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Levantarnos para predicar el evangeliopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-8726-2
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EL PODER DEL EVANGELIO

Para muchos que están en el movimiento pentecostal, el poder del evangelio se relaciona principalmente con hablar en lenguas, la sanidad divina y echar fuera demonios. Sin embargo, la Biblia no dice esto. En 1932 comencé a prestar atención al asunto de hablar en lenguas. Luego, en 1936 asistí personalmente a reuniones pentecostales por más de un año y hablé en lenguas con ellos. Después de eso sentí que no tenía gusto por esto y no sabía qué pensar acerca de ello. Acudí nuevamente a la Biblia y dediqué más tiempo a estudiar este asunto de hablar en lenguas. Descubrí que la Biblia no dice que hablar en lenguas, la sanidad divina y echar fuera demonios son el poder del evangelio. El libro de Hechos nos muestra específicamente que cuando los apóstoles predicaban el evangelio, ellos sacaban su poder del Espíritu de Dios y la palabra de Dios por medio de su oración y al hablar la palabra de Dios. He estudiado este libro por muchos años, y cada vez veo más claramente que el poder del evangelio yace en dos elementos —el Espíritu de Dios y la palabra de Dios— y también yace en dos asuntos, que son la oración y el hablar la palabra de Dios.

El libro de Hechos menciona tres veces que la palabra de Dios “crecía” (6:7; 12:24; 19:20). La Biblia revela que la palabra de Dios es la simiente de vida (1 P. 1:23-25). Puesto que esta simiente es viviente, una vez que es sembrada ella crece, aumenta y se propaga.

Hablando en un sentido esencial, el poder del evangelio es el Espíritu de Dios y la palabra de Dios. Sin embargo, de parte nuestra, necesitamos hacer algo para cooperar. Hoy en día el Espíritu de Dios está sobre nosotros y la palabra de Dios está en nuestro interior. Lo que deberíamos hacer es orar para que el Espíritu de Dios sea nuestro poder. El Espíritu de Dios es como el aire, y nuestra oración es nuestra respiración espiritual. El aire está aquí, pero si no respiramos, no recibimos el sustento. El Espíritu de Dios está aquí, pero de todos modos necesitamos respirar por medio de la oración. Hechos 1 dice que el Espíritu Santo vendría sobre los discípulos, pero que ellos primero tenían que orar. Con este fin, ciento veinte santos oraron en unanimidad por diez días, y el Espíritu Santo fue derramado. En última instancia, el Espíritu Santo ha sido consumado, pero la oración todavía es necesaria para recibir el Espíritu Santo.

En cuanto a la palabra de Dios, en Hechos 6:4 Pedro dijo: “Y nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra”. Esto indica que la palabra de Dios necesita ser predicada. Por un lado, si no leemos la palabra de Dios apropiadamente, no podemos predicarla. Por otro, si no predicamos la palabra de Dios, no podemos leerla apropiadamente. Podríamos ilustrar esto con la instrucción. Por una parte, una persona no puede ser un maestro a menos que primero sea un estudiante. Por otra parte, quienes son maestros saben que independientemente de cuán bien ellos estudien leyendo libros, meramente estudiar no se puede comparar con enseñar, pues la necesidad de enseñar los obliga a leer minuciosamente. Por lo tanto, a fin de predicar, uno tiene que leer, y cuando uno lee, tiene que predicar.

En el griego perseverar implica continuar sin cesar. Cuando oramos, oramos con el Espíritu; cuando predicamos, predicamos la palabra. Sea que oremos o prediquemos, necesitamos hacerlo continuamente. El Espíritu ya está aquí, pero si no oramos, Él no se moverá; en cuanto oramos, Él se mueve. Orar es dar lugar a que el Espíritu actúe. Los pentecostales parecen decir que una persona puede recibir al Espíritu sólo al hablar en lenguas, recibir el bautismo espiritual y rodar por el suelo o saltar. No debemos prestar atención a sus enseñanzas erróneas. Yo hice algunas de estas cosas, y después de estar en la obra del Señor por más de cincuenta años, puedo testificar que lo que ellos afirman es completamente incorrecto.

LA HISTORIA DEL ESPÍRITU SANTO

Nuestro Dios Triuno hoy ha pasado por todos los procesos y ha completado todo lo que era necesario hacer. Él completó la creación y también pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante consumado. Él es el Espíritu esencial y también el Espíritu económico. Él está en nuestro interior como Espíritu de vida y también está fuera de nosotros como Espíritu de poder. Este Espíritu todo-inclusivo e inconmensurable es nuestro Dios Triuno. Gran parte del cristianismo cree que el Padre está en el trono, el Hijo está sentado a Su diestra y que sólo el Espíritu Santo viene a nosotros. Aunque en un sentido doctrinal pareciera ser de este modo, realmente en nuestra experiencia el Padre, el Hijo y el Espíritu son el único Espíritu. Él es nuestro Redentor y nuestro Salvador; Él es el Espíritu consumado todo-inclusivo. Él está aquí mismo y Él está en nuestro interior.

Ustedes los jóvenes son tan bendecidos de llegar a conocer estas verdades. Hoy en día el Dios Triuno es el Espíritu todo-inclusivo que mora en ustedes. Pueden orar a Él y contactarle. Él es el Espíritu maravilloso. Cuanto más ustedes lean Su Palabra, consideren Sus obras y prediquen Su palabra, más creerán en Él. Es al orar con sinceridad que pueden contactar al Dios Triuno maravilloso que mora en ustedes. Una vez que oren, el viento soplará sobre ustedes. Cuando el viento viene, llega a ser la nube a fin de cernirse sobre ustedes como una gallina que empolla a sus polluelos. En cuanto la nube se cierna sobre ustedes, tendrán el ardor en su interior. Muchas veces ustedes podrían pensar que son muy inteligentes y racionales, pero en cuanto el fuego comience a arder, estarán fervientes y se volverán “locos”.

El ardor del fuego los purificará de sus pecados, con lo cual hará que ustedes confiesen, reconozcan, que son verdaderamente corruptos porque hacen cosas tales como contestarles a sus padres, arrojar sus palillos chinos por enojo y perder la paciencia. En cuanto confiesen, más y más exposición experimentarán. Podríamos usar como ejemplo limpiar la casa. Podríamos pensar que la casa está limpia, pero en cuanto comencemos a limpiar, descubriremos que hay polvo en todas partes y parece ser imposible limpiarla por completo. Quizás no pequemos, pero puesto que vivimos en un mundo que está lleno de maldad y suciedad, no podemos evitar ser contaminados. Independientemente de cuán frecuentemente nos hayamos lavado nuestras manos, cuando las limpiamos con un pañuelo, el pañuelo queda sucio. No tocamos pedazos de carbón, pero cuando limpiamos la mano con el pañuelo varias veces, éste se vuelve negro. Por ende, no debemos pensar que no tenemos pecado alguno. De hecho, nuestros pecados son tan numerosos como los granos de arena en la costa del mar. En cierta ocasión yo confesé de esta manera; mientras más confesaba, más tenía que confesar. Confesé que todas las personas a quienes yo contactaba eran ofendidas por mí y que todo lo que hacía era incorrecto. Aquella confesión tomó una hora.

Aun así, mientras confesamos, inhalamos al Espíritu. Este Espíritu llega a nosotros en calidad de Espíritu esencial y también en calidad de Espíritu económico. Él nos llena interiormente y está sobre nosotros para ser nuestro poder. Podemos recibir poder sin tener que hablar en lenguas. Este poder proviene del viento, la nube y el fuego. El viento, la nube y el fuego proceden de nuestra oración y nuestro disfrute. En cada reunión tenemos que orar con nuestro espíritu y disfrutar al Señor. Esto producirá el viento, la nube y el fuego. Cuanto más ejercitados estemos en nuestro espíritu, más encenderemos el fuego. El resultado será que tanto nuestros recintos universitarios como nuestros vecindarios serán despertados por nosotros.

Hace cuarenta años, yo frecuentemente guiaba a la iglesia a predicar el evangelio en Chifú. Muchas veces cuando predicábamos había un “océano de fuego”; la bola de fuego ardía por todas partes. Ardía al punto que las personas de afuera se decían unos a otros: “Mejor no vayas al piso de arriba donde ellos se reúnen. En cuanto subas allí, no podrás resistir el fuego. Seguramente te envolverá”. Había un poder, una bola de fuego potente que ardía. Este ardor provenía del Espíritu Santo. El Espíritu ya está aquí, pero necesitamos encenderlo por medio de nuestro disfrute y oración. Por lo tanto, en vez de escuchar las enseñanzas erróneas del cristianismo, deberíamos regresar a la Biblia. La Biblia nos muestra que el Espíritu ya ha venido; en la noche de la resurrección del Señor, Él fue infundido en los discípulos mediante el soplo del Señor, y el día de Pentecostés Él vino sobre ellos. Por ende, no hay necesidad alguna de que nosotros roguemos que el Espíritu venga hoy. Más bien, deberíamos orar que el Espíritu arda en nosotros, haciendo así que tomemos medidas con respecto a todos nuestros pecados de modo que Él pueda moverse y operar en nuestro interior.

Cierto colaborador testificó una vez que yo no tengo elocuencia, pero si uno escucha mi predicación, será subyugado. Es cierto que no tengo elocuencia, pero usted no puede resistir mi hablar. Yo sencillamente hablo y usted se rinde. Mi secreto es éste: siempre, antes de liberar un mensaje, si no oro primero me siento incapaz y sin poder, pero en cuanto oro, el fuego es encendido en sólo diez minutos. Tan pronto como el fuego comienza a arder en mi interior, me vuelvo loco y tengo que quemarlo a usted también. Por ende, el poder del evangelio es el mover del Espíritu. A fin de que el Espíritu se mueva, necesitamos orar y disfrutarle. Si no oramos, el Espíritu no tendrá manera alguna de moverse.


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