Estudio-vida de Levíticopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6571-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El agua (Lv. 1:9, 13) representa al Espíritu de vida (Jn. 7:38-39). Mientras el Señor Jesús llevaba Su vida humana en la tierra, el Espíritu de vida, el Espíritu Santo, lo guardaba continuamente de todos los factores contaminantes. Ésta es la razón por la cual el Señor Jesús nunca se ensució ni se contaminó por nada con lo cual tuvo contacto. El Espíritu Santo como agua viva que estaba en Él lo mantuvo limpio.
Según Levítico 1:9 y 13, el oferente debía lavar con agua las partes internas y las piernas de su ofrenda. Esto de ningún modo significa que Cristo necesitara ser lavado por aquellos que lo ofrecían como holocausto. Que el oferente degüelle la ofrenda constituye un repaso de las experiencias diarias que él ha tenido de la crucifixión de Cristo. Este mismo principio se aplica al lavamiento del holocausto. El lavamiento constituye un repaso de las experiencias que el oferente ha tenido de la vida de Cristo, una vida en la que el Espíritu Santo que moraba en Él lo lavaba continuamente de todo factor contaminante. El Espíritu Santo, representado aquí por el agua, guardó a Cristo para que no se contaminara al tener contacto con las cosas terrenales. Puesto que el oferente ha experimentado esto en su vida diaria, él lo repasa y lo exhibe al ofrecer a Cristo como holocausto.
Varios versículos de Levítico 1 hablan del fuego (vs. 7, 8, 9, 12, 13, 17). El fuego aquí representa al Dios santo. Esto lo confirma Hebreos 12:29, que dice: “Nuestro Dios es fuego consumidor”.
Con relación al holocausto, el fuego es fuego de aceptación para la satisfacción de Dios (vs. 9, 13, 17). Podríamos considerar que el fuego de Levítico 1 es la boca de Dios en la cual Él recibe y acepta lo que le ofrecemos.
Con relación a la ofrenda por el pecado, el fuego es fuego de juicio para la redención del hombre. La incineración de la ofrenda por el pecado es una señal del juicio de Dios. Esto es mencionado en 4:12.
Aparentemente, el fuego del holocausto y el fuego de la ofrenda por el pecado son dos fuegos distintos. En realidad, hay un solo fuego con dos funciones distintas: la función de aceptar y la función de juzgar.
Según Levítico 6:12 y 13, el fuego del holocausto nunca debía apagarse. Esto difiere del fuego de la ofrenda por el pecado, el cual no ardía continuamente.
En Levítico 1, los versículos 9, 13, 15 y 17 hablan de quemar el holocausto, esto es, la incineración del holocausto hacía que éste se elevara en el humo.
El holocausto ardía como incienso aromático (Éx. 30:7-8; Lv. 16:12-13). La palabra hebrea traducida “quemará” [lit., hará que se eleve en el humo], un término especial usado para referirse a la incineración del holocausto sobre el altar, hace alusión al incienso. Así que, quemar el holocausto sobre el altar era semejante a hacer arder el incienso aromático. Esta incineración producía un aroma que satisfacía a Dios, un olor grato que ascendía a Dios para Su deleite y satisfacción.
La incineración del holocausto difería de la incineración de la ofrenda por el pecado y de la ofrenda por las transgresiones (4:12).
Levítico 6:9 dice: “Manda a Aarón y a sus hijos, diciendo: Ésta es la ley del holocausto: el holocausto estará encima del altar, en el lugar donde arde el fuego, toda la noche y hasta la mañana, y el fuego del altar ha de mantenerse encendido en éste”. Aquí vemos que el holocausto debía arder todo el tiempo. Para asegurarse de que el fuego ardiera continuamente, a los sacerdotes debían añadir constantemente leña al fuego.
Las cenizas son señal de que Dios acepta el holocausto. Dios demuestra Su aceptación del holocausto al convertirlo en cenizas. Al respecto, Salmos 20:3 dice: “Que se acuerde de todas tus ofrendas de harina / y acepte tu holocausto”. La palabra hebrea traducida aquí “acepte” en realidad significa “convierta en cenizas”. Cuando nuestra ofrenda es reducida a cenizas, ello constituye una clara señal de que Dios la ha aceptado.
Comúnmente la gente no consideraría las cenizas como algo agradable. Sin embargo, para nosotros los que ofrecemos el holocausto, las cenizas son agradables, e incluso preciosas, por cuanto son una señal que nos asegura que nuestro holocausto ha sido aceptado por Dios.
La palabra hebrea traducida “acepte” no sólo puede ser traducida “convierta en cenizas”, sino también “acepte como grosura”, “engorde” y “sea como grosura”. Al aceptar nuestro holocausto, Dios no solamente lo convierte en cenizas, sino que además lo acepta como grosura, algo que Él considera agradable y placentero. A nuestros ojos la ofrenda ha sido reducida a cenizas, pero a los ojos de Dios, dicha ofrenda es grosura; es algo que le agrada y lo satisface.
Que el holocausto se convierta en cenizas significa que Dios está satisfecho y que nosotros, por ende, podemos estar en paz. Si entendemos esto, comprenderemos que en nuestra vida cristiana debe haber muchas cenizas.
Las cenizas no eran desechadas; más bien, eran colocadas al lado oriental del altar (1:16; 6:10), el lugar de las cenizas. El lado oriental es el lado de la salida del sol. Colocar las cenizas junto al altar, hacia el oriente, hace alusión a la resurrección.
Levítico 6:11, refiriéndose al sacerdote, dice: “Después se quitará sus vestiduras, se pondrá otras vestiduras y llevará las cenizas fuera del campamento a un lugar limpio”. Una vez más vemos que las cenizas no eran desechadas. Esto indica que debemos tener en alta estima el resultado de nuestro ofrecimiento del holocausto a Dios. No debemos desecharlo jamás.
Todo el holocausto era incinerado con excepción de la piel.
La piel del holocausto era una porción reservada para el sacerdote que lo presentaba. “El sacerdote que presente el holocausto de alguno conservará para sí la piel del holocausto que haya presentado” (7:8).
La piel del holocausto significa que la expresión externa de la belleza de Cristo es atribuida al servidor. Cuanto más ofrezcamos a Cristo como novillo, más vendrá a ser nuestra la expresión externa de la belleza de Cristo. Entonces seremos revestidos con la expresión externa de las virtudes humanas de Cristo.
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