, y creo que éste es el momento de decirles unas palabras llenas de amor en cuanto a la ambición, el orgullo, la justificación propia y el no conformarnos a la muerte de Cristo.
Ser orgulloso también es tener un concepto más alto de sí mismo que de otros. Ciertamente, ésta es una enfermedad común entre los cristianos. Por lo tanto, Pablo nos encargó lo siguiente: “Digo, pues, mediante la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí de tal manera que sea cuerdo, conforme a la medida de fe que Dios ha repartido a cada uno” (Ro. 12:3). Aunque el Señor ya hace casi dos mil años que se fue, ¿por qué parece que nada se ha cumplido en cuanto a la edificación del Cuerpo? Debido a todos estos “topos”. Pablo estaba muy consciente del orgullo. El dijo que a un recién convertido no se le debe asignar responsabilidad no sea que, cegado por el orgullo, caiga en la condenación del diablo (1 Ti. 3:6). He visto esto. Al asignar cierta responsabilidad existe el riesgo de que algunos se hagan daño por su orgullo.
Tampoco debemos considerarnos justos ni traer a colación los fracasos y defectos de los demás. Por lo general, nos gusta justificarnos a nosotros mismos y exponer los vacíos, los errores y los defectos de los demás. Hay algunos entre nosotros que hacen esto constantemente. Nunca los oímos juzgarse a si mismos; por el contrario, siempre se consideran justos mientras exponen los fracasos y defectos de otros. Es una trampa considerarse justo y hablar bien de sus propios logros y méritos, y hablar de cómo ha triunfado en cierto trabajo y ufanarse de todas sus cualidades. Quisiera dejar impreso este mensaje en sus mentes y en su memoria. Entonces podrán observar que nuestra condición en el recobro del Señor es exactamente ésa.
Como he dicho antes, el espíritu de no pastorear ni buscar a otros y de no amar ni perdonar está esparciéndose y predomina en el recobro. Creo que nuestra esterilidad se debe a que no se tiene el corazón amoroso y perdonador del Padre y a que se carece del espíritu de pastoreo y búsqueda del Salvador. Me doy cuenta de que todos trabajan arduamente, pero casi no hay fruto. El Señor dice: “Por el fruto se conoce el árbol” (Mt. 12:33), y nosotros somos un árbol sin fruto. La esterilidad prevalece en todas partes entre nosotros. Según las estadísticas, un pastor capacitado y amoroso que tal vez no tenga un don particular ni sea elocuente sino que simplemente visita a las personas y las recibe cuando vienen a su reunión, tendrá un aumento anual del diez por ciento. Sin embargo, nosotros no tenemos ni eso. ¿Pueden ver cuán estériles estamos? Muchos de ustedes son buenos oradores y conocen las verdades bíblicas más elevadas. Las verdades que nosotros tenemos son mucho más elevadas que las que tienen en la cristiandad. Sin embargo, no tenemos fruto, porque carecemos del corazón amoroso y clemente del Padre, y del espíritu de búsqueda y pastoreo del Hijo. Condenamos a otros y les imponemos reglas, en vez de buscarlos y pastorearlos. Tenemos una gran escasez en amar y en pastorear. Estos son los factores vitales para que podamos llevar fruto, es decir: ganar personas. Me preocupa bastante nuestro entrenamiento de tiempo completo. ¿Entrenamos a los jóvenes para que ganen a las personas o para que les impongan normas? Necesitamos meditar sobre nuestro camino, como dijo Hageo (1:5). Nuestro método no es correcto; hay algo que no está bien.
Con frecuencia censuramos a otros, exponiendo sus fracasos y defectos. Debemos admitir que por naturaleza tendemos a hablar bien de nosotros y a exponer los defectos de los demás. Así es nuestra manera de ser por nacimiento. No hay necesidad de hablar de los defectos de los demás, pero tal vez simplemente nos guste hacerlo. Muchas veces los hermanos se reúnen y hablan de las debilidades, los defectos y los fracasos de los demás. He aprendido la lección de temer y temblar al hablar de los defectos de otros. El término legal para esto en el mundo es difamación. ¿Por qué tenemos que hablar de una manera difamatoria? Sin embargo, casi todos hacemos esto. Por la misericordia y la gracia del Señor he aprendido la lección, y por ello es muy difícil que me oigan hablar de los defectos de otros. Siempre que hablo de la debilidad de otros, me siento juzgado y me digo a mí mismo: “¿Acaso yo no tengo faltas?” Los fariseos y los escribas trajeron una mujer pecaminosa al Señor y le dijeron: “En la ley, nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Jn. 8:5). El Señor se inclinó y se puso a escribir en el suelo, lo cual muestra Su humildad. El no se puso de pie y dijo: “¿Qué es esto? ¿Para qué vienen a mí? ¡Déjenme decirles ciertas cosas!” No. El Señor se agachó y se puso a escribir en la tierra. Según mi estudio de la Biblia, creo que lo el Señor escribió fue: “¿Quién está libre de pecado?” Es como si dijera: “No hay duda de que ella es una pecadora y la sorprendieron. Pero, ¿estás tú sin pecado?” Ellos le insistieron al Señor que dijera algo, así que les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7). Ante esto, sus conciencias fueron despertadas. Cada uno, comenzando desde los mayores, los de más experiencia, fueron compungidos. ¿Quién está libre de pecado? Ustedes que hablan de las faltas de otros, ¿acaso no tienen faltas? No obstante, según nuestra tendencia innata, tenemos como “pasatiempo” hablar de los defectos de los demás. ¿Les gustaría sacar a la luz sus propias faltas? Obviamente no. Les gusta esconderlas.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.