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Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4643-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 9 Sección 2 de 6

EL SACERDOCIO ES SANTO Y REAL

Un sacerdote no es una persona común y natural. De los billones de personas que pueblan la tierra hoy, relativamente pocas son sacerdotes. La mayoría son meramente personas comunes. Un sacerdote es, en primer lugar, alguien que ha sido separado, que no es común. Todos los que participan del servicio en la iglesia tienen que ser personas separadas, santificadas y señaladas. A esto se debe que 1 Pedro 2 hable de un sacerdocio santo, un sacerdocio que es algo especial, separado y santificado. No debiéramos ser comunes en nuestra manera de pensar, actitud, manera de hablar, expresiones, manera de vestirnos y en cada área y aspecto de nuestro vivir. Aun si somos comunes en una sola área, habremos dejado la posición que nos corresponde como sacerdotes. Un sacerdote es una persona santa y separada. En tiempos antiguos, entre los israelitas, los sacerdotes se vestían, comían y vivían de manera diferente, y habitaban en edificios diferentes. Esto fue una tipología, pero ahora ese mismo principio se aplica a la realidad. Por ser sacerdotes, tenemos que cuidar de lo que somos. Tenemos que ser personas separadas, diferentes y no comunes. Tenemos que ser personas especiales. Algunos dicen que tenemos que ser “humanos”, pero debemos tener cuidado cuando decimos esto. Si somos “humanos” de una manera común, habremos fracasado como sacerdotes. Tenemos que ser humanos de una manera santa y con una humanidad santa. Éste es el significado de ser un sacerdote.

Además, un sacerdote tiene que pertenecer a la realeza; tiene que ser un rey. En 1 Pedro 2 se nos habla tanto de un sacerdocio santo (v. 5) como de un sacerdocio real (v. 9). Ser de la realeza no sólo implica ser personas singulares y especiales, sino también ser personas con un estándar muy elevado. Muchos santos muy queridos aman al Señor y conocen la iglesia, pero la manera en que ellos se comportan, hablan y actúan es demasiado pobre, no como reyes. Ciertamente no debemos ser orgullosos, lo cual es horrible y una necedad, pero no debemos olvidar que somos reyes. Somos personas encumbradas que pertenecen a la familia real. Esto también está implícito en lo referente al servicio. Aquellos que acomodan las sillas del salón de reuniones pertenecen a la realeza; ellos son reyes que acomodan las sillas. De este modo, acomodar las sillas se convierte en un servicio propio de reyes.

Algunos cristianos ambicionan una posición en la iglesia. Desean ser uno de los que toman la delantera, incluso ser el líder entre ellos. No debemos preocuparnos por si somos ancianos, los que toman la delantera o simplemente pequeños hermanos sin nombre. Por el contrario, deberíamos preocuparnos por la clase de persona que somos. Si un mendigo asciende al trono de un rey, su reinado será el que corresponde a un mendigo; pero si un rey barre la calle, la manera en que barra será digna de un rey. Si los hermanos y hermanas que acomodan las sillas son reyes, el acomodo de sillas del salón de reuniones será un servicio propio de reyes, y la gente verá un estándar muy elevado. Ellos no verán a un grupo de trabajadores modestos acomodando sillas; si esto es lo que la gente ve, entonces somos un fracaso en nuestro servicio en la iglesia. Por el contrario, los nuevos debieran ver algo elevado y propio de reyes incluso en las tareas modestas tales como acomodar las sillas y limpiar el salón de reuniones. El hecho de que estos asuntos posean un estándar elevado o no, dependerá de quién las haga. Si el presidente de los Estados Unidos se presentara para acomodar las sillas, éste sería un asunto relevante. Da lo mismo que se acomoden las sillas de una manera o de otra. Lo que hace la diferencia es quién lo lleva a cabo. Nosotros somos sacerdotes santos y reales. Debemos ser personas santas, separadas, no comunes y que se comporten como reyes, que tienen un estándar elevado. Incluso los jóvenes deberían considerarse reyes en el servicio de la iglesia.

AL SERVIR EN LA IGLESIA
TODA NUESTRA ATENCIÓN DEBE ESTAR PUESTA
EN EL SACERDOCIO Y LA EDIFICACIÓN

Todos necesitamos ser edificados como el Cuerpo, el sacerdocio y la casa espiritual. Tal edificación es el objetivo de Dios y en la Biblia es un tema crucial de gran significado y está expuesto de manera clara y definida; aun así, el Señor durante casi dos mil años no ha podido cumplir plenamente Su propósito ni lograr Su objetivo. Entre las diversas enseñanzas, mensajes y sermones que se oyen en el cristianismo, prácticamente ninguno de ellos trata sobre el edificio de Dios. Lo que yo aprendí de los maestros de la Asamblea de los Hermanos es que Cristo es la piedra viva y que nosotros venimos a Él como piedras vivas, pero estos maestros no mencionaron que tales piedras están destinadas a la edificación. El enemigo en su sutileza ha mantenido escondida esta enseñanza neotestamentaria tocante a la edificación. Hoy en día el ministerio del Señor no puede descuidar este asunto de la edificación. Incluso al abordar el Evangelio de Juan tenemos que ver el edificio de Dios. Juan nos habla de la vida y la edificación. En Juan 1, Juan el Bautista recomendó a Cristo como el Cordero que quita el pecado y como Aquel que, juntamente con la paloma, nos trae a Dios como vida (vs. 29, 32-33). Esto atrajo a cinco discípulos, entre los cuales estaba Simón, cuyo nombre el Señor cambió por Pedro, lo cual significa piedra (vs. 41-42). Después, cuando Jesús se encontró con Natanael, le dijo: “¡He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño!” (v. 47). Cuando Natanael le preguntó a Jesús cómo era posible que le conociera, el Señor le respondió: “Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (vs. 48-51).

Los judíos de aquellos tiempos seguramente sabían que Jesús se refería al sueño de Jacob, el cual se relata en Génesis 28:11-22. En este sueño, Jacob vio una escalera que estaba apoyada en la tierra, y su extremo tocaba el cielo. Cuando se despertó, Jacob derramó aceite encima de la piedra sobre la que había dormido. Y llamó a aquel lugar Bet-el, que significa “la casa de Dios”. La intención del Señor al mencionar esto a Natanael era dar a entender que, por ser el Hijo del Hombre, Él es la escalera que mantiene el cielo abierto a la tierra y que une la tierra al cielo con miras a la edificación de la casa de Dios: Bet-el. Juan 1 comienza diciendo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios [...] En Él estaba la vida” (vs. 1, 4a), y concluye hablándonos de la casa de Dios. Por tanto, en Juan tenemos la vida y la edificación. Todo esto causó una profunda impresión en Pedro. Sin duda alguna, él jamás podría olvidar cómo su nombre fue cambiado a “piedra”. Incluso en la eternidad recordaremos que Pedro es “piedra”, y él nos recordará a todos que también somos piedras. Por tanto, cuando Pedro escribió su primera epístola, él dijo que el Señor Jesús es la piedra viva y que nosotros todos somos piedras vivas que venimos a Él para ser edificados como casa espiritual.

Debemos tener siempre el edificio de Dios como nuestra norma. Durante casi dos mil años el Señor no ha podido obtener Su edificio entre los creyentes. Debido a esto, Satanás puede desafiarlo diciendo: “¿No dijiste en Mateo 16:18 que Tú edificarías Tu iglesia y que las puertas del Hades no prevalecerían contra ella? ¿Dónde está la iglesia edificada? Yo he prevalecido al frustrar la obra de edificación”. Es una vergüenza para el Señor si entre nosotros no tenemos la edificación. Por lo tanto, en nuestro servicio en la iglesia debemos prestar toda nuestra atención al sacerdocio y a la edificación. Debemos ser sacerdotes y, como tales, debemos ser conjuntamente edificados. Si miles de personas son edificadas como un solo hombre, eso sería una vergüenza para el enemigo. Es contra esta iglesia edificada que las puertas del Hades no pueden prevalecer.

Si hemos decidido seriamente tener un servicio de grupo que sea apropiado, debemos acudir al Señor y preguntarle si somos o no sacerdotes, personas que han sido separadas, que son santas y de realeza con una norma elevada. Todavía estamos en esta tierra, y la mayoría de nosotros tiene algún trabajo en el mundo secular, bien sea enseñando o trabajando en una oficina. Sin embargo, debemos ser santos y conducirnos como reyes a fin de anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable (1 P. 2:9). Anunciar significa proclamar públicamente, declarar, las virtudes de Cristo. Si no somos santos ni personas de realeza, no podemos proclamar públicamente las virtudes de Cristo. No somos los sacerdotes apropiados; en lugar de ello, somos como cualquier otra persona en la tierra. En ese caso, lo que hacemos no es un servicio, sino únicamente cierta clase de trabajo o negocio. Si deseamos que lo que hagamos en la iglesia sea un servicio, primeramente debemos ser sacerdotes. Entonces no debemos servir cada uno por separado. Debemos ser uno con los demás.


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