Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7893-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El versículo 1 del capítulo 2 dice: “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión de espíritu, si algún afecto entrañable y compasiones”. Respecto a los incrédulos, nosotros les presentamos a Cristo a ellos como evangelio. Sin embargo, respecto a los creyentes, necesitamos tener comunión. A fin de tener comunión con los hermanos y hermanas, necesitamos abrirnos a ellos para permitir que el Espíritu fluya desde nuestro interior, y deberíamos ayudarlos a que se abran a nosotros de modo que el Espíritu fluya de su interior al nuestro. Esto es un tráfico en dos direcciones, un fluir desde nosotros y hacia nosotros.
Muchos cristianos encuentran difícil abrirse, incluso en las reuniones. Por ejemplo, en nuestras reuniones de oración, mayormente son las mismas personas quienes oran cada vez, mientras que ciertos otros están acostumbrados a permanecer en silencio. Durante la oración, yo podría decirle al Señor interiormente: “Oh Señor, abre las bocas y libera los espíritus de más hermanos y hermanas”. No deberíamos estar atemorizados de tener comunión al hablar en las reuniones. En una familia no siempre son los miembros de mayor edad quienes deberían hablar. La familia también disfruta oír a los niños hablar. Los hermanos y hermanas mayores deberían darles la oportunidad a que los más jóvenes abran sus bocas para tener comunión en las reuniones.
El versículo 1 habla de “comunión de espíritu”. Este espíritu es el espíritu mezclado, el Espíritu divino mezclado con nuestro espíritu humano. La clave para abrirnos en comunión y ayudar a que otros se abran es el espíritu mezclado. Cuanto más estemos en nuestra mente y nuestros sentimientos, más estaremos en silencio. Es posible que incluso consideremos que la manera apropiada es permanecer en silencio. Sin embargo, cuanto más rechacemos nuestra mente, consideración y sentimientos naturales, y nos volvamos al espíritu mezclado, más abriremos nuestras bocas para tener comunión. Aun si no sabemos qué decir, al menos podemos decir: “Alabado sea el Señor. ¡Aleluya! ¡Cristo es el Victorioso!”. Incluso es más dulce y refrescante si los más jóvenes entre nosotros alaban al Señor de esta manera. Puesto que yo hablo frecuentemente en las reuniones, a veces prefiero permanecer en silencio para que podamos escuchar algo de los demás hermanos y hermanas. Necesitamos más comunión de espíritu.
Tener comunión significa abrirnos. La comunión es una corriente o un fluir, semejante a la corriente de un arroyo. De nuevo, podríamos ilustrar esto con la electricidad. Hay un tipo de comunión entre las lámparas eléctricas en un edificio, que es la corriente de electricidad que fluye en su interior. Del mismo modo, el Espíritu fluye desde nosotros hacia otros y luego de regreso a nosotros. Por tanto, cuando venimos a las reuniones necesitamos aprender cómo abrirnos a todos y ayudarlos a que se abran a nosotros. Entonces tendremos un manantial que fluye entre nosotros. Este manantial que fluye en el espíritu es la comunión. Necesitamos esta clase de “comunión de espíritu”. Si permanecemos en nuestra alma, la comunión se detiene, pero si nos volvemos al espíritu, de inmediato percibimos el fluir en el espíritu. Entonces cuando seguimos ese fluir en el espíritu para hablar algo unos a otros, estamos en la comunión.
El versículo 3 del capítulo 3 dice: “Nosotros somos la circuncisión, los que servimos por el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”. Como ya hemos visto, necesitamos experimentar a Cristo en cuatro aspectos. En cuanto a nuestras circunstancias, magnificamos a Cristo en cualquier situación. En todo lo que nos suceda, debemos recordar que en nuestro interior está el Espíritu todo-inclusivo que nos suministra todo el tiempo. Es por Él que somos capaces de magnificar a Cristo. Segundo, en cuanto a los incrédulos, predicamos el evangelio al presentarles a Cristo a ellos. Tercero, en cuanto a los creyentes, tenemos comunión de espíritu. Ahora en cuanto a Dios, servimos por el Espíritu. Ésta es la manera de experimentar a Cristo.
En el versículo 3 Pablo nos presenta un contraste entre servir a Dios por el Espíritu y hacerlo por la carne. Según el capítulo 3, Pablo tenía muchas virtudes de las cuales jactarse conforme a la carne (vs. 4-6). Sin embargo, Él aprendió la lección de no servir a Dios por las virtudes de la carne. Él abandonó todos esos asuntos y no dejó terreno alguno para ellos en su servicio a Dios. Más bien, él aprendió a servir a Dios por el Espíritu. Según el contexto de este capítulo, servir a Dios por el Espíritu es un asunto de la vida de resurrección (v. 10). El Espíritu es la realidad del poder de resurrección. Como ya hemos visto, el Espíritu hoy ya no sólo es el Espíritu de Dios; Él es el Espíritu de Jesucristo, que incluye tanto el sufrimiento humano como la resurrección. El poder de resurrección es nada menos que el Espíritu mismo. Adorar y servir a Dios por el Espíritu equivale a adorar y servir en el poder de resurrección, y no en nada natural, en la carne o por nuestro yo. Pablo tenía virtudes en la carne de las cuales podía jactarse, pero él había recibido la visión y aprendido el secreto de renunciar a la carne buena y adorar a Dios sencilla y absolutamente en el poder de la resurrección de Cristo. Éste es el significado de servir a Dios por el Espíritu.
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