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Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 099-113)por Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6999-2
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LA CONCLUSIÓN
DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CIEN

LOS CREYENTES: SU ESTATUS

(2)

En este mensaje comenzaremos a considerar el estatus de los creyentes después que han sido salvos.

B. DESPUÉS DE SER SALVOS

Hemos visto que antes de ser salvos los creyentes eran pecadores, hijos de desobediencia, hijos de ira, hijos del diablo, enemigos de Dios e hijos de la Gehena. Pero después de ser salvos ellos llegan a ser personas diferentes al experimentar un gran cambio. Ahora los creyentes son niños de Dios, hijos de Dios, participantes de la naturaleza divina, herederos de Dios, sacerdotes de Dios, esclavos de Dios, hermanos de Cristo —el Hijo primogénito de Dios—, miembros de Cristo —la Cabeza del Cuerpo—, participantes de Cristo —el Ungido de Dios—, esclavos de Cristo, sacerdotes de Cristo, co-reyes de Cristo, partícipes del Espíritu Santo y ciudadanos celestiales.

1. Niños de Dios

Quienes han creído en Cristo son niños de Dios. En 1 Juan 3:1 se nos dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos”. Aquí “hijos de Dios” corresponde a “nacido de Él” en 2:29. Fuimos engendrados por el Padre, la fuente de la vida, para ser hechos niños de Dios. Ciertamente ésta es la más grande maravilla que pudiera acontecer en el universo, a saber: que los seres humanos puedan ser engendrados de Dios y los pecadores puedan ser hechos niños de Dios. Mediante un nacimiento divino tan asombroso hemos recibido la vida divina, la vida eterna. Esta vida, obtenida de parte de Dios mediante la regeneración, nos capacita para ser niños de Dios. Esta vida es la autoridad por la cual somos hijos de Dios (Jn. 1:12-13). El Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que quienes alguna vez fuimos hijos del diablo, ahora somos hijos de Dios (Ro. 8:16). Incluso en aquellas ocasiones en las que somos débiles o nos hemos descarriado, todavía está presente en nosotros la profunda convicción de que somos niños de Dios, pues habiendo nacido de Dios somos Sus hijos para siempre.

a. Nacidos de Dios, no de sangre,
ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón

Juan 1:12-13 dice: “A todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Aquí vemos que los hijos de Dios han nacido de Dios, no de sangre, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón. Aquí “sangre” denota la vida física; “voluntad de carne” denota la voluntad del hombre caído después de venir a ser carne; y “voluntad de varón” se refiere a la voluntad del hombre creado por Dios. Cuando llegamos a ser niños de Dios, no nacimos de nuestra vida física, caída o creada, sino que nacimos de Dios mismo, de la vida increada. Que seres humanos lleguen a ser niños de Dios significa que ellos han nacido de Dios, de modo que poseen la vida y naturaleza divinas. Debido a que la regeneración hace que nazcamos de Dios, esto automáticamente nos constituye niños de Dios y nos lleva a tener una relación de vida con Dios.

Ciertamente es un misterio que nosotros hayamos nacido de Dios. Que hayamos sido creados por Dios es algo que comúnmente se admite; pero afirmar que Dios es nuestro Padre y que, por tanto, poseemos Su vida y naturaleza, es una aseveración de gran trascendencia. No obstante, éste es un hecho asombroso: Dios verdaderamente es nuestro Padre. Y Él no es un padre que nos adoptó ni tampoco nuestro suegro, sino Aquel que nos ha dado Su vida a fin de que seamos Sus auténticos hijos en vida.

b. En virtud de recibir al Hijo de Dios
al creer en Su nombre

Los creyentes llegan a ser niños de Dios en virtud de recibir al Hijo de Dios al creer en Su nombre. Juan 1:12 habla acerca de recibir al Señor y también creer en Su nombre. Creer en el Señor Jesús equivale a recibirle. Siempre y cuando podamos exclamar: “Señor Jesús”, desde lo profundo de nuestro ser, esto será prueba de que creemos en Él. Además, si creemos en Él al invocar Su nombre, esto será prueba de que lo hemos recibido a Él. Y puesto que lo hemos recibido a Él, hemos recibido la autoridad de ser hechos hijos de Dios. La autoridad por la que somos hijos de Dios es Cristo mismo como vida para nosotros. En virtud de haber recibido al Señor Jesús al creer en Él, hemos nacido de Dios y ahora somos niños de Dios.


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