Cristo maravilloso en el canon del Nuevo Testamento, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7796-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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“En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn. 1:1). Pero eso no es todo. Aunque esto es maravilloso, no debemos detenernos allí, sino proseguir a Juan 1:14, que dice: “La Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. La Palabra se hizo carne. Esto significa que Dios llegó a ser algo más. Él era Dios, pero en cierto momento llegó a ser algo más. ¿Alguna vez se imaginó que Dios llegó a ser algo más? Nuestro Dios hoy ya no es simplemente Dios; si algunos amigos judíos estuvieran aquí, les diría que les falta algo. Ellos sólo tienen a Dios, pero nosotros tenemos a Dios hecho carne. ¡Aleluya!
La palabra carne en nuestro concepto no es positiva. Pero aquí en Juan 1:14 la palabra carne es verdaderamente gloriosa. En el principio era la Palabra, y la Palabra era Dios, y la Palabra se hizo carne. Esto significa que Dios se hizo carne. Es sólo al hacerse carne que Él podía fijar tabernáculo entre los hombres. Ésta es la mezcla de la divinidad con la humanidad.
Cuando Dios se hizo carne y fijó tabernáculo entre los hombres, Él vino lleno de algo. No vino lleno de enseñanzas y doctrinas, ni de preceptos y ritos. Tampoco vino lleno de religión. No; Dios se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros lleno de gracia y realidad. ¿Qué es la gracia? Algunos cristianos creen que si tenemos un buen carro, eso verdaderamente es la gracia de Dios. Entonces dan un testimonio agradeciéndole al Señor por esta gracia. Otros creen que tener una buena esposa o una buena familia es la gracia de Dios. Pero eso no es la gracia. La gracia es Dios mismo que se da a nosotros gratuitamente para nuestro disfrute. Esto es la gracia.
Pero el que Dios se dé a nosotros no es algo tan sencillo. No significa que un día Dios descendió del cielo y le dijo al hombre: “Me doy a ti”. Si Él hiciera eso, nosotros estaríamos espantados y no nos atreveríamos a contactarle. Su gloria nos consumiría. Pero, alabado sea el Señor, todo el ardor de Su gloria quedó oculto en la carne. Él vino a nosotros al tomar la misma forma que nosotros. Más aún, vino a nosotros de esta manera al grado en que era difícil reconocer o discernir que Él era Dios. Es por ello que los fariseos tuvieron tantos problemas con Él. Ellos se preguntaban cómo Él podía ser Dios. ¿No era Él un hombre pobre de Nazaret? ¿No sabían ellos quién era Su madre, Sus hermanos y Sus hermanas? Él era un hombre pobre, de una región pobre y de un pueblito pobre llamado Nazaret. ¿Cómo podía Él ser Dios? Sin embargo, Él era Dios; Él era la Palabra encarnada, era Dios en una forma humana muy humilde.
Es por esa razón que Isaías 9:6 es un versículo tan precioso para nosotros: “Un niño nos es nacido, / un Hijo nos es dado; / y el gobierno / está sobre Su hombro; / y se llamará Su nombre / Maravilloso Consejero, / Dios Fuerte, / Padre Eterno, / Príncipe de Paz”. Un niño nos es nacido, pero Su nombre no es llamado hombre maravilloso; Su nombre es llamado Dios Fuerte. Además, un Hijo nos es dado, y Su nombre es llamado Padre Eterno. ¿Es Él el Hijo o el Padre? ¿Es Él el niño o el Dios Fuerte? Ahora entendemos esto claramente. Él es tanto un niño como el Dios Fuerte; y es tanto el Hijo como el Padre. Aquel pequeño niño que nació en un pesebre en Belén era el Dios Fuerte. Los judíos creen en Dios, pero no creen que el niño que nació en un pesebre en Belén era Dios.
¡Pero nosotros sí creemos esto! ¡Aleluya! Ese pequeño niño era Dios. No era Dios con una forma divina, sino Dios que tomó forma humana. Su propósito al hacer esto era poder sembrarse en la humanidad. Él tomó al hombre como el suelo para producir algo para nuestro disfrute. Así pues, la Palabra se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, llena de gracia (disfrute) y de realidad. Él vino lleno de las riquezas de la divinidad para que nosotros las disfrutemos. Esto es la gracia.
Ahora debemos ver que para que Dios llegara a ser nuestro disfrute, era necesario el proceso de la encarnación. Si Dios no se hubiera encarnado, jamás habría podido ser nuestro alimento. Cuando Jesús dijo que Él era el pan de vida, ya había sido procesado. Él era Dios que fue procesado para llegar a ser carne. El segundo paso de este proceso ocurrió después de haberse hecho carne: Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Como Dios, Él se hizo carne; luego, como carne, Él llegó a ser el Espíritu vivificante. “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante” (1 Co. 15:45b). Jesús como Dios se hizo carne, y como carne llegó a ser el Espíritu vivificante. ¿Pueden ver ustedes el proceso?
Es por ello que decimos que nuestro Jesús es un Dios “procesado”. Nuestro Dios hoy en día no es un Dios “crudo”, pues ha sido procesado de manera cabal. Ahora Él está servido en la “mesa” para que le comamos. Toda buena comida ha sido procesada. Cocinar implica un proceso. ¡Alabado sea el Señor, pues Él pasó por todo el proceso de “ser cocinado”! Ahora Él está servido en la mesa y todo está listo. Lo único que necesitamos hacer es venir y cenar.
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