Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1502-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En los dos capítulos anteriores hablamos de la relación que existe entre la cruz y la oración, y la relación entre el suministro de vida y la oración. En este capítulo, seguiremos adelante y hablaremos acerca de la relación que hay entre la iluminación de la vida y la oración. Estos tres capítulos están relacionados con base en el servicio de los sacerdotes del Antiguo Testamento, quienes quemaban el incienso en el Lugar Santo. Debemos tener presente que en los tipos del Antiguo Testamento, cuando los sacerdotes entraban en el Lugar Santo para quemar el incienso, tenían que pasar por el altar del holocausto. Después de entrar en el Lugar Santo, ellos primeramente ponían los panes de la proposición sobre la mesa. En segundo lugar, preparaban las lámparas, y por último, quemaban el incienso. Por tanto, el pasar por el altar, por la mesa de los panes de la proposición y por el candelero, está completamente relacionado con el quemar el incienso ante Dios. Todo aquel que vaya ante Dios para quemar el incienso debe pasar por estos tres lugares en su experiencia. La cruz y la oración hablan de la relación entre el altar del holocausto y el altar del incienso. El suministro de vida y la oración hablan de la relación entre la mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso. Y la iluminación de la vida y la oración se refieren a la relación existente entre el candelero y el altar del incienso.
Los sacerdotes que iban al altar de oro para quemar el incienso tenían que pasar por el altar de las ofrendas. También tenían que pasar por la mesa de los panes de la proposición y por el candelero. Esto significa que todo aquel que vaya ante Dios para orar debe pasar por la cruz. También deben experimentar a Cristo como vida al grado que puedan llevar consigo al Cristo que han disfrutado y presentarlo ante Dios. También deben experimentar a Cristo como luz de modo que sean iluminados en su interior.
Sabemos por experiencia que cuanto más uno se acerca a Dios, más está en luz y más es iluminado en su interior. Esto no significa que una vez que alguien ore a Dios será iluminado en su interior; más bien, significa que al pasar por la cruz y disfrutar a Cristo como vida, esta vida llega a ser la luz que ilumina su interior. Sólo una persona que es iluminada de esta manera tendrá incienso aceptable a Dios, y por tanto podrá ir ante Él para orar.
Nadie debe presentarse de una manera insensata ante Dios para orar si se halla en un estado entenebrecido, sombrío, oscuro ni lúgubre. Si vamos ante Dios en tal estado, no tendremos ni muchas palabras ni mucha carga para orar. Aquel que puede ir ante Dios para quemar el incienso es el que ha pasado por el altar, ha disfrutado a Cristo y lo ha presentado como el pan ante Dios, ha encendido la lámpara y está resplandeciendo por dentro.
Notemos aquí que si la luz del candelero se apagara de modo que todo el Lugar Santo quedara oscuro, no habría manera de quemar el incienso en el altar de oro. Al estar a oscuras, uno no sabría dónde comenzar. Es exclusivamente por medio de la luz del candelero que uno puede moverse y actuar y saber qué hacer en el altar del incienso. Éste es un cuadro muy claro. Muchas veces cuando vamos ante Dios para orar, no encendemos la lámpara y estamos sin luz interior. Por tanto, sólo podemos orar de manera insensata, andando a tientas, enteramente en tinieblas. En un sentido estricto, si estamos en tal situación, no debemos ni comenzar a orar. Deberíamos primero volvernos interiormente para tomar medidas con respecto a la iluminación. Cuando somos iluminados y podemos ver claramente, sabiendo de cuáles cosas debemos orar y cómo orar, entonces podemos comenzar a orar.
A fin de que se realice dicha iluminación, primero necesitamos que Dios trate con nosotros en el altar de las ofrendas. Esto significa que debemos ser quebrantados al aplicar la cruz. Luego experimentamos a Cristo como vida y le disfrutamos como los panes de la proposición. Entonces, según lo que hemos experimentado y disfrutado, llevamos a Cristo, el alimento de vida, y lo presentamos ante Dios para que Dios lo aprecie. De este modo, la luz dentro de nosotros ciertamente estará resplandeciendo, porque la vida que experimentamos es la luz. Ahora cuando vamos ante Dios para orar, incluso sólo unos minutos, sentimos que estamos iluminados por dentro, que la lámpara por dentro está resplandeciendo. El Cristo que hemos experimentado, que hemos llevado y presentado ante Dios para que Él lo aprecie, es también la luz de la vida que brilla en nosotros. En ese momento podemos orar fácilmente ante Dios. También tenemos claridad en cuanto a las cosas por las que debemos orar, o por lo que no debemos orar. Podemos tocar el altar del incienso y saber lo que debemos hacer allí. Sabemos cómo quemar el incienso. Todos los que han tenido esta experiencia pueden testificar acerca de esto. Por tanto, la iluminación de la vida está totalmente relacionada con la oración. Sin encender la lámpara, no podemos quemar el incienso.
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