Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6775-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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David había preparado todo para el edificio de Dios. Ahora Salomón podía empezar a edificar el templo en Jerusalén en el lugar que David preparó y conforme al modelo que Dios le había dado a David (2 Cr. 3:1). El relato histórico de este edificio es muy significativo, puesto que revela cómo Salomón trajo todo lo del antiguo tabernáculo al nuevo templo. Todos los enseres incluyendo el Arca fueron traídos al templo (1 R. 8; 2 Cr. 6:41—7:3). Una vez más había una sola Arca con un solo recipiente. Todo era normal. Ya mencionamos la situación anormal que existía en los días de David: el tabernáculo apropiado estaba en Silo, pero el tabernáculo inapropiado que levantó David estaba en el monte Sion. Ahora, conforme a la manera en que Dios recobra las cosas, el tabernáculo antiguo y apropiado se mezcló con el templo nuevo, y el Arca fue colocada en el templo. Esto es absolutamente normal, un recobro completo conforme al modelo dado por Dios. En esto vemos un principio vital e importante. Dios jamás permitirá que existan dos expresiones de Su Arca al mismo tiempo. El tabernáculo no podía existir por sí solo; debía mezclarse con el templo. Esto demuestra que a los ojos de Dios siempre ha habido una sola expresión de Su Arca. Dios nunca actúa descuidadamente. Conforme a nuestra opinión humana y a nuestro modo de proceder, cuando un templo superior y más agrandado es edificado, nos olvidamos del anterior. Tal vez pensemos que está bien abandonar el templo anterior donde está, pero Dios es más cuidadoso. Si después de ser edificado el templo, el tabernáculo todavía siguiera existiendo separadamente, ello habría dado pie a que alguien dijera: “Aunque el templo ha sido edificado, el tabernáculo aún sigue en pie. ¿Qué de malo tiene que haya dos o más expresiones del Arca?”. Pero Dios no da lugar a la división. No podemos tener dos o más expresiones del testimonio de Dios. Debe haber una sola expresión del Arca; por lo tanto, el tabernáculo debe ser absorbido por el nuevo templo. De este modo, no hubo ninguna división, ni separación ni confusión. Debemos comprender hoy que sólo hay una expresión de Cristo en una sola iglesia. Ésta es la manera en que Dios recobra las cosas.
La manera en que Dios recobró las cosas por medio de Salomón dio por resultado un agrandamiento significativo. Ya vimos cómo las medidas del templo eran mucho mayores que las del tabernáculo. Casi todo en el templo era dos o tres veces más grande (1 R. 6:2, 20), y los enseres fueron agrandados diez veces más. Sin embargo, hubo algo que no fue agrandado en lo más mínimo: el Arca. La razón es que el Arca es Cristo, y Cristo mismo jamás puede ser agrandado. Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8). Él es siempre el mismo. Sin embargo, la experiencia que tenemos de Él necesita ser agrandada y ensanchada en gran medida.
En el recobro que Dios efectuó por medio de Salomón el altar de bronce que estaba en el atrio fue hecho mucho más grande (2 Cr. 4:1). Se podían ofrecer allí muchas más ofrendas. Esto significa que debemos tener una experiencia más grande y ensanchada de la cruz de Cristo. Nuestra experiencia de consagración debe incrementarse mucho más. Si en el nuevo edificio se hubiera conservado el mismo altar de bronce pequeño y antiguo, ciertamente no habría encajado allí. De igual manera, nuestras experiencias de la cruz deben aumentar de modo que correspondan al agrandamiento del edificio de Dios.
No tenemos las medidas del antiguo lavacro que estaba en el tabernáculo, pero sí sabemos que había solamente un lavacro. Sin embargo, en el templo, en el recobro, hubo diez lavacros. Y entre estos diez lavacros, en el centro, había un mar; no un estanque ni un lago, sino un mar (vs. 2-6). Esto revela que la obra del Espíritu Santo de descubrir, alumbrar, limpiar y purificar necesita ser agrandada y ensanchada en gran medida en nosotros por causa del edificio de Dios.
En el tabernáculo anterior la mesa del pan de la Presencia era muy pequeña, y sólo había una; pero en el templo vemos que había diez mesas (v. 8), es decir, vemos un incremento por diez. Anteriormente, experimentamos a Cristo de una manera muy reducida como nuestro pan de vida, pero ahora nuestra experiencia de este pan vivo debe ser diez veces mayor. En el tabernáculo sólo había un pequeño candelero, pero en el templo vemos que había diez candeleros (v. 7). Esto significa que nuestra experiencia de Cristo como la luz de la vida que resplandece en nosotros también debe incrementarse en el templo agrandado, de modo que corresponda con las diez mesas. Es necesario que correspondamos al agrandamiento de Dios.
No sólo hubo un aumento en cuanto a tamaño y peso, sino también en el número de los elementos que había en el templo. Vimos además cómo en el antiguo tabernáculo había una sola clase de madera: acacia; pero en el templo había al menos tres clases de madera. Había ciprés (1 R. 6:15, 34), un árbol que comúnmente se plantaba en los cementerios de la antigüedad. Esta madera representa algo que existe en la muerte, lo cual tipifica la muerte de Cristo. Luego tenemos el cedro del Líbano (vs. 15-16), que representa en tipología la resurrección o el Cristo resucitado. Además, tenemos el olivo (v. 31). El olivo suministraba aceite, y el aceite es un tipo del Espíritu Santo. Por lo tanto, este árbol representa al Cristo que nos da el Espíritu. A través de estas tres clases de madera experimentamos a Cristo en muerte, en resurrección y como el Espíritu Santo.
También en el templo se usaba una mayor cantidad de oro. Todo el templo estaba recubierto de oro (vs. 20-22). Además, había muchas variedades de piedras, las cuales eran grandes. Todo el edificio, todo el templo, estaba hecho de piedras. En el edificio de Dios las piedras representan la transformación. Una piedra preciosa no es un elemento en su estado original creado por Dios, sino una entidad en la cual se ha forjado algo y que ha sido producida durante cierto período de tiempo. Los seres humanos originalmente fuimos hechos de barro, pero ahora por la obra del Espíritu Santo estamos siendo transformados en algo precioso.
En la vida de iglesia tenemos las verdaderas experiencias de Cristo en Su muerte, en Su resurrección y como el Espíritu Santo. También tenemos la experiencia del oro puro, de la naturaleza divina de Dios que nos es añadida y de la experiencia continua de la transformación. Es por medio de estas experiencias que llegamos a ser los materiales adecuados para el edificio de Dios. No debemos tener una expresión grande y a la vez poca experiencia de Cristo; más bien, necesitamos experimentar un agrandamiento y al mismo tiempo crecer en nuestras experiencias de Cristo, de modo que correspondamos a la expresión agrandada. El Arca, que es Cristo mismo, nunca puede ser agrandada; Él es siempre el mismo. Pero nosotros sí debemos crecer en nuestras experiencias de Él.
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