Dos oraciones más grandes del apóstol Pablo, Laspor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-795-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En este capítulo consideraremos la segunda oración del apóstol Pablo del libro de Efesios. En los capítulos anteriores, vimos que en la primera oración de Pablo, la clave es nuestro espíritu. Ahora en la segunda oración, la clave es el hombre interior. Tenemos el espíritu para poder ver, para la revelación, y tenemos el hombre interior para la experiencia. Debemos usar nuestro espíritu como un órgano para ver las cosas de la iglesia, pero el hombre interior no es sólo un órgano. El hombre interior es una persona. Mediante esta persona, podemos experimentar a Cristo para que la iglesia llegue a la existencia. Realmente, el hombre interior es simplemente nuestro espíritu con algo añadido. Cuando Cristo como vida entra en nuestro espíritu, éste llega a ser una persona. El hombre interior es nuestra persona regenerada cuya vida es la vida de Dios.
Todos tenemos que ver la diferencia que hay entre el espíritu como un órgano y como el hombre interior. Según 1 Tesalonicenses 5:23, el hombre es de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. Nuestra alma es nuestra vida humana. Por eso, en el Nuevo Testamento la misma palabra griega psujé se traduce “alma” en algunos casos (Lc. 12:20; Hch. 2:43) y “vida” en otros (Lc. 12:22-23; Jn. 12:25). Puesto que nuestra vida humana está en nuestra alma, nuestra alma es nuestra persona, nuestro ser y nuestro yo. Por lo tanto, la Biblia se refiere a las personas como almas. En Hechos 7:14, a setenta y cinco personas se les llama setenta y cinco almas. Un alma es una persona porque la vida de un ser humano está en su alma, pero el espíritu por sí solo es meramente un órgano. Así como nuestro cuerpo es un órgano externo que tiene contacto con el mundo exterior y físico, nuestro espíritu es un órgano interior que tiene contacto con el mundo espiritual. Antes de ser salvos, cada uno de nosotros era un alma, un ser, una persona, con dos órganos: el cuerpo como un órgano externo y el espíritu como un órgano interno. Pero ahora Cristo ha entrado en nuestro espíritu como vida, y esta vida no es psujé, la vida del alma, sino la vida divina. Cuando el Nuevo Testamento habla de esta vida, siempre usa la palabra griega zoé (Jn. 1:4; 1 Jn. 1:2; 5:12). Zoé es la vida divina, eterna e increada de Dios, la cual es Cristo mismo. Cristo es nuestra vida en nuestro espíritu (Col. 3:4; Ro. 8:10). Sin esta vida, nuestro espíritu solamente sería un órgano y no una persona. Como los salvos que tenemos a Cristo como vida en nuestro espíritu, nuestro espíritu llega a ser un hombre, una persona, un ser. Ya no es meramente un órgano interior, sino que ahora es un hombre interior. Este es el hombre interior al que se refiere Pablo en Efesios 3:16.
Antes que fuéramos salvos, teníamos solamente una vida, la vida del alma, pero ahora tenemos otra vida, la vida divina que está en nuestro espíritu. Ya que ahora tenemos dos vidas, tenemos un problema. ¿Por cuál de estas vidas viviremos? Si vivimos por la vida del alma, psujé, seremos anímicos, pero si vivimos por la vida divina, zoé, seremos espirituales. Todos debemos desear vivir por la vida que está en nuestro espíritu, por la nueva vida divina, zoé, y no por la vieja vida humana, psujé.
En Efesios 1 nuestro espíritu es revelado como un órgano para que nosotros recibamos la revelación en cuanto a la iglesia. En Efesios 3 nuestro espíritu es una persona, el hombre interior, para que nosotros experimentemos a Cristo para la iglesia. Puesto que el capítulo uno se refiere a nuestra necesidad de ver la revelación espiritual, revela al espíritu como un órgano. El capítulo tres nos muestra que tenemos que vivir conforme a lo que hemos visto. Para esto necesitamos el hombre interior, una persona. Como una persona, debemos vivir por nuestro espíritu y con él debemos experimentar lo que hemos visto.
Necesitamos experimentar una revelación en nuestro espíritu para ver, pero nuestro hombre interior necesita ser fortalecido con poder para poder vivir y experimentar lo que hemos visto. Muchos de nosotros tenemos que admitir que nuestra alma, nuestro hombre exterior, es más fuerte que nuestro espíritu, nuestro hombre interior. Por eso Pablo oró en Efesios 3:16 para que fuéramos fortalecidos “con poder”. “Poder” en este versículo es la misma palabra griega traducida “poder” en 1:19. Necesitamos ser fortalecidos con el poder de resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder sometedor y el poder soberano. Si hay alguna cantidad de amortecimiento a nuestro alrededor que no haya sido conquistado, es difícil que nuestro hombre interior sea fuerte. Por lo tanto, nuestro hombre interior necesita ser fortalecido con el poder de resurrección para conquistar todo amortecimiento. Por eso necesitamos estar desesperados para que el poder de resurrección pueda tragarse toda nuestra muerte. Si alguna cosa de muerte permanece alrededor de nosotros o dentro de nosotros, somos debilitados en nuestro hombre interior.
También necesitamos ser fortalecidos con el poder que lo trasciende todo. Si alguna cosa aún nos reprime y oprime, somos debilitados. Tenemos que estar desesperados y orar diciendo: “Señor, ¿dónde está Tu poder, el cual lo trasciende todo? No debo estar reprimido ni oprimido por nada. No importa mi situación, yo debo trascender sobre todo”.
Luego necesitamos el poder sometedor para poner todas las cosas bajo nuestros pies. Lo más difícil de someter es nuestro carácter. Si nuestro carácter no puede ser sometido, nuestro hombre interior nunca será fortalecido. Lo que más debilita nuestro hombre interior es nuestro carácter. Supongamos que usted se enoja cuatro veces en una sola semana. Cuando llega a la reunión, ¿qué tan fuerte puede estar su hombre interior? Usted estará muy débil y no podrá funcionar en la reunión. Si alguien le preguntara por qué no ejerció su función, quizá diga que no tenía la unción ni el guiar del Señor, pero esas respuestas no son ciertas. La única razón por la cual no lo hizo es porque estaba muy débil en su hombre interior. El hombre interior fue plenamente debilitado por su enojo. Si quiere estar fuerte en su hombre interior, tiene que dominar su enojo, y si puede dominarlo, puede dominar todo. Uno no puede dominar su carácter en sí mismo y por uno mismo. Uno puede someter todas las cosas únicamente con el poder interior dominador de Dios. Uno tiene este poder. Con este poder sometedor y soberano nuestro hombre interior es fortalecido.
Pablo ora en Efesios 3 para que seamos fortalecidos con poder. Este poder es el poder revelado en Efesios 1. Todos tenemos que darnos cuenta de que es con este poder —el poder de la resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder sometedor y el poder soberano— que nuestro hombre interior es fortalecido. Necesitamos ser fortalecidos dentro de nuestro hombre interior con el poder que levantó a Cristo de entre los muertos, que sentó a Cristo a la diestra de Dios en los lugares celestiales, que sometió todas las cosas bajo Sus pies, y que le dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Hoy nuestro hombre interior es débil porque no estamos desesperados. Necesitamos estar desesperados para experimentar este poder que está dentro de nosotros a fin de que nuestro hombre interior pueda ser fortalecido.
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