Ejercicio de nuestro espíritu para la liberacion de nuestro espíritu, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3969-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La Biblia emplea muchas figuras para describir la obra que realiza el Espíritu Santo en nosotros. Una de ellas es el agua viva (Jn. 7:38-39). El Espíritu Santo está fluyendo constantemente en nuestro interior como ríos de agua viva. Otra figura del Espíritu Santo es el fuego que arde constantemente (Ap. 4:5). Debemos experimentar tanto el fluir como el arder del Espíritu en nosotros.
Hay varias maneras de apagar un fuego; una de ellas es cerrar el paso de suministro de aire, la corriente de aire. Si no hay corriente de aire, el fuego no podrá arder. Para que el fuego arda se necesita una corriente de aire. Por ejemplo, supongamos que el fuego está prendido en una estufa. Si cerramos la chimenea de la estufa y cerramos todas las puertas y ventanas, cerraremos el paso de aire, y el fuego se apagará. Si queremos que el fuego arda de manera intensa, debemos abrir la chimenea y las puertas y ventanas. Entonces el fuego arderá libremente porque habrá una corriente o entrada de aire. De manera semejante, para que el Espíritu arda se necesita una corriente espiritual de aire. Si no le proveemos al Espíritu una corriente de aire, será imposible que el Espíritu arda en nosotros.
El hecho es que el Espíritu Santo arde en nosotros continuamente, pero en nuestra experiencia es posible que el Espíritu no siempre arda. Esto se debe a que muchas veces cerramos todas las puertas y ventanas de nuestro ser y cerramos completamente la entrada de aire, apagando así al Espíritu. Esto es muy sencillo, pero al mismo tiempo muy vital. Si nos hace falta el fuego del Espíritu en nuestro interior, de nada nos servirá tener mucho conocimiento. Es mejor ser sencillos, estar encendidos y permitir que el Espíritu Santo arda en nosotros.
Nuestro problema hoy es que nos hace falta el fuego del Espíritu en nuestro interior. La razón por la cual los cristianos estamos tan muertos, adormecidos, débiles y fríos y somos tan pasivos es que el fuego no está ardiendo en nosotros. Por tanto, debemos abrir nuestro ser, permitiendo que entre la corriente de aire, y así pueda arder el Espíritu en nosotros. No necesitamos más conocimiento; más bien, debemos olvidarnos de nuestro conocimiento y ser sencillos y fervientes.
Cuando era joven, el Señor ardía constantemente en mí. Como resultado, era muy ferviente todos los días. Aunque en ese entonces no tenía la clase de reuniones y ayuda que tenemos hoy, la gracia del Señor estaba sobre mí. No tenía necesidad de luchar y esforzarme por vencer las cosas mundanas, pues en mi interior ardía un fuego.
Sin embargo, después de algún tiempo me orientaron a que buscara el conocimiento de la Biblia. Así que día tras día, por más de cinco años, leí y estudié la Biblia simplemente con mi mente. Asistí a los estudios bíblicos y por medio de ellos adquirí mucho conocimiento. Leí muchos libros y artículos, y aprendí sobre asuntos, como por ejemplo, las setenta semanas mencionadas al final de Daniel 9. Sin embargo, cuanto más estudiaba la Palabra de esta manera, más muerto me sentía. Finalmente, el fluir del Espíritu cesó en mí, y el fuego se apagó. Espiritualmente, estaba muerto, y dentro de mi ser no había ningún fluir ni ardía ningún fuego. Con la ayuda del Señor, pude comprender que el camino que había tomado era el equivocado. Entonces, un día tomé una resolución y le dije al Señor: “Señor, he estado equivocado. Dejaré de estudiar de esta manera, y en lugar de ello, acudiré a Ti para contactarte y orar a Ti”. Desde ese día en adelante renuncié a mis estudios y dejé de asistir a las sesiones de estudio. En vez de ello, me iba todos los días de madrugada a la cima de una colina que estaba cerca de la casa de mi familia. Mientras subía la colina, oraba, abriendo mi ser al Señor y entregándome a Él. Desde el día en que comencé a hacer esto, pude recuperar el fluir y el fuego del Espíritu en mi interior; algo dentro de mí fluía y ardía nuevamente.
Puesto que somos cristianos, este fuego debe arder dentro de nosotros. Ser cristiano no tiene que ver simplemente con conocer cosas. El conocimiento aparte de la persona viva de Cristo nos ha matado y sigue matándonos. Cuanto más he viajado en este país, más he descubierto que en el cristianismo hay demasiado conocimiento doctrinal. Hay doctrinas buenas, doctrinas malas, doctrinas espirituales y doctrinas de toda índole, pero, sean buenas o malas, las doctrinas y el conocimiento por sí solos pueden causarnos daño y matarnos en vez de ayudarnos. La Biblia no es un libro de meras doctrinas o conocimiento; más bien, es el libro de la Palabra viva (He. 4:12). Ella no es el árbol del conocimiento del bien y del mal, sino el árbol de la vida. Sin embargo, muchas veces tomamos la Biblia de la manera equivocada, pues la tomamos como conocimiento y no como vida (Jn. 5:39-40).
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