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Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Elpor Watchman Nee

ISBN: 978-1-57593-377-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 11 de 12 Sección 4 de 4

UN JACOB QUE MANTIENE SU POSICION

Jacob descendió a Egipto, vio a José y se estableció en la tierra de Gosén. Luego José lo presentó delante de Faraón. Génesis 47:7 dice: “También José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón: y Jacob bendijo a Faraón”. ¡Qué escena tan hermosa! Aunque Jacob era el padre del gobernador, desde el punto de vista humano, su posición era inferior a la de Faraón. Además, él estaba ahí como un exiliado, como uno que huía del hambre. El vino a la tierra de Faraón esperando recibir de él alimento y sustento. ¡Cuánto tenía que depender de Faraón! Si hubiera sido el Jacob de antes, ¿qué hubiera hecho al encontrarse con él? Al encontrarse con su hermano Esaú, humildemente lo llamó “mi señor” y se refirió a sí mismo como “tu siervo”. Al presentarse ante el rey de Egipto, ¿no debió haber sido más adulador para con Faraón? Pero el caso fue totalmente diferente. Al entrar a la presencia de Faraón, lo bendijo. Hebreos 7:7 dice: “Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”. Jacob no se sentía como un refugiado, como un hombre que huía del hambre. El rango alto y elevado de Faraón no lo deslumbró. Aunque Egipto era el país más poderoso en aquel tiempo y Faraón era su rey y también el protector de Jacob, éste no perdió su porte en su presencia. Aunque para el mundo, el rango de Faraón era elevado, Jacob sabía que dicha posición no tenía nada de elevado espiritualmente. Por consiguiente, Jacob pudo bendecir a Faraón; mantuvo su posición espiritual. “Y dijo Faraón a Jacob: ¿Cuántos son los días de los años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gn. 47:8-9). Las palabras de Jacob fueron muy personales: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres”. El conocía su propia condición. No se sentía grande ni poderoso en absoluto. “Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de la presencia de Faraón” (v. 10). Antes de salir volvió a bendecir a Faraón. Al leer esto lo único que podemos decir es que Jacob era una persona amable.

Jacob era competidor, egoísta y codicioso por naturaleza. Ahora en Egipto, al bendecir a Faraón y al tener a un hijo suyo como gobernador, Jacob tenía una buena oportunidad para recibir reconocimiento tanto de Faraón como de su hijo. Pero no se interesó en eso. Así como el Jacob anciano se había retraído a un plano secundario en la tierra de Canaán, así se mantuvo al margen en Egipto. Durante aquellos años, Jacob sencillamente se retiró del primer plano. Si hubiera sido el Jacob de antes, no sabemos qué habría hecho con semejante oportunidad. Anteriormente buscaba soluciones aun cuando no las había. Cuando se encontró con Labán, una persona codiciosa, pudo encontrar maneras de sonsacarle algo. Aquellos días ya habían pasado. Jacob había dejado de ser Jacob y se había convertido en Israel.

Debemos leer la historia de los últimos años de Jacob a la luz de la condición de sus primeros años. En sus primeros años él era una persona activa y astuta. Pero en sus últimos años no hablaba ni actuaba mucho. El era el Israel que se había relegado al segundo plano. Este es el resultado de la obra de Dios. Muchas veces, la obra más grande de Dios consiste en hacer que dejemos de actuar, hablar y sugerir ideas. Dios había cumplido Su obra en Jacob. Consecuentemente, vemos a un Jacob que no dice nada ni hace nada, y que ha sido despojado de todo.

“LA LUZ DE LA AURORA VA EN AUMENTO
HASTA QUE EL DIA ES PERFECTO”

Jacob vivió en Egipto diecisiete años. Los días que viviría en la tierra llegaban a su fin. Durante el tiempo que vivió en la tierra de Gosén tuvo una vida normal, y no hubo acontecimientos importantes para él. Sin embargo, durante esos diecisiete años no perdió su lozanía ni dejó de progresar. Resplandecía más y más hasta que llegó a su cenit. Su muerte marcó el cenit de su resplandor. Pedimos a Dios que nos conceda tener un final como el de Jacob.

Génesis 47:28-30 dice: “Y vivió Jacob en la tierra de Egipto diecisiete años; y fueron los días de Jacob, los años de su vida, ciento cuarenta y siete años. Y llegaron los días de Israel para morir, y llamó a José su hijo, y le dijo: Si he hallado ahora gracia en tus ojos, te ruego que pongas tu mano debajo de mi muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te ruego que no me entierres en Egipto. Mas cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos. Y José respondió: Haré como tú dices”.

Es interesante notar que mientras Jacob estaba en la tierra de Egipto, nunca le expresó a su hijo la clase de vivienda ni de sustento que quería. Pero ahora le decía: “Cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos”. El no se preocupaba por lo que había de comer o vestir en la tierra de Egipto, pues estas cosas no le interesaban. Aceptó lo que su hijo le dio. Sin embargo fue muy específico acerca del lugar donde habría de ser sepultado cuando muriera, porque esto tenía que ver con la promesa de Dios, con la tierra de dicha promesa y con el reino que Dios establecería. Anteriormente, Jacob era un hombre que sólo se interesaba por su propia ganancia. Pero ahora no le preocupaba su comodidad personal, sino el pacto entre Dios y Su casa, es decir, la posición que Abraham, Isaac y Jacob tenían en el testimonio de Dios. El Jacob de antes era una persona astuta que reprendió a sus hijos Simeón y Leví. El Jacob actual llamó dócilmente a su hijo José. Anteriormente, cuando José le había dicho a Jacob que había soñado que el sol, la luna y las once estrellas se inclinaban a él, Jacob lo reprendió y le dijo: “¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti” (Gn. 37:10). Ahora él llamaba a su hijo y, sin reproche, le decía en un tono apacible: “Si he hallado ahora gracia en tus ojos...” Ciertamente este era un hombre maduro. El dijo: “Te ruego que pongas tu mano debajo de mi muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te ruego que no me entierres en Egipto”. El expresó las cosas más importantes con las palabras más tiernas. Le dijo: “Mas cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos”. Estas palabras nos muestran que Dios había forjado un carácter nuevo en Jacob.

Las palabras que siguen son admirables: “Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama” (v. 31). La expresión “sobre la cabecera de la cama” corresponde a la expresión “apoyado sobre el extremo de su bordón”, la cual se cita en el libro de Hebreos (11:21). Creemos que desde que Jacob quedó cojo, usaba un bordón. Por un lado, el bordón mostraba su cojera; por otro, indicaba que era un peregrino. Ahora él adoraba a Dios mientras se apoyaba sobre el extremo de su bordón. Con esto le decía a Dios: “Todo lo que Tú has hecho conmigo es lo mejor. Por todo esto, te adoro”.

En el capítulo cuarenta y ocho Jacob se enfermó, y José le trajo a sus dos hijos. Jacob dijo a José: “El Dios Omnipotente me apareció en Luz en la tierra de Canaán, y me bendijo, y me dijo: He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré, y te pondré por estirpe de naciones; y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua” (vs. 3-4). Para él el nombre de Dios era “el Dios Omnipotente”. El no se acordaba de que competía con su hermano, de cómo había obtenido la primogenitura ni de cómo le había quitado la bendición a su hermano. Lo único que recordaba era su relación con Dios.

Jacob le dijo a José: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos. Y los que después de ellos has engendrado, serán tuyos; por el nombre de sus hermanos serán llamados en sus heredades. Porque cuando yo venía de Padan-aram, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino, como media legua de tierra viniendo a Efrata; y la sepulté allí en el camino de Efrata, que es Belén” (vs. 5-7). Esto era lo que él recordaba. Aquí vemos su persona y su actitud con respecto a Dios y a los hombres. Esto nos muestra claramente que él ahora era otra persona, pues ahora expresaba sentimientos y ternura.

“Y vio Israel los hijos de José, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y respondió José a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré” (vs. 8-9). Al bendecir a los dos hijos de José, Jacob extendió su mano derecha y la puso sobre la cabeza de Efraín, y su mano izquierda, sobre la cabeza de Manasés. Aunque Efraín era el menor y Manasés el primogénito, Israel puso su mano derecha sobre la cabeza del más joven y su izquierda sobre el primogénito. Al ver esto, José le dijo: “No así, padre mío”. Y respondió Israel: “Lo sé, hijo mío, lo sé”. Esto nos muestra que Jacob sabía lo que Isaac no supo; tenía más claridad que Isaac. Cuando Isaac bendijo a su hijo menor, él lo bendijo por engaño, pero Israel estaba perfectamente consciente de lo que hacía al bendecir al hijo menor de José. Ni la vista de Isaac ni la de Jacob eran muy claras debido a la vejez, pero la vista interior de Israel era perfecta. El dijo: “Lo sé, hijo mío, lo sé”. Sabía que Dios quería que Efraín estuviera por encima de Manasés y que el mayor sirviera al menor. He aquí un hombre que había llegado a conocer los pensamientos de Dios, que tenía comunión con Dios y que conocía a Dios a tal grado que podía vencer la debilidad de su cuerpo. Lo que no podían ver sus ojos físicos, lo veían sus ojos internos. ¡El resplandor de Israel ciertamente había llegado a su cenit!

Después de repartirles la bendición, les indicó que Egipto no era el hogar de ellos. “Y dijo Israel a José: He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres” (v. 21). Les decía: “Aunque estéis prosperando ahora en Egipto, tened presente que estáis aquí de paso. Nuestra heredad es el propósito y la promesa de Dios, y somos Su pueblo. Después de mi muerte, Dios estará con vosotros y os hará volver a Canaán. Debéis cumplir Su propósito”.

Al final, Jacob llamó a sus hijos y los juntó para decirles lo que sería de ellos en el futuro. Al profetizar con respecto a sus doce hijos, él se refirió a incidentes del pasado de ellos. No le fue fácil hablar de esta manera porque al hablar del pasado de ellos, recordaba su propio pasado. Por lo general, un hijo expresa lo que es su padre. Por tanto, cuando Jacob habló de las debilidades, perversidades e inmundicias de sus hijos, era como si hablase de sí mismo. Sus palabras en cuanto al pasado de sus hijos eran en realidad la descripción de su propio pasado. Lo que dijo acerca del futuro de sus hijos no fue tan positivo. Aún así, sus palabras estaban llenas de compasión y de bondad.

Sólo necesitamos examinar un caso para descubrir la gran diferencia que hay entre esta persona y el Jacob del pasado. Cuando Simeón y Leví mataron a todos los varones de aquella ciudad a raíz de lo que había sucedido con Dina, Jacob les dijo: “Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa” (Gn. 34:30). Esto fue lo que dijo en Siquem. Pero ahora lo menciona de otra manera: “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas. En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su temeridad desjarretaron toros. Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura” (49:5-7). Lo que él veía ahora no tenía que ver con sus intereses personales, sino con el pecado y la maldad. Anteriormente, todo su enfoque era el interés personal, las ganancias y las pérdidas. El pensaba, “¿Qué vamos a hacer si el pueblo de Siquem se levanta y se venga por lo que hemos hecho?” Pero ahora decía: “En su consejo no entre mi alma”. Esto significa que él no podía tomar parte en tal matanza, que esta crueldad debía ser condenada. Aquí vemos a un nuevo Jacob; un Jacob limpio, puro y diferente. Su carácter no era el de antes.

“Dan juzgará a su pueblo, como una de las tribus de Israel. Será Dan serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo, y hace caer hacia atrás al jinete” (vs. 16-17). Su profecía acerca del futuro de Dan no era muy buena; Dan tenía naturaleza de serpiente en todos los aspectos, y de él saldría mucha rebelión. En ese momento Jacob añadió inmediatamente: “Tu salvación esperé, oh Jehová” (v. 18). Quiso decir: “No puedo hacer nada en cuanto a esta clase de rebelión; sólo puedo esperar que Dios trajera salvación”. Estas palabras revelan su nuevo carácter. Mientras profetizaba, tenía su esperanza en la salvación de Dios.

Génesis 49 contiene las profecías de Jacob acerca de sus doce hijos. Al final, todas estas profecías se cumplieron. Jacob era profeta. Había llegado a conocer la intención de Dios, y la comunicó a sus hijos. Jacob llegó a saber más que Abraham e Isaac. El pudo predecir lo que habría de acontecer a Manasés, a Efraín y a las doce tribus. Esto prueba que él era un hombre que tenía comunicación con Dios.

En sus primeros años, Jacob era una persona desahuciada, pero Dios hizo de él un vaso útil. De aquel Jacob sagaz, astuto y obstinado obtuvo un vaso. Cuanto más leemos acerca de los últimos años de Jacob, más percibimos su amabilidad. En él vemos un hombre a quien Dios había quebrantado. En él vemos la obra constitutiva del Espíritu Santo y su respectivo resultado. Sólo podemos decir que nuestro Dios es un Dios lleno de sabiduría, gracia y paciencia y que siempre termina lo que empieza.

Después que Jacob terminó sus profecías, la Biblia narra lo siguiente: “Todos éstos fueron las doce tribus de Israel” (v. 28). Cuando Jacob estaba a punto de morir, las doce tribus habían sido formadas; el pueblo de Dios había sido formado. Hermanos y hermanas, hoy Dios también busca tener un grupo de personas para que sean Su vaso y cumplan Su propósito. Por medio de ellas todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Lo que Dios hizo por medio de Israel es un tipo de lo que quiere hacer por medio de la iglesia. La comisión de la iglesia es cumplir la obra de restauración. La iglesia es el vaso de Dios mediante el cual lleva a cabo Su obra de restauración. Para ser el vaso que lleve a cabo la obra de restauración, la iglesia necesita conocer al Dios de Abraham, al Dios de Isaac y al Dios de Jacob. Esto no significa que se necesite que algunos sean Abraham, Isaac y Jacob. Lo que significa es que todos nosotros debemos conocer al Dios de Abraham, al Dios de Isaac y al Dios de Jacob. Después de haberlo conocido, llegaremos a ser Su vaso y así podemos cumplir Su propósito.

Nunca debemos estar satisfechos con una experiencia espiritual mediocre. La Palabra de Dios nos dice que El desea que le experimentemos en tres aspectos: en conocer al Padre, como lo conoció Abraham, en disfrutar a Dios como lo disfrutó Isaac, y en ser quebrantados por Dios como lo fue Jacob. Estos tres aspectos representan una experiencia y un conocimiento definidos; no son doctrinas ni letra muerta. La intención de Dios es darnos la visión, la revelación y la disciplina del Espíritu Santo a fin de guiarnos paso a paso hasta que lleguemos a ser un vaso útil para cumplir Su propósito. Que Dios nos conceda Su gracia para que podamos ver esta visión claramente.


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