Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-0700-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La Biblia nos muestra que Dios difunde Su palabra de una manera que va más allá de lo que podamos pensar. Pero según nuestro concepto, Dios debería propagar Su palabra y darla a conocer de dos maneras.
En primer lugar, pudo haber creado una grabadora, la cual nos permitiría escuchar lo que Dios dice palabra por palabra, literalmente, y eliminaría la posibilidad de interpretarlo erróneamente. Además, todos podríamos oír la Palabra de Dios sin ninguna contaminación cuantas veces quisiéramos con sólo retroceder la cinta. Pero esto no es lo que El quiere.
En segundo lugar, pensamos que Dios debería comisionar a los ángeles para que propaguen Su palabra. En la Biblia vemos que en ciertas ocasiones los ángeles llevaban mensajes al hombre. Pero eso no era lo que Dios quería. De ser así, habría dictado Sus palabras como preceptos como hizo con los Diez Mandamientos. Estos documentos o preceptos no tendrían ningún error ni ningún indicio del elemento humano. Muchos piensan que esto eliminaría una gran cantidad de argumentos teológicos, debates y herejías. Creen que si la Palabra de Dios se dictara palabra por palabra, sería más fácil entenderla. Sería muy sencillo que Dios dictara Su palabra en quinientas o seiscientas cláusulas semejantes a la ley. Pero nuestro Dios no actúa así. Algunas personas quisieran que la Biblia fuera una colección de 1.189 dogmas bien organizados, y no 1.189 capítulos. De esta manera tendrían un manual cristiano que fácilmente les proporcionaría información acerca de la fe cristiana. Pero Dios tampoco obra así.
Si Dios usara una grabadora para difundir Su palabra, no habría lugar para equivocaciones, aparte de que la grabación se podría oír cuantas veces fuera necesario, y Su palabra no escasearía sino que seguiría extendiéndose en la tierra, y nadie se tendría que preocupar por perder la visión. Pero el problema básico de esto sería que, por carecer del elemento humano, el único que entendería la Palabra sería Dios; porque aun cuando la palabra fuera de Dios, no habría una base común para la comunicación, ni habría ninguna conexión entre Dios y el hombre. Sin las características humanas, la Palabra de Dios no tendría sentido para nosotros. Dios nunca nos hablará de esa manera.
Además, Dios no organiza Su Palabra en forma de doctrinas y preceptos. Si bien es cierto que la Palabra de Dios contiene doctrinas, ésta no fue dirigida al intelecto del hombre. Muchos creyentes prefieren el aspecto doctrinal de la Palabra de Dios. Y para muchos incrédulos, la Biblia es un libro insípido, y común y creen que lo único que vale la pena leer es los Diez Mandamientos. El hombre siempre ha querido clasificar la Palabra de Dios en secciones: en una, los ángeles hablan; en otra, es Dios quien habla; y la última, es aquella donde la revelación se recibe por medio de truenos y relámpagos. En ninguna de estas secciones interviene el elemento humano. Sin embargo, debemos recordar que los rasgos humanos son una característica que siempre está presente en la Palabra de Dios. No hay ningún libro que sea tan personal como la Palabra de Dios. Pablo, por ejemplo, repetidas veces usa el pronombre personal yo en sus epístolas. En cambio nosotros, cuando escribimos, generalmente evitamos su uso a fin de no dar una impresión muy personal. Pero la Biblia está llena del elemento humano. Dios escogió al hombre para que fuera ministro de Su palabra, porque desea que ella posea el elemento humano. Este es un principio básico.
El elemento humano ocupa un lugar crucial en la Palabra de Dios. Sin éste la Biblia no tendría significado. Por ejemplo, el libro de Gálatas, al hablarnos de la promesa de Dios, alude a la historia de Abraham. Si elimináramos de la Biblia esta historia, no entenderíamos en qué consiste la promesa de Dios. El Señor Jesús es el Cordero de Dios que redime al hombre de pecado (Jn. 1:29). En el Antiguo Testamento se describe el sacrificio continuo de becerros y cabritos, empezando con el sacrificio que ofreció Abel en Génesis, y luego describiendo los que se ofrecen en el libro de Levítico. El hombre hacía holocaustos a Dios continuamente, los cuales tipificaban al Señor Jesús, como el Cordero de Dios, quien es propicio a los pecadores. David, por ejemplo, peleó las batallas y las ganó, obedeció a Dios y fue un hombre cuyo corazón corresponde al de Dios. El preparó los materiales para la edificación de la casa de Dios, y Salomón edificó el templo con el oro, la plata y las piedras preciosas que David acumuló. David y Salomón tipifican al Señor Jesús quien peleó la batalla, la ganó, ascendió y fue entronizado. Si quitamos de la Biblia la historia de David y Salomón, no podríamos ver al Señor Jesús en Su plenitud, pues la Biblia dice que El es mayor que David y que Salomón (Mt. 22:43-44). A fin de que el Señor Jesús viniera, era necesario que primero existiesen David y Salomón. De no ser así, no podríamos entender este pasaje. Moisés sacó a los israelitas de Egipto y luego los condujo en el desierto. La narración de los detalles de esta historia, incluyendo la manera en que Josué introdujo al pueblo en la tierra de Canaán y cómo vencieron a los treinta y un reyes de Canaán constan en la Biblia. Si estas historias se borraran, ¿qué se podría extraer de los libros de Exodo, Números y Josué? Sin el libro de Josué, no podríamos entender el libro de Efesios. En estos ejemplos vemos que el elemento humano está presente a lo largo de la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios se caracteriza por el elemento humano. Dios no emite ni revela Su palabra por medio de un viento apacible, sino por medio del hombre y de todos los acontecimientos relacionados con él. Esto hace que Su palabra sea sencilla e inteligible. Dios habla así para que el hombre pueda entenderle; El no habla de manera sobrenatural, ni simplemente espiritual, sino de una manera normal y humana. Por medio de lo humano podemos entender lo que Dios hace y dice. El libro de Hechos no contiene muchas doctrinas. Básicamente es la narración de los hechos que los apóstoles realizaron guiados por el Espíritu Santo. Las acciones de Pedro, al igual que las de Pablo, llegaron a formar parte de la Palabra de Dios. Lo mismo sucedió con el comienzo de la iglesia en Jerusalén, en Samaria y en Antioquía. Estos sucesos no sólo constituyen la historia, sino que forman parte de la Palabra de Dios. En la historia vemos cómo el hombre representa y declara la Palabra de Dios, y cómo el Espíritu Santo la revela por medio de éste. La Palabra está impregnada del elemento humano, el cual, a su vez, es un rasgo de la Biblia. La Biblia no es un libro de credos; es un libro donde el hombre vive la Palabra de Dios. Cuando el hombre lleva a cabo, vive y expresa las palabras de Dios, el resultado es la Palabra de Dios.
En las Escrituras encontramos el principio básico de la encarnación. Si no entendemos este principio, es decir, que la Palabra se hace carne, será difícil entender la Palabra de Dios. La Palabra de Dios no es abstracta, ni llega a ser tan espiritual que suprima el matiz humano, ni está distante, ni permanece en una esfera invisible, intangible e inaccesible. “En el principio era el Verbo ... El estaba en el principio con Dios” (Jn. 1:1-2). Este Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre los hombres, lleno de gracia y de realidad (v. 14). Esta es la Palabra de Dios, la cual habita entre los hombres. Debemos recordar que la encarnación del Señor Jesús revela el principio básico del ministerio de la Palabra de Dios. Para entender este ministerio, necesitamos entender la encarnación del Señor Jesús. ¿Qué es el ministerio de la Palabra? Es el Verbo hecho carne. Esto es algo absolutamente celestial; sin embargo, no ocurre en el cielo, sino en la tierra. Es ciento por ciento celestial, pero tiene carne, tiene el elemento humano; es decir, ha tomado forma humana. Es celestial, pero al mismo tiempo el hombre lo puede ver y tocar. Este es el testimonio de los apóstoles. Leemos en 1 Juan 1:1: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos”. La Palabra de Dios se puede ver, contemplar y tocar.
Examinemos el asunto de la santidad. Antes de que el Señor viniera, nadie sabía lo que era la santidad. Pero ahora la santidad ya no es algo abstracto, pues la pudimos ver en el Señor Jesús cuando estuvo en la tierra. Ella anduvo entre los hombres, ya que el Señor Jesús es la santidad. Cuando la Palabra se hizo carne, la santidad se hizo carne. Tampoco conocíamos la paciencia hasta que la vimos expresada en el Señor Jesús. Dios es amor, pero nosotros no sabíamos lo que era el amor. Hoy este amor se puede ver en Jesús de Nazaret. Posiblemente tengamos el concepto de que un hombre espiritual no debe sonreír ni llorar ni expresar ningún sentimiento humano. Sin embargo, al ver a Jesús de Nazaret, entendemos el significado de la espiritualidad.
Si la santidad, el amor, la paciencia, la espiritualidad y la gloria estuvieran en Dios solamente, no las conoceríamos, pero ahora las conocemos porque el Señor Jesús es tanto la santidad como la espiritualidad y la gloria. Esto es lo que significa que la Palabra se haya hecho carne, es decir, todas estas cosas se hicieron carne. Cuando tocamos esta carne, tocamos a Dios. El amor de Jesús, Su gloria, Su santidad y Su espiritualidad, son de Dios. Todas estas cosas estaban exclusivamente en Dios, pero ahora las podemos entender porque las vimos en el Señor Jesús.
El principio de la encarnación es fundamental. La obra que Dios hace en el hombre y Su comunión con él son gobernadas por este principio básico. Aunque la encarnación no ocurrió en el Antiguo Testamento, vemos que Dios se movía en esa dirección; y aun después de que el Verbo hecho carne ascendió a los cielos, Dios sigue operando conforme al principio de la encarnación. La obra que Dios realiza en el hombre y Su comunión con él se basan en este principio. Dios ya no es abstracto ni etéreo ni está oculto, pues se encarnó, se manifestó. A menudo, al predicar el evangelio, nos gusta declarar que nuestro Dios se ha manifestado. En el Antiguo Testamento El permaneció oculto. Dice en Salmos 18:11 que Dios “puso tinieblas por su escondedero”. Ahora Dios está en la luz; se ha mostrado, se ha revelado a plena luz y lo podemos ver. Mientras Dios estuvo escondido, no podíamos verlo ni conocerlo. Pero ahora El está en la luz, y lo podemos ver y conocer. El se ha manifestado en la persona de Su Hijo Jesús.
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