Práctica de la vida de iglesia según la manera ordenada por Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0247-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En la caída, nuestra vida es una vida de pecado. Romanos 7:14 dice: “Yo soy de carne, vendido al pecado”. La frase vendido al pecado denota haber sido entregados al pecado. El pecado es el comprador, y nosotros fuimos vendidos a él.
Romanos 7:17 añade: “De manera que ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí”. La palabra griega traducida “mora” en realidad significa “hace su hogar”, pues la raíz del verbo significa casa u hogar. Por tanto, este versículo no solamente dice que el pecado permanece en nosotros, sino que incluso hace su hogar en nosotros. Por esta razón, ya no somos nosotros los que obramos el mal, el cual no queremos hacer, sino que es el pecado, el cual hace su hogar en nuestro ser.
Romanos 7:20 dice: “Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. Este versículo es prueba adicional de que nuestra vida en la caída es una vida pecaminosa, una vida diabólica y satánica.
En la caída, nuestra vida también es una vida dominada por la ley del pecado y de la muerte (Ro. 7:23; 8:2). Toda ley denota un poder natural con cierta tendencia y actividad. Toda clase de vida tiene una ley. Por ejemplo, es la ley propia de la vida de las aves la que las lleva a volar, y es la ley propia de un manzano la que le hace producir manzanas. Debido a que toda clase de vida tiene su propia ley, la vida diabólica, la vida de pecado, también tiene su propia ley: la ley del pecado y de la muerte. Pablo se refiere a esta ley en Romanos 7:23: “Veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Aquí la ley de la mente no es la ley de Moisés, sino que es la ley inherente a nuestra naturaleza creada por Dios, una ley que se esfuerza por hacer el bien. Pero la ley del pecado en nuestros miembros siempre está en guerra contra esa ley del bien en nuestra mente y nos hace cautivos a la ley del pecado. La ley maligna libra una guerra contra la ley del bien e invariablemente termina por llevarnos cautivos. De este modo, llegamos a ser cautivos de la ley del pecado que está en nuestros miembros. Esto no es una doctrina, sino la historia de nuestra vida.
En Romanos 8:2 Pablo nuevamente se refiere a la ley del pecado. A fin de que sean impresionados con lo grave que es el hecho de que nuestra vida, en la caída, se encuentre bajo el dominio de la ley del pecado y de la muerte, usaré la palabra ley en frases verbales. La ley del pecado nos rige “legislándonos”; todos hemos sido “legislados” por esta ley. Simplemente nos es imposible escapar este “legislar”, la operación espontánea, de la ley del pecado en nosotros. Según Romanos 8:2, la ley del pecado es también la ley de la muerte. Cuando esta ley rige nuestro ser “legislándonos”, no solamente nos vemos involucrados con el pecado, sino también con la muerte.
Los incrédulos han pasado por la etapa correspondiente a la creación y permanecen en la etapa de la caída; pero los creyentes han sido trasladados a la tercera etapa: la etapa de la salvación de Dios. Esto significa que como creyentes no solamente poseemos la vida humana y la vida satánica, sino también la vida divina, la vida de Dios. Así como Satanás —en la caída— nos inyectó su vida, con lo cual nos unió a él, nos ganó para sí y nos poseyó con todas las maldades propias de su vida, también Dios —en Su salvación— puso Su vida dentro de nosotros, con lo cual nos unió a Él, nos ganó para Sí y nos poseyó con todas las riquezas propias de Su vida. Por tanto, así como el aspecto crucial de la caída fue la vida, también el aspecto crucial de la salvación es la vida. Ahora, además de nuestra original vida humana creada y la vida de Satanás que obtuvimos mediante la caída, también tenemos la vida de Dios.
La vida que tenemos en la salvación de Dios es una vida humana mezclada con la vida divina: la vida eterna. El Evangelio de Juan revela que recibimos la vida divina al creer en el Hijo de Dios (1:12-13; 3:15-16). La vida divina no entra en nosotros para reemplazar nuestra vida humana; más bien, la vida divina se mezcla con la vida humana. Esta mezcla de la vida humana y la vida divina es ilustrada por el injerto de la rama de un árbol en otro árbol. Al realizarse un injerto, dos vidas se unen para después crecer juntas orgánicamente. Debido a que la vida humana fue hecha a imagen de Dios y conforme a Su semejanza, ella puede ser unida a la vida divina y mezclarse con ella. Aunque nuestra vida humana no es la vida divina, se parece a ella. Por tanto, estas dos vidas pueden ser unidas mediante un injerto y crecer juntas orgánicamente. Ésta es la mezcla de la vida humana con la vida divina en los creyentes.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.