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Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7893-2
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El principio de la encarnación consiste en
que el hombre es hecho santo al entrar Dios en él

El principio de la encarnación consiste en que Dios entra en el hombre para mezclarse con el hombre. Por medio de la encarnación, el Espíritu Santo, Aquel que es santo, entra en el hombre, aquel que es común, para hacer santo al hombre. En todo el universo sólo Dios mismo es santo (Ap. 15:4). Por tanto, antes de la encarnación no había nadie santo entre toda la raza humana. Todos los descendientes de la raza de Adán no sólo son pecaminosos, sino también comunes. Dios hace santo al hombre al entrar en el hombre para mezclarse con él y ser uno con él. Por esto, el Espíritu de Dios llegó a ser el Espíritu Santo, Aquel que santifica al hombre y lo hace santo. En siglos anteriores los cristianos consideraban que la santidad era meramente la falta de pecado. Sin embargo, en los últimos treinta años el Señor nos ha mostrado que la santidad es Dios mismo, Aquel que es santo, quien entra en el hombre común para hacer santo al hombre. Ésta es la obra que el Espíritu Santo efectúa.

Cuando el Espíritu divino inspiró a los escritores de la Biblia, Él fue muy cuidadoso y significativo respecto al modo de emplear las palabras, incluyendo los títulos divinos. Hechos 16:6-7 dice: “Atravesaron la región de Frigia y de Galacia, habiéndoles prohibido el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió”. Por un lado, el versículo 6 habla del Espíritu Santo con miras a la predicación de la palabra. Por otro, el versículo 7 habla del Espíritu de Jesús, en quien no sólo está el elemento divino de Dios, sino también el elemento humano de Jesús por el cual los apóstoles podían realizar su ministerio de predicación, un ministerio que era acompañado por los sufrimientos, las dificultades, la pobreza y la persecución. A aquellos que predican, el Espíritu es el Espíritu de Jesús que los capacita para sufrir en la obra, pero para aquellos que reciben nuestra predicación, Él es el Espíritu Santo que trae el evangelio a ellos y que introduce a Dios en ellos. Nuestra predicación del evangelio es la obra que el Espíritu Santo efectúa para introducir a Dios en el hombre. El evangelio vino a los tesalonicenses en el Espíritu Santo, lo recibieron en el Espíritu Santo, Dios les dio el Espíritu Santo y este Espíritu, Aquel que es santo, llevó a cabo la obra de santificación en el interior de ellos para hacerlos santos. Todo esto nos da el entendimiento apropiado del título Espíritu Santo. Este título tan significativo indica que Él es el Espíritu que santifica, Aquel que introduce a Dios en nosotros y quien forja a Dios en nosotros para hacernos santos.

Dios estaba en la eternidad, y un día Él se encarnó a fin de ser un hombre. En esta encarnación el Espíritu de Dios era el Espíritu Santo para introducir a Dios en el hombre a fin de hacer santo al hombre, es decir, santificar al hombre. Luego, Él fue a la cruz, murió, fue sepultado y resucitó. Ahora Él es el Espíritu vivificante que imparte vida al hombre en resurrección. En nuestra experiencia ser hechos santos por medio de la encarnación y mediante la impartición de vida son dos aspectos de una misma cosa. Cuando un pecador recibe el evangelio, él recibe a Cristo en su interior. Esto es una clase de encarnación. Originalmente, él no tenía a Dios; por tanto, él era común y no tenía nada santo en su interior. Al recibir a Cristo, Dios se “encarnó” en él. Recibir el evangelio no sólo es recibir la vida de Dios, sino a Dios mismo. Por medio de la redención de Cristo, Dios mismo entra en nosotros para hacernos santos, es decir, para santificarnos. Además, es por medio del Espíritu Santo que este evangelio es traído a nosotros, y es por este Espíritu Santo que nosotros recibimos el evangelio. Entonces, cuando recibimos el evangelio, Dios nos da el Espíritu Santo para que Él pueda efectuar en nosotros la obra de santificación a fin de hacernos santos.

EL SIGNIFICADO BÍBLICO DE LA SANTIFICACIÓN

Ser libertados del pecado

Como ya hemos visto, las Escrituras transmiten distintos significados mediante los diferentes títulos del Espíritu. En los dos libros de Tesalonicenses, el Espíritu se menciona principalmente como el Espíritu Santo, y Su obra en nosotros se relaciona principalmente con la santificación, que es la obra de hacernos santos como Dios es santo. Ser santos no debería considerarse como meramente estar libres de pecado. En la Biblia ser santos, ser santificados, significa mucho más que esto. Según una lectura cuidadosa del Nuevo Testamento, ser santificados incluye al menos cinco asuntos. Primero, significa ser libertados del pecado. Romanos 6:19 dice: “Así como presentasteis vuestros miembros como esclavos a la inmundicia y a la iniquidad para iniquidad, así ahora presentad vuestros miembros como esclavos a la justicia para santificación”. En este versículo la santidad está en contraste con la iniquidad. Luego, el versículo 22 dice: “Ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. Estos dos versículos dejan en claro que el primer aspecto de la santificación consiste en ser libertados del pecado.


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