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Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7893-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 13 Sección 4 de 5

EL ESPÍRITU QUE TRANSFORMA

El versículo 18 dice: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Somos espejos que reflejamos lo que contemplamos. Sin embargo, debemos tener una cara descubierta. Si nuestra cara está cubierta por un velo, el espejo no funcionará. A medida que miramos al Señor, reflejamos Su gloria y, en virtud de este mirar y reflejar, gradualmente somos transformados a la imagen del Señor, de gloria en gloria. Esta transformación es la obra que efectúa el Espíritu transformador. En los capítulos 1 y 3 hay ocho asuntos relacionados con el Espíritu: la unción, el sellar, el dar en arras, el escribir, el ministrar, el vivificar, la liberación y la transformación. El propósito de los primeros siete aspectos es la transformación. El Espíritu en nosotros continuamente nos unge, nos sella y nos da la certeza de que Dios es nuestro. Él también escribe a Cristo en nosotros, ministra a Cristo a nosotros, nos imparte vida y nos liberta de todo cautiverio. Todo esto tiene como objetivo que Él nos pueda transformar a la imagen de Cristo.

Quisiera pedirles a todos ustedes, especialmente a los hermanos y hermanas jóvenes, que se memoricen todos estos ítems: la unción, el sellar, el dar en arras, el escribir, el ministrar, el vivificar, la liberación y la transformación. Lo que siempre debemos hacer es abrirnos a Él, no solamente desde nuestro corazón, sino también desde nuestro espíritu. Tenemos que abrirnos desde las profundidades de nuestro ser para que podamos tener una cara verdaderamente descubierta, una cara sin ninguna cubierta ni impedimento. Si estamos abiertos a Él, el Espíritu transformador tendrá la libertad de operar en nosotros a fin de transformarnos en la gloriosa imagen de Cristo, de gloria en gloria.

CRISTO COMO TESORO
EN NUESTRO ESPÍRITU REGENERADO
Y LA RENOVACIÓN DEL HOMBRE INTERIOR

El versículo 7 del capítulo 4 dice: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Luego el versículo 16 dice: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. El hombre exterior es la vieja alma con el cuerpo como su órgano que la expresa, y el hombre interior es nuestro espíritu humano regenerado con nuestra alma renovada como su órgano que lo expresa. Esto implica que la vida del alma debe ser “reducida”, eliminada, pero que la función del alma tiene que ser renovada de modo que el alma, como órgano, pueda ser utilizada por el espíritu regenerado.

El tesoro mencionado en el versículo 7 es el Cristo que está en nuestro espíritu regenerado. Ahora necesitamos cooperar con el Espíritu que mora en nosotros para ya no vivir por el alma, sino siempre por el espíritu. El hombre exterior debe ser eliminado a fin de que podamos darle al Espíritu la oportunidad de renovar nuestro hombre interior día tras día. Esta renovación del hombre interior no se efectúa principalmente en el espíritu, sino en el alma, es decir, en la mente, la parte emotiva y la voluntad. Nuestro espíritu ya ha sido renovado y regenerado, pero ahora nuestra alma debe ser renovada. Por tanto, debemos siempre cooperar con el Espíritu que mora en nosotros, de modo que Él pueda extender a Cristo como tesoro desde nuestro espíritu hasta nuestra alma para que el alma sea renovada día tras día.

EL ESPÍRITU COMO LAS ARRAS
DE NUESTRO TABERNÁCULO CELESTIAL

El versículo 5 del capítulo 5 dice: “El que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado en arras el Espíritu”. De nuevo, tenemos al Espíritu como la garantía, las arras, pero aquí lo que se garantiza es un tabernáculo celestial, un cuerpo glorioso (vs. 1-2). En la actualidad estamos en un cuerpo temporal, un cuerpo de barro, pero el Señor nos promete que un día Él cambiará nuestro cuerpo en uno glorioso. La garantía y el anticipo de esto es el Espíritu. El apóstol Pablo no estaba esperando morir; más bien, él tenía la expectativa de tener un cambio, de su tabernáculo temporal a un tabernáculo eterno y permanente, que es un cuerpo glorioso. Debido a que nuestro cuerpo es muy débil, nos es una verdadera molestia. Sin embargo, por el Espíritu, aun este cuerpo débil es vivificado y fortalecido. Esto es un anticipo del cambio que le espera a nuestro cuerpo.


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