Visión la práctica y la edificación de la iglesia como cuerpo de Cristo, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7643-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La mayor parte del tabernáculo consistía de cuarenta y ocho tablas erigidas, las cuales estaban recubiertas de oro. Sobre el oro que las recubría había anillos de oro, y pasando por los anillos de oro estaban las barras de oro (Éx. 26:18-29). Era por medio de este oro que recubría las tablas que todas ellas eran conjuntamente unidas como una sola entidad. Si hubiéramos podido quitar el oro y dejar sólo las cuarenta y ocho tablas, se habrían desarmado inmediatamente. Esto significa que en nosotros mismos no hay unidad. La unidad se halla en el oro que recubre, el cual representa la divinidad, la naturaleza divina. Es en esta divinidad, en el Dios Triuno como oro divino que recubre, que somos cubiertos y conjuntamente unidos. Este tipo nos presenta un cuadro claro. No es posible que seamos uno con los demás en nosotros mismos. Sólo somos tablas de madera. En nosotros no se halla el elemento que nos une. El elemento que une es el oro, la naturaleza divina. Por lo tanto, debemos ser recubiertos por, con y en el Dios Triuno. En el Dios Triuno está el poder que une. Los anillos de oro y las barras también representan el poder que une, el cual se halla en la naturaleza divina. Cuando Cristo nos posee y hace Su hogar en todas las partes de nuestro ser, Él llega a ser nuestra unidad. Sólo Cristo es la unidad, y todos somos uno en Él. Juan 17:21 dice: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros”. Somos uno “en Nosotros”, es decir, en el Dios Triuno.
El secreto de la unidad se realiza primeramente en nuestro espíritu, nuestro hombre interior, y luego en nuestra alma. Nuestro hombre interior tiene que ser fortalecido, y nuestra alma necesita ser subyugada, renovada, captada, ocupada y poseída por el Cristo que mora en nosotros. Entonces Cristo será liberado y estaremos bajo Él y en Él. Es por medio de este Cristo que mora en nosotros y es liberado que somos uno. De esta forma podemos tener la vida de iglesia.
Todos debemos traer estas cosas al Señor y pasar algún tiempo con Él para orar por este asunto. Creo que un día el Señor abrirá nuestros ojos para que veamos esto de forma clara. Estas cosas son hechos espirituales, pero pocas personas las han aprehendido. Los incrédulos no las pueden aprehender ni tampoco hay muchos creyentes que las aprehenden; de otra forma no habría necesidad para que el apóstol orara en Efesios 3. Él oró por nosotros con miras a esto, y nosotros también debemos orar por esto.
Luego de su oración en Efesios 3, Pablo procede al capítulo 4. La primera parte de este capítulo revela la manera apropiada de practicar la vida de iglesia. Hoy día oímos muchas voces que dicen diferentes cosas acerca de la iglesia, pero muchas personas han olvidado Efesios 4. En el corto pasaje que abarca los versículos del 1 al 16, el apóstol, bajo la inspiración del Espíritu Santo, escribió algo muy profundo. Todos los aspectos de la vida de iglesia están aquí. Muchos de los que hablan acerca de la vida de iglesia hoy día han descuidado y olvidado esta porción de la Palabra. A fin de practicar la vida de iglesia, necesitamos entrar en la realidad de todos los asuntos principales, los puntos principales, acerca de la iglesia hallados en Efesios 4.
Pablo comienza, diciendo: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego” (v. 1a). Pablo comprendió que él era un prisionero, no meramente en una prisión sino en Cristo. Él estaba encarcelado en Cristo. A fin de tener la vida de iglesia, debemos ser un prisionero en Cristo sin libertad alguna en el yo. Tenemos que perder nuestra libertad para ser encarcelados por Cristo. La iglesia es una “cárcel” para nosotros. Debemos ser encarcelados en el Señor en la iglesia.
Pablo continúa, diciendo: “Que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos los unos a los otros en amor, diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (vs. 1b-3). Cada vez que hablemos acerca de la práctica de la vida de iglesia, debemos recordar que lo primero que necesitamos es guardar la unidad del Espíritu. Esto requiere que nos olvidemos de todo lo demás. La tercera estrofa del himno tradicional “Firmes y adelante” en el inglés original dice: “Uno en fe y doctrina, uno en caridad”. Esto no es un concepto exacto. Los cristianos nunca podrán ser uno en doctrina. Si alguien tiene cierto entendimiento acerca de una porción en particular de la Biblia, él podría aferrarse a esa porción sin importarle la unidad. Muchos cristianos insisten en bautizar por aspersión, algunos insisten en una sola inmersión y otros insisten en hacer tres inmersiones. Algunos sumergen en agua templada, otros lo hacen en agua fría, y aun otros bautizan de otras formas. Respecto a este único asunto hay muchas opiniones. A fin de tener la realidad de la vida de iglesia debemos olvidarnos de la doctrina. Si le prestamos atención a la doctrina, podríamos llegar a ser una iglesia “de tres inmersiones”. Alabado sea el Señor, el Espíritu está en usted y en mí, así que todos somos uno en el Espíritu. Por lo tanto, es mejor cantar la línea citada anteriormente así: “Uno en fe y Espíritu, / Uno en el Señor” (Himnos, #394).
Me preocupa que nos aferremos a algo que no sea un elemento de la fe que salva o de la unidad del Espíritu. Algunos creyentes tienen su asunto preferido, un asunto que aman. En un sentido, están adictos a ese asunto. Algunos, por ejemplo, están “adictos” a hablar en lenguas. Si oyen a alguien que habla en lenguas, ellos no consideran si ello es genuino o falso. En el mismo principio, nosotros también podríamos tener algo a lo cual estamos adictos. Cualquier cosa a la que alguien esté adicto es un elemento divisivo. Podría parecernos que él es uno con los demás, pero aún hay algo en su interior que lo divide y lo mantiene alejado de los demás. Él podría venir a las reuniones, pero en su interior él no es uno. Algo dentro de él divide de manera secreta y sutil.
El Señor puede testificar que por Su misericordia siempre hago todo lo posible por olvidarme de todo lo demás a fin de guardar la unidad del Espíritu. Cuando algunos queridos santos trajeron panderetas para tocar en las reuniones, ello no me molestó. Aunque no prefiero esto, no insistí en que no las tuviéramos. Les dije a los hermanos: “Siempre y cuando adoren a Dios, conmigo está bien. Permítanles tocar la pandereta”. Sin embargo, aquellos queridos santos finalmente insistieron en su práctica de manera divisiva, y ahuyentaron a otros. No debemos tener nada en nosotros que sea un elemento divisivo. La práctica de la unidad expone dónde estamos. Los problemas que hemos enfrentado en Los Ángeles por los pasados dos años y medio se deben a que algunos queridos santos insisten en algo aparte de la unidad del Espíritu. Debemos preocuparnos por guardar la unidad del Espíritu y nada más. Si alguien dice que el Señor Jesús no es el Hijo de Dios, deberíamos sacrificar nuestras vidas para luchar por la verdad, pero si alguien desea tocar la pandereta en la reunión, sencillamente deberíamos decir: “Hermano, si siente la libertad de hacerlo, hágalo, pero por favor también tome cuidado de los demás”. Si tocan o no la pandereta es insignificante. Tenemos que olvidarnos de todo lo demás y guardar una sola cosa: la unidad del Espíritu.
Los versículos del 4 al 6 nombran todos los elementos de la unidad —un Cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Padre—, es decir, el Dios Triuno que mora en nosotros para hacernos un Cuerpo. El Padre está en el Hijo, el Hijo está en el Espíritu y el Espíritu está en nosotros (Jn. 14:11; 1 Co. 15:45; Ro. 8:9, 11). Ahora somos un solo Cuerpo, el cual es la verdadera mezcla del Dios Triuno con el hombre. Somos uno en todos los asuntos anteriormente mencionados. No hay argumento alguno acerca de estos asuntos; debemos aferrarnos a ellos. Guardar la unidad del Espíritu es el primer aspecto en la práctica de la vida de iglesia.
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