Sacerdocio, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0324-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El ministerio de los profetas no es básico como el de los sacerdotes y los reyes. El libro de Hebreos nos dice que Cristo es Sacerdote, y el libro de Mateo nos dice que El es Rey, pero no hay ningún libro que diga que Cristo sea Profeta. Aunque en algunos versículos El es llamado profeta, no hay un libro entero dedicado a esa función. Esto se debe a que tal función no es tan básica como la del sacerdocio y el reinado en lo relacionado con el propósito de Dios.
Esto se aplica a la iglesia hoy. Pedro dice que la casa espiritual, el edificio de Dios, depende del sacerdocio (1 P. 2:5, 9), el cual no es sólo santo, sino también real, lleno de realeza.
En Zacarías y Hageo vemos los tres ministerios: el sacerdocio, el reinado y el ministerio profético. Zacarías era sacerdote, pero hablaba como profeta.
Hageo era un profeta, pero ayudó al sacerdocio y al reinado a edificar la casa de Dios. El gobernador y el sumo sacerdote estaban encargados de la edificación del templo de Dios, aunque eran un poco débiles y a veces se desanimaban. Por eso, el profeta fue llamado como ayuda para ellos.
Sin embargo, no era el profeta quien edificaba el templo, sino el gobernador y el sumo sacerdote. Dios solamente envió al profeta a fortalecer al sacerdocio y al reinado a fin de que edificasen la casa del Señor.
¿Se puede hoy edificar la iglesia con los profetas? No, sólo se puede edificar cuando los hermanos y las hermanas ejercen el sacerdocio y el reinado. El ministerio profético sirve para ayudar, no para edificar. Nosotros pensamos que necesitamos un predicador, un ministro de la Palabra o un maestro, y prestamos demasiada atención al profeta, pero descuidamos el sacerdocio y el reinado.
El sacerdocio y el reinado constituyen la herencia que nos corresponde como hijos, nuestra primogenitura. Si la disfrutamos y la ejercemos, no se necesitará el ministerio profético. El problema es que tenemos el entendimiento doctrinal de que nacimos siendo sacerdotes y reyes, pero no sabemos cómo ejercer esta primogenitura. La única manera de ejercer el sacerdocio y el reinado es conocer lo que es la encarnación. Debemos mezclarnos con el Señor y abrir nuestro ser a El continuamente. Entonces seremos llenos de El.
El centro de la Nueva Jerusalén es el trono de Dios, el cual es el reinado, la autoridad, la soberanía y el señorío; y de dicho trono fluye el río, que es el sacerdocio. El trono nos muestra el reinado y su autoridad, y el río es el sacerdocio y su comunión. Cuando abrimos nuestro ser al Señor, El puede inundarnos consigo mismo a fin de fluir a otros. Entonces estamos en la comunión del sacerdocio, y el fluir de esta comunión trae consigo la autoridad del trono. La Nueva Jerusalén en su totalidad está bajo el trono y bajo el fluir de agua viva, lo cual indica que el edificio de Dios está bajo el sacerdocio y el reinado.
La mayoría de los cristianos dedica toda su atención a los ministros, los predicadores y los maestros, que son los profetas, pero muy pocos se ocupan del edificio de Dios; casi todos se limitan a dar mensajes acerca de la redención y a establecer normas de conducta; en consecuencia, es imposible que el Señor obtenga Su edificio. A esto se debe que en la actualidad el Señor está recobrando la vida de iglesia. Su recobro es sencillamente la restauración de Su edificación.
Debemos saber que nuestra necesidad principal no es tener profetas, sino asumir nuestro oficio de sacerdotes y de reyes, lo cual constituye nuestra primogenitura. Nacimos en la casa de Dios como sacerdotes y reyes y ahora, por Su gracia, debemos tener el valor de adoptar esta posición. No basta con declarar estas palabras; debemos, además, abrir nuestro ser al Señor para que El nos posea y nos llene de El a fin de que fluya en nosotros y llegue a otros. Entonces tendremos el fluir del sacerdocio, en el cual se encuentra la autoridad del reinado.
Con esta actitud asistimos a las reuniones; simplemente, nos conducimos como sacerdotes y reyes; no venimos a enseñar, sino a abrir nuestro ser al Señor a fin de que El fluya de nosotros a los demás. Simplemente abrimos nuestro espíritu al Señor mediante nuestras oraciones o alabanzas. Una vez que el Señor tenga un canal en nosotros, el fluir que sale de nosotros y entra a otros será tan prevaleciente que toda la reunión será un fluir de agua viva. No habrá una enseñanza a modo de ejercicio intelectual; sólo tendremos el fluir que resulta del ejercicio del espíritu.
En el típico culto de los cristianos, el ministro da un sermón utilizando su mente, y los oyentes usan sus mentes para escuchar. Casi nadie ejercita su espíritu, y por eso no hay fluir. Aquello no pasa de ser enseñanzas y religión; no está presente el fluir de la vida divina. A eso se debe que no haya alimento ni edificación. Por esta razón, no hacemos mucho énfasis en los profetas. Si todos asumimos nuestra posición de sacerdotes y reyes, yo sería simplemente un sacerdote y rey más. El ministerio profético se necesita únicamente cuando el sacerdocio es muy débil y el reinado desaparece, lo cual es una situación anormal. Anhelo el tiempo cuando no haya mucha enseñanza ni instrucción; cuando sólo corra la vida divina por todos los miembros; eso edificará la iglesia.
El tabernáculo no lo edificaron los profetas, sino los sacerdotes y la autoridad. Moisés representaba la autoridad del reinado, y en ese entonces Aarón era el sumo sacerdote. También así se edificó el templo: había un sacerdocio con el rey Salomón. Y el que hizo los preparativos y proveyó los materiales para la edificación del templo fue David, quién estaba en el sacerdocio y el reinado.
Cuando el templo fue restaurado, también estaban el gobernador de Judá, que tenía la autoridad y el reinado, y Josué, el Sumo sacerdote. Los profetas no edificaron el templo directamente, sino indirectamente ayudando al sacerdocio y al reinado.
Lo mismo ocurrió en Esdras y Nehemías, los dos libros que hablan de la restauración: Esdras era sacerdote, y Nehemías tenía el reinado por ser el gobernador que tenía la autoridad. No se habla en ningún libro exclusivamente de los profetas, pero sí hay muchos en los que el ministerio profético ayuda al reinado y al sacerdocio. De hecho, el ministerio profético no es necesario en la edificación de la iglesia, siempre y cuando el sacerdocio y el reinado se mantengan debidamente.
Debemos abrir nuestro ser al Señor y permitirle que fluya a nosotros y nos transforme. Entonces tendremos autoridad, estaremos en el debido orden y habrá en las reuniones el fluir de vida y de la autoridad.
En el cristianismo actual no hay comunión, pero sí hay mucha confusión, lo cual es anormal. La vida normal de iglesia tiene la comunión del sacerdocio y el orden del reinado. Cuando permanecemos en este fluir de comunión, todos estamos bajo la autoridad de la Cabeza. Observemos nuestro cuerpo físico: el brazo está sujeto al hombro, la mano al brazo y los dedos a la mano. A fin de ser edificados conjuntamente, todos los miembros deben estar sometidos a la Cabeza. De este modo, no habrá confusión y todo estará en orden en la comunión del fluir de vida.
Quisiera que muchos creyentes comprendieran el verdadero significado del sacerdocio y el reinado, de suerte que no dependieran de un pastor ni de un maestro. Si el Señor les envía a alguien que les ayude, lo agradecen pero no dependen de esa persona, debido a que ejercitan y disfrutan de su función como sacerdotes y reyes.
Tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, este doble ministerio es necesario en el edificio de Dios. En 1 Pedro 2:5 y 9 dice que este sacerdocio es santo y real, es decir, los sacerdotes son reyes. Conocen la comunión y la autoridad, lo cual significa que conocen la vida divina y que el Señor es la Cabeza. Debemos dejar que esta vida fluya en nosotros y estar bajo la autoridad del Señor.
La iglesia no es una democracia ni una autocracia, sino un reinado. Cada vez que yo hable con un hermano, debo estar bajo la autoridad del Señor; no tengo la libertad de decirle nada aparte del Señor. Esto significa que estoy bajo el control de la Cabeza del Cuerpo y no bajo el control de un hombre. Si estamos sujetos de esta manera, también tendremos autoridad. No tenemos que ejercer autoridad sobre otros; ellos percibirán la autoridad que hay en nosotros porque estamos sujetos a la autoridad de la Cabeza.
Supongamos que un hermano es muy descuidado con relación a la autoridad y hable sin ninguna restricción y critique a los hermanos. El será como el aire, que no tiene nada de peso. Cuanto más critique, menos autoridad tendrá. En el caso contrario, si un hermano está bajo la autoridad del Señor, su boca, sus pensamientos, su mente, su corazón y toda su labor estará bajo el control de la Cabeza. Cuanto más viva él de esta manera, más sentirán otros el peso y la autoridad que tiene. Este es el verdadero reinado. La autoridad de la iglesia no proviene de la organización que tenga ni de la votación de los miembros, sino de su sujeción a la autoridad del Señor.
Todos los hijos de Dios debemos estar conscientes de que somos sacerdotes y reyes y que, por ende, en Su gracia, debemos asumir nuestra posición ejercitando nuestro espíritu a fin de poner en práctica el sacerdocio y estar sujetos a la Cabeza. Entonces con la comunión en vida y la autoridad del Señor se edificará la iglesia.
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