Secreto de la salvación orgánica que Dios efectúa: "El Espíritu mismo con nuestro espíritu" Elpor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-319-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La edificación es algo que es crítico para el cumplimiento de la economía eterna de Dios.
Ser edificados con los demás creyentes es el requisito supremo y más elevado del Señor para con Sus seguidores fieles, conforme a uno de los atributos divinos de la Trinidad Divina (Jn. 17). Nuestra unidad, de la cual testificamos en la reunión de la mesa del Señor, corresponde a la unidad divina, que es un atributo de la Trinidad Divina.
Ser edificados con los copartícipes de la vida divina es la virtud más elevada del que sigue a Cristo en la economía eterna de Dios. La edificación es el requisito más elevado, y ser edificados es la virtud más elevada.
Ninguno de los descendientes del linaje adámico caído tiene la capacidad ni la posibilidad de satisfacer los elevados requisitos del reino de los cielos.
Sólo los creyentes regenerados, santificados, renovados y transformados son aptos para satisfacer los requisitos supremos del reino de los cielos.
Los Dios-hombres, quienes tienen la vida, la naturaleza y la mente divinas, y quienes participan de la divinidad de Dios, tienen la capacidad divina de llevar a cabo los requisitos divinos del reino divino. Dios nos capacitó impartiéndonos Su vida, compartiendo Su naturaleza con nosotros, haciendo de Su mente la nuestra y transformándonos con el elemento de Su ser. Le alabamos por acreditarnos y por darnos la capacidad divina.
Hay muchos prerequisitos de la edificación que los creyentes llevan a cabo en la iglesia, el Cuerpo de Cristo.
El primer prerequisito consiste en saber que el Señor ama y quiere tener, conforme al deseo de Su corazón, o sea, Su beneplácito, una iglesia edificada, y no creyentes individuales esparcidos. Si somos individuos esparcidos, no podemos tener parte en la edificación de la iglesia. Es crucial ver esto.
Otro prerequisito consiste en reconocer que en un solo Espíritu todos los creyentes fueron bautizados en un solo Cuerpo y que Dios puso a los miembros en el Cuerpo y lo concertó (1 Co. 12:13a, 18, 24). Si vemos que Dios ya puso a los miembros en el Cuerpo y lo concertó, somos edificados.
También debemos estar en armonía con los demás creyentes y ser unánimes con el Cuerpo en oración, lo cual da por resultado el establecimiento de la iglesia (Mt. 18:19; Hch. 1:14). No sólo debemos tener la unidad, sino que también debemos estar en una armonía agradable con los demás creyentes y ser unánimes con el Cuerpo en oración. Si no podemos orar unánimes con los santos, no somos uno con ellos. Orar juntos comprueba si somos unánimes con todos los santos o no.
Los creyentes deben practicar la unidad de la Trinidad Divina en la Trinidad Divina como ésta lo hace (Jn. 17:21-23). Debemos preguntarnos qué clase de unidad practicamos. Algunos afirman practicar la unidad del Cuerpo, pero en realidad practican una unidad sectaria que causa disensión. La unidad del Cuerpo es la unidad del Dios Triuno. Practicamos la unidad de la Trinidad Divina no en nosotros mismos, sino en la Trinidad Divina. Los tres de la Trinidad Divina —el Padre, el Hijo y el Espíritu— practican constantemente la unidad divina. Por ejemplo, el Señor Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30). La unidad del Padre y el Hijo incluye el Espíritu, quien es la consumación y el conjunto del Dios Triuno. El Espíritu también es el Dios Triuno que llega a nosotros. Cuando Cristo entró en nosotros, vino como Espíritu. Dondequiera que estén el Padre y el Hijo, allí también está el Espíritu.
Practicamos la unidad de la Trinidad Divina por la vida divina con su fuente, el nombre divino del Padre (17:2-3, 6, 26). El nombre denota la persona, el Padre, quien es la fuente de la vida.
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