Testimonio de Jesús, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8269-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Finalmente, el Señor Jesús vino como el testimonio de Dios para testificar no sólo en contra del Imperio romano, sino también en contra de la actual generación de los judíos, el judaísmo y el templo. El templo fue edificado para ser el testimonio de Dios en contra de las naciones gentiles, pero Satanás corrompió la esencia de aquel templo al convertirlo en un sistema corrupto que llegó a ser una generación maligna y pecaminosa. El Señor Jesús vino para ser el testimonio vivo de Dios y testificó principalmente contra aquel sistema. Cuando vino el Señor Jesús, vino el Dios que profesaba adorar la religión judía. Sin embargo, el judaísmo, el cual profesaba adorar a Dios, se opuso a Él y lo persiguió. Un día, este Dios, que era Jesús mismo, entró en una casa pequeña en Betania para hablar con María y Lázaro, y Marta le sirvió (Jn. 12:1-3). Jesús, Dios mismo, se encontraba feliz allí. Mientras Él hablaba y tenía comunión con estos queridos santos y bebía, comía y se regocijaba con ellos, los sacerdotes junto con todos los judíos estaban adorando a Dios en una manera muy ordenada y aparentemente bíblica. Sin embargo, en ese momento Dios no estaba en el templo; Él estaba en una casa pequeña en Betania. A primera vista esto no concuerda con las Escrituras. El Antiguo Testimonio al parecer no dijo a la gente que Dios estaría en una pequeña “choza”. No obstante, esto fue lo que hizo Jesús.
Hoy resulta fácil conocer la historia de los Evangelios; pero en aquel entonces, si fuéramos aquellos que buscaban a Dios, habríamos ido al templo a buscarlo y no a esa casa pequeña. Sin embargo, si hubiéramos ido al templo, habríamos errado el blanco. Dios no estaba allí. Habríamos tenido que ir a aquella casa pequeña en Betania para adorar a Dios con simplicidad, no por medio del altar, de ritos ni de un sacerdote en vestiduras sacerdotales. Finalmente, fueron los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas quienes condenaron a muerte a Jesús, quien era Dios. Ellos incitaron a la multitud a gritar: “¡Crucifícale!” (Mr. 15:11-13), y de esta manera mataron al Salvador mismo, quien era el Dios de ellos.
En el día de Pentecostés Pedro condenó a los judíos al decirles: “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, matasteis clavándole en una cruz por manos de inicuos; al cual Dios levantó [...] Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Estas palabras compungieron el corazón de los judíos, y preguntaron: “Hermanos, ¿qué haremos?” (Hch. 2:23-24a, 36-37). Pedro no les dijo que fueran salvos del infierno a fin de ir al cielo. El evangelio que él les predicó fue: “Sed salvos de esta perversa generación” (v. 40), que era la religión judía que había matado a Jesús. Como resultado, tres mil personas fueron salvas no solamente del infierno sino también de la generación maligna. Después, todos éstos que habían sido salvos permanecieron juntos, se amaban los unos a otros, y fueron hechos la iglesia, el testimonio de Jesús contra la generación perversa.
La iglesia es el testimonio de Jesús que protesta contra la generación torcida, maligna y perversa. Sin embargo, aun siendo el testimonio de Jesús, la iglesia también cayó en corrupción. En los tiempos del Antiguo Testamento, Satanás corrompió el testimonio de Dios al convertirlo en el sistema del judaísmo. Luego, en principio, Satanás hizo lo mismo con la iglesia. Finalmente, de la iglesia como testimonio de Jesús, Satanás creó el catolicismo, que es otra generación torcida y perversa. Más tarde, en los tiempos de Martín Lutero, Dios levantó la Reforma que separaría a Su pueblo de la Iglesia Católica, llamándolos a salir de la generación perversa de aquellos días (Ap. 18:4). Una vez más, aquellos que Dios había salvado llegaron a ser el testimonio de Jesús. Sin embargo, se infiltraron nuevamente diferentes doctrinas que dividieron a los cristianos, primeramente en iglesias estatales, tales como la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia de Dinamarca, y más tarde, en iglesias privadas, tales como las iglesias luteranas, las bautistas, las episcopales, las presbiterianas y las metodistas. Hoy también existe el movimiento carismático con los luteranos y con los católicos. Esta confusión y división se ha convertido en otro “ismo”, que es el protestantismo. Hoy en día, la gente nos pregunta qué clase de cristianos somos, que si somos católicos, episcopales, presbiterianos, metodistas, luteranos u otro grupo. Esta pregunta indica que el cristianismo ha llegado a ser una generación torcida y perversa.
La generación actual se compone de cuatro cosas: la mundanalidad, el judaísmo, el catolicismo y el protestantismo. Por esta razón, el Señor dice: “Salid de ella, pueblo Mío” (Ap. 18:4). Nuestra postura aquí es ser el testimonio de Jesús que testifica contra la generación torcida y perversa, la cual está compuesta de estas cuatro cosas. Ya no somos luteranos, presbiterianos, episcopales ni metodistas. Nosotros somos las iglesias locales que están fuera de la mundanalidad, del judaísmo, del catolicismo y del protestantismo. Permanecemos firmes en el terreno de la iglesia, pues damos testimonio en contra de esta generación torcida. Con base en la historia del cristianismo, tal vez a algunos les preocupe que un día Satanás corromperá también a las iglesias locales. Sin embargo, tengo la certeza de que el Señor regresará antes de que Satanás pueda corromper a las iglesias locales. Esta vieja era terminará, y nosotros daremos inicio a la era del reino. Podemos decir esto confiadamente, porque según la Biblia, el recobro de las iglesias locales como testimonio de Jesús es el último recobro que se realizará en esta era. Las iglesias locales son preciosas, queridas y prevalecientes, y ellas no son ninguna obra del hombre. Ellas constituyen el recobro del testimonio del Señor hoy sobre la tierra. Todo aquel que no siga el camino de las iglesias errará el blanco de la obra de Dios.
La situación mundial actual indica que se acerca el tiempo de la venida del Señor. La nación de Israel se volvió a formar, y Jerusalén fue devuelta a los judíos. Según lo profetizado en la Biblia, queda por cumplirse externamente una sola cosa, que es la edificación del templo en su debido lugar en Jerusalén. Hoy el Estado de Israel está a la espera de esto y nosotros oramos por ello. La situación en el Medio Oriente está propiciando las condiciones en las que tomará lugar la batalla de Armagedón (16:12-16; 19: 11-21). Ésta será la hora en que el Señor Jesús vendrá a pisar el gran lagar de la ira de Dios (14:19) y a dar fin a esta era.
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