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Espíritu y el cuerpo, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4516-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 21 Sección 2 de 3

LA TRANSFORMACIÓN: UN CAMBIO METABÓLICO

Cuando la vida nos es impartida, el resultado de ello es la transformación. Esto es semejante a la reacción química que se produce cuando añadimos un elemento a otro elemento. La vida divina que nos fue impartida por medio de la santificación es un elemento químico. Cuando este elemento es impartido en nuestro ser, se produce una reacción, la cual es la transformación. La transformación significa un cambio en nuestra naturaleza, esencia, apariencia, gustos y en todo nuestro ser. La transformación no es un cambio externo, es decir, no consiste en corregir ni modificar; antes bien, consiste íntegramente en un cambio metabólico interno en nuestro ser. En el proceso de metabolismo, una esencia nueva es añadida a fin de reemplazar la esencia vieja, llevársela y producir una nueva situación. Este metabolismo es la transformación que se revela en el Nuevo Testamento (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). La transformación es un metabolismo divino en el que un nuevo elemento se añade al elemento viejo para desecharlo y crear así una nueva situación. Si nuestros ojos fueran abiertos para ver esto, abandonaríamos todas las enseñanzas que recibimos en el pasado, las cuales nos alentaban a enmendarnos y a mejorar nuestra conducta. Estos cambios externos no son cambios metabólicos, pues no son el resultado de que algo nuevo se añada a nuestro ser para desechar lo viejo y crear una nueva situación.

NO SE TRATA DE UNA ACCIÓN EXTERNA DE CORREGIR

Tomemos el ejemplo del maquillaje. Algunas mujeres, debido a que son pálidas, se maquillan para embellecerse. Esto no es transformación. Más bien, esto es una obra semejante a la que realizan los embalsamadores para mejorar la apariencia de los cadáveres. Muchos de nosotros estábamos en la “morgue” de la religión por muchos años, donde “embalsamadores” que eran contratados intentaban embellecer nuestros rostros cada domingo. Yo estuve en esta clase de situación, y hasta yo mismo hice la obra de un “embalsamador”. La economía del Señor es completamente diferente a esto. No nos importa si su tez es pálida o no; de hecho, hasta puede ser verdosa o gris. No importa cuál sea su color, lo único que queremos es alimentarlo con algo nutritivo. Una vez que los ricos nutrientes del alimento entren en su organismo, éstos desecharán las cosas viejas y crearán dentro de usted una condición nueva. Debido a que mi esposa me sirve comidas nutritivas, mi rostro no se ve pálido ni verdusco. Ella nunca me maquilla la cara para que tenga ese color tan saludable. El alimento que yo como no hace que mi rostro resplandezca de manera directa, sino que más bien de manera indirecta por medio del proceso metabólico. El elemento nuevo, rico y nutritivo llega a mis fibras, desecha el elemento viejo y hace que yo adquiera una constitución nueva. Eso es exactamente lo mismo que hace la transformación espiritual.

Los santos que están en el recobro del Señor, en lugar de corregir su comportamiento externo, experimentan cierta medida de transformación interna. ¡Cuán animado y contento me siento al ver la transformación, el cambio metabólico en los hermanos y hermanas! Aunque pueda sentirme fatigado a causa de la obra del ministerio, me vienen deseos de continuar laborando para suministrarles más alimento cuando pienso en cómo ustedes están siendo transformados. Muchos pueden testificar que en mi ministerio nunca corrijo a las personas. En vez de corregirlos, les imparto un rico alimento. Este elemento nutritivo es el propio Señor Jesucristo. Cuando Cristo como el elemento nutritivo es ministrado en nuestro ser, dicho elemento propicia un cambio metabólico que nos transforma. Y aunque usted lleve sólo unos pocos años en este proceso de transformación, encontrará difícil regresar a su pasada manera de vivir, aunque quisiera hacerlo. Una vez que usted haya experimentado la transformación, le será imposible ser el mismo. Aunque intente regresar a las cosas pecaminosas y mundanas que solía hacer, no podrá erradicar o deshacer la obra de transformación. Ni siquiera el mejor detergente podrá lavarla. Tal vez usted pueda quitarse el maquillaje lavándose la cara, pero no podrá deshacer así de fácil la obra de transformación que ha ocurrido en lo profundo de su ser. De hecho, cuanto más trate de eliminarla, más se manifestará. Esta obra permanecerá por la eternidad. Este proceso de transformación continuará y aumentará hasta el día de la redención, cuando seremos completamente transformados a la imagen de Cristo.


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