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Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-87083-495-0
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CAPITULO UNO

LOS APOSTOLES

Dios es un Dios de obras. Nuestro Señor dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja”. Y El tiene un propósito definido y dirige todas Sus obras hacia la realización de este propósito. El es el Dios “que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Pero Dios no hace todas las cosas directamente por Sí mismo. El trabaja a través de Sus siervos. Entre éstos, los apóstoles son los más importantes. Vayamos a la Palabra de Dios para ver qué enseña en cuanto a los apóstoles.

EL PRIMER APOSTOL

En el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo al mundo a hacer Su obra. El es conocido como el Cristo de Dios, es decir, “el Ungido”. El término “Hijo” se refiere a Su Persona; el nombre “Cristo” se refiere a Su oficio. El era el Hijo de Dios, pero fue enviado para ser el Cristo de Dios. “Cristo” es el nombre ministerial del Hijo de Dios. Nuestro Señor no vino a la tierra ni fue a la cruz por Su propia iniciativa; El fue ungido y apartado por Dios para la obra. El no se autodesignó, sino fue enviado. Con frecuencia, a lo largo del Evangelio de Juan, le encontramos refiriéndose a Dios, no como “Dios”, ni como “el Padre”, sino como “El que me envió”. El tomó la posición de enviado. Si esto es cierto en el caso del Hijo de Dios, ¿cuánto más se debe aplicar a Sus siervos? Si se esperaba que ni siquiera el Hijo tomara alguna iniciativa en la obra de Dios, ¿acaso es de esperarse que nosotros sí lo hagamos? El primer principio que debemos notar en la obra de Dios es que todos Sus obreros son enviados. Si no hay comisión divina, no puede haber obra divina.

Las Escrituras tienen un nombre especial para un enviado, a saber, un apóstol. El significado de la palabra griega es “el enviado”. El Señor mismo es el primer Apóstol porque El es el primero que fue enviado especialmente por Dios; por tanto, la Palabra se refiere a El como “el Apóstol” (He. 3:1).

LOS DOCE

Mientras nuestro Señor cumplía Su ministerio apostólico en la tierra, El estaba consciente todo el tiempo de que Su vida en la carne estaba limitada. Por lo tanto, aun mientras llevaba a cabo la obra que el Padre le había confiado, El estaba preparando un grupo de hombres para que la continuaran después de Su partida. A estos hombres también se les llamó apóstoles. No eran voluntarios; eran enviados. Por mucho que lo enfaticemos, nunca será demasiado decir que toda la obra divina es por comisión, no por elección propia.

¿De entre quiénes escogió nuestro Señor a estos apóstoles? Ellos fueron escogidos de entre Sus discípulos. Todos aquellos que fueron enviados por el Señor ya eran discípulos. No todos los discípulos son necesariamente apóstoles, pero todos los apóstoles sí son discípulos; no todos los discípulos son escogidos para la obra, pero aquellos que son escogidos, siempre son elegidos de entre los discípulos del Señor. Así que un apóstol debe tener dos llamamientos: en primer lugar debe ser llamado a ser discípulo, y en segundo lugar, debe ser llamado a ser apóstol. Su primer llamamiento es de entre los hijos de este mundo para ser un seguidor del Señor. Su segundo llamamiento es de entre los seguidores del Señor para ser un enviado del Señor.

Aquellos apóstoles que nuestro Señor escogió durante Su ministerio terrenal ocupan un lugar especial en la Escritura y también en el propósito de Dios, porque estuvieron con el Hijo de Dios mientras vivió en la carne. Ellos no fueron llamados simplemente apóstoles; fueron llamados “los doce apóstoles”. Ocupan un lugar especial en la Palabra de Dios y en el plan de Dios. Nuestro Señor dijo a Pedro que un día se sentarían “en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Lc. 22:30). El Apóstol tiene Su trono, y los doce apóstoles tendrán sus tronos también. Este privilegio no les es otorgado a otros apóstoles. Cuando Judas perdió su oficio y Dios dirigió a los once restantes a que escogieran uno para completar el número, leemos que echaron suertes y que la suerte cayó sobre Matías, “y fue contado con los once apóstoles” (Hch. 1:26). En el capítulo siguiente encontramos al Espíritu Santo inspirando al escritor de Hechos a decir: “Pedro, poniéndose en pie con los once” (Hch. 2:14), lo cual muestra que el Espíritu Santo reconoció a Matías como uno de los doce. Aquí vemos que el número de estos apóstoles era un número fijo; Dios no quería más de doce, ni tendría menos. En el libro de Apocalipsis encontramos que la posición final que ellos ocuparán es, de nuevo, una posición especial: “Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Ap. 21:14). Aun en el nuevo cielo y la nueva tierra los doce gozan de un lugar de privilegio peculiar, que no es asignado a ningún otro obrero de Dios.


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