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Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6775-2
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CAPÍTULO OCHO

LA EDIFICACIÓN DEL TABERNÁCULO

Llegamos ahora al tabernáculo mismo, el propio edificio de Dios. Según el relato de Éxodo, es evidente que el tabernáculo mismo es producido a través de las experiencias de todos los objetos contenidos en él, como por ejemplo, la mesa del pan de la Presencia, el candelero, el altar del incienso y el Arca del Testimonio. Vimos que todas estas cosas representan a Cristo como el pan de vida, como la luz, como el incienso y como la corporificación misma de Dios. Necesitamos experimentar a Cristo a tal grado si hemos de tener parte en el edificio de Dios. Cuanto más experimentemos a Cristo, más seremos revestidos del oro divino, la naturaleza de Dios. Ya vimos que el Arca, el último objeto que estaba en el interior del tabernáculo, estaba recubierta de oro por dentro y por fuera. Esto demuestra que cuando experimentamos el Arca, nuestra naturaleza humana, tipificada por la madera de acacia, es completamente recubierta por la naturaleza divina, tipificada por el oro. Así que, vemos que la humanidad es completamente recubierta por la divinidad.

LAS TABLAS

Las tablas del tabernáculo resultan de las experiencias que tenemos de los objetos que están dentro del tabernáculo y son la parte principal del edificio mismo. Sin las tablas, el tabernáculo no podría ser erigido. Si logramos ver este cuadro tan impresionante, comprenderemos que las tablas son la reproducción y agrandamiento del Arca. El Arca es Cristo, el Hijo de Dios encarnado. Por un lado, Él posee la naturaleza divina, y por otro, posee la naturaleza humana. La naturaleza divina está mezclada con la naturaleza humana como una sola entidad. Esta persona es la corporificación de Dios y el testimonio de Dios, el Arca. Las tablas, como reproducción del Arca, son la iglesia. El Arca es Cristo mismo, y la reproducción del Arca, o sea, su aumento, es la iglesia. La iglesia es el agrandamiento de Cristo, el aumento de Cristo, que es exactamente igual a Cristo en naturaleza.

Dado que existe un solo Cristo, puede haber una sola Arca. Sin embargo, las tablas son muchas. Hay veinte tablas en el lado norte, veinte en el lado sur, seis en la parte posterior y dos en las esquinas (Éx. 26:15-25). En conjunto eran cuarenta y ocho tablas. El número cuarenta y ocho se compone de seis veces ocho. El hombre fue hecho en el día sexto; por lo tanto, el número seis simboliza al hombre. El número del anticristo es seiscientos sesenta y seis (Ap. 13:18). Esto significa un exceso del hombre, un exceso de humanidad, lo cual es muy negativo. El número ocho representa un nuevo comienzo, otro inicio, lo cual se refiere a la resurrección. Por lo tanto, las cuarenta y ocho tablas nos muestran que todos los que están relacionados con la iglesia como el edificio de Dios son humanos, pero han sido resucitados. El edificio se compone de la humanidad en resurrección. Había cuarenta y ocho tablas, pero un solo tabernáculo. Nosotros los cristianos somos muchos, pero a la vez somos un solo Cuerpo, una sola iglesia (1 Co. 10:17). Y esta única iglesia es el aumento del Arca, el agrandamiento de Cristo.

LA COMPOSICIÓN DE LAS TABLAS

Estas cosas constituyen una preciosa revelación, pero ahora llegamos a un punto muy práctico: la composición de las tablas. Cada tabla estaba compuesta de madera de acacia recubierta de oro. Por consiguiente, su composición claramente revela dos cosas muy definidas que poseen dos naturalezas muy definidas, las cuales están unidas. En la tipología la madera representa la naturaleza humana. Pero la madera de acacia es un tipo de madera dura que es de superior calidad; no es una madera de baja calidad. Esto está en contraste con nuestro “veteado”, nuestra naturaleza humana. Nosotros somos extremadamente laxos, pero la madera de acacia es muy sólida, dura y resistente. La madera de acacia tipifica la naturaleza humana que ha sido resucitada, elevada y fortalecida. A fin de que la iglesia sea edificada, se requiere el elemento humano, o nuestra naturaleza humana, pero esta naturaleza humana primero tiene que pasar por la muerte. Después de esto tiene que ser resucitada, elevada y fortalecida.

Como miembros de la iglesia, el primer requisito que debemos cumplir es que cada parte de nuestra naturaleza humana sea rechazada. No se acepta ni una sola partícula de ella en la iglesia. Sin duda alguna, la iglesia requiere seres humanos, pero no se necesita nada de nuestra naturaleza humana. Ésta no sirve para otra cosa que ser sepultada. Cada vez que alguien nuevo viene a la iglesia, lo primero que nos debe venir a la mente no es celebrar una boda sino un funeral. Cuando llegamos a la iglesia, debemos estar de acuerdo con ser sepultados en el bautismo. El bautismo representa sepultura, significa que nos deshacemos de nuestro yo. Sin embargo, en la obra redentora de Dios, la muerte no es el final, sino que es el proceso que conduce a la resurrección. Por lo tanto, no debemos temer ser sepultados en Cristo, puesto que por medio de la muerte seremos resucitados. El primer requisito que nos impone la vida de iglesia es que nos rechacemos a nosotros mismos. ¡Pero alabado sea el Señor, pues dentro de nosotros está el Espíritu de resurrección! El Espíritu Santo se encargará de resucitarnos, de elevar nuestra condición y fortalecernos. Cuanto más experimentemos lo que es negarnos a nuestro yo valiéndonos de la cruz de Cristo, más se elevará nuestra condición. Entonces ya no seremos personas tan naturales, sino que viviremos y actuaremos en resurrección.

Estas experiencias fomentan el desarrollo de un carácter espiritual, que es la naturaleza humana resucitada, elevada y fortalecida. Como cristianos y aquellos que participan en la vida de iglesia, debemos ser sumamente fuertes, pero no en el sentido natural sino espiritual. En la naturaleza humana resucitada debemos ser tan fuertes como la madera de acacia. Muchos hermanos y hermanas son muy livianos, y algunos incluso aprecian su carácter. Dicen: “Tenemos que ser así para ser aceptados por los demás; ser estrictos hace que otros se lleven la impresión de que somos fríos y antipáticos”. ¡No debemos pensar así! Un requisito que es absolutamente indispensable para la edificación de la iglesia es que nuestra naturaleza humana sea resucitada, elevada y fortalecida, de tal modo que sea igual que la madera de acacia.

El segundo constituyente de las tablas del tabernáculo es el oro, el cual recubre la madera. Todos debemos ser recubiertos por Dios de modo que nos perdamos en la naturaleza divina. Los que miran las tablas de tabernáculo únicamente ven el oro. Las tablas mismas son de madera intrínsecamente, pero lo que ellas manifiestan es el oro. Debemos ser fuertes, pero no en nosotros mismos. Asimismo, debemos ser pacientes, pero no en nosotros mismos. Debemos poder decir: “Alabado sea el Señor, mi manifestación, mi expresión, no es mi propia persona sino Dios. Yo soy una tabla de madera, pero mi expresión es el oro”. Como seres humanos que somos, no debemos manifestar nuestra naturaleza humana natural, sino algo que es divinamente de oro. Nuestra naturaleza humana natural debe pasar por la muerte, ser sepultada y resucitada. Necesitamos tener una experiencia completa de Cristo. Cuanto más lo experimentemos, más seremos revestidos de la naturaleza divina hasta que finalmente toda la tabla será recubierta del glorioso oro. Entonces la apariencia y expresión de todas las tablas será el oro.

La iglesia se compone de diversos hombres, como por ejemplo, estadounidenses, chinos, japoneses, alemanes, etc. Pero alabado sea el Señor, porque en la iglesia no hay naturaleza estadounidense, china, japonesa ni alemana; más bien, la expresión total es divina. Todos somos revestidos, recubiertos y quedamos escondidos; la madera queda oculta en el oro. Esto es sumamente crucial, pues, como veremos más adelante, sin este recubrimiento de oro jamás podremos ser unidos (Éx. 26:26-29). En nosotros mismos somos tablas separadas e independientes, pero cuando somos revestidos de oro, somos unidos como una sola entidad. Nuestras naturalezas humanas peculiares jamás podrían ser unidas. La unidad de la iglesia, la unidad de los santos, no estriba en la naturaleza humana, sino en la naturaleza divina. Alabado sea el Señor, pues el revestimiento de oro, los anillos de oro y las barras de oro nos unen. Debemos preguntarnos en qué medida hemos sido recubiertos de oro.

Los hermanos que son buenos son amables, pero los hermanos que son de oro son necesarios. Los hermanos que son buenos no pueden llevar adelante la edificación; de hecho, pueden estorbar y perjudicar la edificación. Muchas veces las personas buenas causan más daño a la edificación de la iglesia que las malas. Por ello es preciso que nos mezclemos con la naturaleza divina; tenemos que ser recubiertos de Dios. Esto únicamente podrá suceder a medida que experimentemos a Cristo; no existe otra manera. Cuando lo experimentemos no sólo como nuestra vida, nuestra luz y nuestro incienso, sino también como la realidad y corporificación de Dios, estaremos llenos de Dios. Seremos recubiertos, saturados de Dios y nos mezclaremos con Dios. Llegaremos a ser tablas de madera que tienen una apariencia de oro, y seremos los materiales apropiados que son aptos para la edificación de la iglesia.


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