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Experiencia que tenemos de Cristo, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4619-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 23 Sección 2 de 3

GANAR A CRISTO COMIÉNDOLE

Pablo también deseaba ganar a Cristo, asirlo y tomar posesión de Él. La mejor forma de tomar posesión de algo es comerlo. Los dietistas dicen que uno es lo que come. Por consiguiente, cuando comemos a Cristo, Cristo entra en nosotros y luego se expresa por medio de nosotros. Cuando Cristo entra en nosotros, Él es nuestro suministro de vida. Pero cuando brota de nosotros, Él es la justicia procedente de Dios basada en la fe. Cuando comemos a este Cristo, Él llega a ser el suministro de vida en nosotros. De este modo, Cristo se manifestará en nuestro vivir. Cuando Él hace esto, llega a ser nuestra justicia viviente. Ésta es la justicia de Dios.

Además, cuando nosotros recibimos a Cristo comiéndole, Cristo llega a ser el Resucitado que está en nosotros. En este Cristo resucitado está el poder de la resurrección que nos motiva y vigoriza. Debido a que somos vigorizados por el poder de la resurrección, no podemos estar callados. Al contrario, nos sentimos emocionados e incluso alocados con gozo. Éste es el poder de la resurrección. Éste es Cristo, no en doctrina sino en nuestra experiencia.

UNA MANERA PARTICULAR DE COMER A CRISTO

Aunque la comida ya haya sido preparada y puesta en la mesa, es posible que no sepamos como comerla. En Filipenses 3 encontramos una manera particular de comer a Cristo. La mejor manera de comerle es negándonos a algo. A fin de comer a Cristo, debemos negarnos a todo lo demás, incluyendo a nosotros mismos, nuestra mente, nuestra astucia, nuestro conocimiento y todas nuestras cualidades. Incluso debemos negarnos a las experiencias que tuvimos de Cristo el día de ayer. Pablo dijo que estimaba todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo. Esto significa que él se negaba a todo. Debido a que Cristo era todo para él, él se negaba a todo lo que no era Cristo.

Una persona puede ser humilde y otra puede ser osada. La que es humilde ha sido así desde el día en que nació, y no es necesario enseñarle a ser humilde. Ella sencillamente no sabe que existe algo llamado orgullo. Por otra parte, la persona que es osada nació con la capacidad de liberar su espíritu. A esta persona le resulta natural hacer esto. Así que, para la persona que es humilde es muy difícil liberar su espíritu, mientras que para la que es osada tratar de ser humilde es como si la mataran. Supongamos que una tercera persona es muy inteligente y que es así por nacimiento. La humildad, la osadía y la inteligencia son la herencia que estas personas recibieron por nacimiento. Una cuarta persona puede ser muy dulce y amable. Supongamos que un día estas cuatro personas llegan a creer en el Señor Jesús y a ser partícipes de Cristo, y que un siervo del Señor las visita y les dice que nuestro único destino es ganar a Cristo. A fin de ganar a Cristo, tenemos que estimar todas las cosas como pérdida. Sin embargo, el hermano humilde puede estimar todas las cosas como pérdida menos su humildad. En principio, lo mismo le puede ocurrir al hermano que es osado, así como también al que es inteligente y al que es amable. Debido a que el hermano humilde no ha estimado su humildad como basura por amor de Cristo, él ejercitará su humildad en la vida de iglesia cada vez que tiene oportunidad. Aunque es humilde, no hay nada de Cristo en su humildad. Él secretamente valora su humildad y de ese modo reemplaza a Cristo. Lo mismo se aplica a la osadía, inteligencia y a la amabilidad natural. Todas estas cosas no son más que aspectos de la carne.

Por lo tanto, si deseamos participar de Cristo, experimentar a Cristo y disfrutar a Cristo, debemos repudiar la carne. Lo que más nos impide disfrutar a Cristo es nuestra herencia natural. Por ejemplo, para un hermano que es por naturaleza muy manso con los demás, el mayor obstáculo es su mansedumbre, porque probablemente él repudia todas las cosas menos esto. Aunque hemos disfrutado a Cristo a cierto grado, todos hemos sido estorbados y obstaculizados por nuestra herencia natural. El mayor obstáculo que nos impide experimentar a Cristo y disfrutarle es el aspecto positivo de nuestra carne.

Supongamos que una persona es elocuente por naturaleza y tiene mucho impacto en la audiencia. Si dicha persona se hace cristiana, podría llegar a ser un predicador excelente y atraer a una gran multitud. Debido a su elocuencia natural, él puede ejercer mucha influencia en otros y tener gran impacto en la audiencia; sin embargo, para ello no necesitará a Cristo ni al Espíritu. Con su elocuencia natural puede ganar muchos seguidores. Si yo fuera un orador así de elocuente, todos ustedes me apreciarían. Alabarían al Señor por haber traído al recobro del Señor a un hermano tan capaz; sin embargo, es muy difícil que un orador tan elocuente como éste disfrute a Cristo al hablar, pues, para ello no necesita a Cristo.

Supongamos que haya otra persona que no nació con la capacidad de elocuencia, sino que, en lugar de ello, habla de manera lenta y torpe. Cuando esta persona se extiende por más de unos minutos todos se duermen. Supongamos que esta persona un día se salva y, debido a que ama al Señor y a la iglesia, siente la carga de hablar la palabra por el Señor. Puesto que no confía en sí mismo, de manera espontánea se repudia a sí mismo y pone toda su confianza en Cristo. Posiblemente ayune y ore desesperadamente al Señor, diciendo: “Señor, si no eres Tú quien habla, no podré hablar. Si Tú no haces nada con lo que he de compartir, estaré acabado”. Cuando se pone en pie para hablar, lo hace con temor y temblor, y debido a que ha repudiado su ser, a medida que habla, experimenta a Cristo y lo disfruta.

Un hermano que por naturaleza es elocuente puede tener la misma experiencia, porque con respecto a sí mismo, el mismo principio se aplica. Él puede orar de esta manera: “Señor, estoy con temor y temblor de que mi elocuencia e inteligencia puedan reemplazarte y que mi capacidad pueda estorbarte e impedir que te disfrute. Señor, mientras hablo no confío en mi capacidad natural”. De esta manera, él se niega a sí mismo y repudia su capacidad, elocuencia, inteligencia y conocimiento. Por consiguiente, a medida que habla, también experimenta a Cristo y lo disfruta.

Independientemente de si somos inteligentes o no, debemos rechazar todo lo que somos. No debemos permitir que nada natural reemplace a Cristo. Todo lo natural que sea bueno nos impedirá disfrutar a Cristo.


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