Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7157-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hemos sido redimidos y justificados por Dios, pero si sólo tuviéramos la redención y la justificación de Dios y nada más, Dios permanecería fuera de nosotros. Además de ser redimidos por Dios, Dios mismo en Cristo por medio del Espíritu a entrado en nosotros. Es por esto que al final de la segunda sección de Romanos, hallamos las frases Cristo está en vosotros, el Espíritu de Dios mora en vosotros, y el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros (8:10, 9, 11). Cuando Cristo nos libera, el Dios que nos redimió ya no es solamente objetivo para nosotros; más bien, el Dios que nos redimió llega a ser el Dios subjetivo para nosotros. Él ahora no sólo es el Dios que está en los cielos, sino el Dios que está en nosotros. Ahora Dios en Cristo como el Espíritu puede entrar en nosotros. Actualmente estamos mezclados con Dios como una sola entidad. Él como Espíritu puede dar testimonio juntamente con nuestro espíritu (v. 16). Su Espíritu y nuestro espíritu —dos espíritus— pueden unirse para ser uno solo (1 Co. 6:17). La liberación está en el Espíritu, y nunca puede ser hecha real fuera del Espíritu.
Debemos aprender a cómo experimentar la liberación que Dios nos da en el Espíritu. Éste es el punto central del cual quiero tener comunión con ustedes. La liberación no está en la enseñanza ni en la corrección, sino que está en el Espíritu. El libro de Romanos recalca este punto de que Dios el Espíritu está ahora en nuestro espíritu a fin de ser la liberación viviente para nosotros. Si vamos a experimentar la liberación de parte de Dios, tenemos que estar en el Espíritu, debemos conocer la ley del Espíritu de vida, debemos saber cómo andar conforme al espíritu mezclado y cómo cooperar con el Espíritu (8:2, 4-6, 14).
Ahora debemos ver el asunto de nuestra liberación con más detalle. Todos los hijos heredan ciertos bienes de parte de sus padres. Como hijos de Adán y como aquellos que están en Adán, hemos heredado principalmente dos cosas: el pecado y la muerte (5:12; 1 Co. 15:22). El pecado está bajo la condenación de Dios y siempre trae consigo la muerte (Ro. 6:23). Puesto que somos pecadores y pecaminosos, nos hallamos bajo la muerte y estamos condenados tarde o temprano a morir. No sólo eso, la Biblia nos dice que ya estamos muertos (Ef. 2:1, 5). Por lo tanto, como descendientes de Adán que están en Adán, somos pecadores y pecaminosos. Además, estamos bajo la muerte, estamos muertos y vamos a morir. Las dos cosas principales que heredamos de Adán son el pecado y la muerte.
Al igual que en Adán recibimos una herencia, en Cristo también tenemos otra herencia. Cristo es contrario a Adán. Por tal razón, la herencia que recibimos en Cristo es contraria a la herencia que recibimos en Adán. Mientras que en Adán heredamos el pecado, en Cristo heredamos la justicia (Ro. 5:12, 19); y mientras que en Adán heredamos la muerte, en Cristo heredamos la vida (1 Co. 15:22; Ro. 5:18). La justicia es contraria al pecado, y la vida es contraria a la muerte. La justicia nos trae la redención y la vida nos da la liberación de nuestra naturaleza pecaminosa. Hoy Cristo como nuestra justicia nos ha redimido y Cristo como nuestra vida nos ha liberado. Debemos darnos cuenta que no somos redimidos por la justicia de Cristo, sino que somos redimidos por Cristo mismo como nuestra justicia (1 Co. 1:30; Jer. 23:6). De igual manera, somos liberados por Cristo como nuestra vida. En Cristo, heredamos la justicia y la vida.
Debido a que nacimos como seres humanos, estamos en Adán. Somos trasladados de Adán a Cristo mediante la muerte y la resurrección. Mediante la muerte podemos ser trasladados para salir de Adán, y mediante la resurrección podemos ser trasladados para entrar en Cristo. Podríamos decir que por medio de la muerte “salimos de Adán al morir” y que por medio de la resurrección “fuimos resucitados e introducidos en Cristo”. Nuestro trasladado de la esfera de Adán a la esfera de Cristo sólo puede llevarse a cabo mediante un proceso de muerte y resurrección.
Ahora bien, ¿cómo nosotros podemos morir y ser resucitados? Morir y ser resucitados no es un asunto sencillo ni insignificante. Aquí debemos ver algo maravilloso. Tanto la muerte como la resurrección son hechos cumplidos por Cristo. Si estamos unidos a Cristo y nos identificamos con Él, lo que Él experimentó en el pasado llegará a ser nuestra experiencia, nuestra historia. Al estar unidos e identificados con Cristo, tenemos una larga historia. Al estar en Cristo, nuestro trasfondo incluye mucho más de lo que teníamos antes de estar en Cristo. Dado que ahora estamos en Él, debemos darnos cuenta de que fuimos crucificados en la cruz fuera de Jerusalén, fuimos sepultados en una tumba y resucitados de la muerte y del sepulcro. Todo lo que Cristo ha experimentado es ahora nuestra historia. La historia de Cristo es ahora la historia suya. Cuando Él murió en la cruz, usted murió en Él. Cuando Él fue sepultado, usted fue sepultado en Él. Cuando Él resucitó, usted resucitó en Él. Usted está en Él. Está unido con Él. Usted está identificado con Él. Ya que éste es el hecho, el apóstol Pablo pudo proclamar que “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él”, que “hemos sido ... sepultados juntamente con Él” y que Dios “juntamente con Él nos resucitó” (Ro. 6:6, 4, cfr. vs. 8-9a; Ef. 2:6). En Cristo, hemos sido crucificados, sepultados y resucitados. Debemos tener la visión, la revelación, de que este hecho ha sido cumplido en Cristo. Si usted reconoce este hecho por verlo en las Escrituras, éste llegará a ser para usted un fundamento del cual nada ni nadie podrá moverlo. Siempre debe reconocer que usted fue muerto, sepultado y resucitado. Tenga la certeza de que lo que le ha sucedido a Cristo, también le ha sucedido a usted. Tome este hecho como su posición.
El hecho de que la historia de Cristo sea nuestra historia puede ser algo difícil de entender para nuestra mente natural. Cuando yo tenía alrededor de veinte años, leí estas cosas en el libro de Romanos, pero no logré entenderlas. Le dije al Señor: “Tú moriste en la cruz hace mil novecientos años. ¿Cómo es posible que yo también haya muerto en ese tiempo?”. Aunque al principio yo no podía entender esto, un día el Señor abrió mis ojos. Esto es muy sencillo. Hoy en día es posible que los acontecimientos en los Estados Unidos puedan verse por televisión en el Lejano Oriente en el mismo momento que acontecen. Esto es posible debido a la electricidad. En este ejemplo, podríamos decir que el Espíritu es como electricidad. Es en el Espíritu que todos estos eventos que sucedieron hace mucho tiempo pueden ser reales hoy a nosotros. Según este ejemplo, los eventos que se graban en los Estados Unidos se pueden archivar por medios electrónicos y luego se pueden reproducir y transmitir en el Lejano Oriente muchos años después. Del mismo modo, todas las cosas realizadas por Cristo hace tanto tiempo, pueden ser transmitidas a nosotros en el Espíritu Santo.
Con el Espíritu Santo no hay problema de espacio o tiempo. Si hemos de experimentar la historia de Cristo o no, depende de si estamos en el Espíritu Santo o no. Si estamos en el Espíritu Santo, la muerte y la resurrección de Cristo serán reales para nosotros. Esto se debe a que tales hechos son transmitidos a nosotros por medio del Espíritu y en Espíritu. Es únicamente en el Espíritu que podemos experimentar la realidad de la muerte y la resurrección de Cristo. Así como es imposible que la gente del Lejano Oriente vea los eventos que suceden en los Estados Unidos si no tiene electricidad ni televisor, es igualmente imposible que nosotros experimentemos la realidad de la muerte y la resurrección de Cristo si no tenemos al Espíritu. Así como la electricidad hace que podamos ver los eventos lejanos con tanta facilidad y naturalidad, el Espíritu Santo hace posible que todo lo que Cristo ha experimentado sea nuestra historia y la historia que contamos. El día que yo recibí esta visión, estaba muy contento. Le dije al Señor: “Oh Señor, ahora sé que yo estoy en Ti. Soy uno contigo. Lo que Tú has experimentado es mi historia. Tú moriste, y yo morí. Tú resucitaste, y yo resucité. Ahora por Tu muerte y resurrección he sido trasladado de Adán a Cristo”. En la práctica, ésta es la experiencia que tenemos de Romanos 5 y 6.
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