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Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-87083-495-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 9 Sección 3 de 5

LA ESFERA DE LA OBRA

La esfera de la obra, a diferencia de la esfera de la iglesia local, es muy amplia. Algunos de los obreros son enviados a Efeso, otros van a Pablo en Nicópolis, otros continúan en Corinto, otros son dejados en Mileto, otros permanecen en Creta, algunos regresan a Tesalónica, y otros prosiguen a Galacia. ¡Así es la obra! Vemos aquí no los movimientos de la iglesia local, sino de la obra, porque los movimientos de la iglesia local siempre están limitados a una localidad. Efeso solamente dirige los asuntos de Efeso, y Roma los asuntos de Roma. La iglesia se limita a asuntos en su propia localidad. No hay necesidad de que la iglesia en Efeso mande un hombre a Corinto ni de que la iglesia en Corinto deje un hombre en Roma. La iglesia de que se habla aquí es local, la obra extra-local. Efeso, Corinto y Roma, son todas la preocupación de los obreros. La iglesia sólo maneja los asuntos en una localidad determinada, pero los obreros de Dios consideran como su “parroquia” la esfera que el Señor les ha delimitado.

NINGUN CONTROL CENTRALIZADO, SINO COMUNION

En la Escritura los obreros fueron formados en grupos, pero eso no implica que todos los apóstoles se hayan agrupado en una asociación y que hayan puesto todas las cosas bajo un control centralizado. Aunque Pablo tenía “aquellos con él”, y Pedro sus asociados, ellos consistían solamente en algunos de los apóstoles, no en todos los apóstoles. La Palabra de Dios no muestra que todos los apóstoles deban unirse en una sola compañía. Es perfectamente correcto que veintenas de hombres, o aun centenares, que han recibido el mismo encargo de Dios, se unan en el mismo trabajo; pero en las Escrituras no encontramos centralización alguna de autoridad para controlar a todos los apóstoles. Hay una compañía de apóstoles, pero no es lo suficientemente grande para incluir a todos los apóstoles. Eso es al estilo de Roma, no conforme a la Biblia.

Las facciones a que se hace referencia en Filipenses 1:15-17; 2 Corintios 11:12, 13, 22-23 y Gálatas 4:17 indican que la obra en los primeros días no estaba centralizada. Si hubiera estado centralizada, esos grupos no hubieran podido permanecer en pie, porque podrían haber sido combatidos eficazmente. Las Escrituras muestran que en la obra divina no hay organización universal ni control centralizado, lo cual explica el hecho de que el apóstol no tenía autoridad para tratar con esos grupos de personas que estaban causando tanta dificultad en las iglesias.

La explicación es ésta: Dios no desea que el poder de la organización tome el lugar del poder del Espíritu Santo. Aunque no hay control centralizado, siempre que todos los obreros sigan la dirección del Espíritu, todo marchará sin problemas y satisfactoriamente, y existirá la coordinación de un cuerpo. Cuando el pueblo cesa de obedecer al Espíritu y trabaja en el poder de la carne, entonces lo mejor es que la obra simplemente se deje desmoronar. Una buena organización a menudo sirve como un pobre sustituto del poder del Espíritu Santo, al mantener unida una obra aun después de que se ha ido toda su vitalidad. Cuando la vida se ha ido de la obra y el andamiaje de la organización todavía la sostiene, se evita su colapso; pero esa es una ganancia dudosa, porque una espléndida organización exterior puede estar cegando a los siervos de Dios a una profunda necesidad interior. Dios preferiría mejor que Su obra fuera descontinuada a que siguiera con esa falsificación de potencia espiritual. Cuando la gloria de Dios se había ido del templo, El mismo lo abandonó a una ruina total. Dios desea que la condición exterior y la interior correspondan, para que en caso de que la muerte invada la obra, Sus obreros puedan advertir de inmediato la necesidad que tienen y en humildad de corazón busquen el rostro del Señor.

Tener control centralizado trae muchos males; facilita que los siervos de Dios desatiendan la dirección del Espíritu, y muy pronto se desarrolla en un sistema papal, convirtiéndose en una gran potencia mundana. En las Escrituras es un hecho que los siervos de Dios son asociados en compañías, pero no en una sola compañía.

Sin embargo, eso no quiere decir que cada compañía simplemente pueda seguir independientemente, sin tener ninguna relación o comunión con las otras compañías. El principio de la unidad del Cuerpo es vigente aquí, igual que en todas las otras relaciones entre los hijos de Dios. En la Escritura no solamente vemos el principio de la “imposición de las manos”, sino también el de dar “la diestra” (Gá. 2:9). Aquél habla de identificación, éste de comunión. En Antioquía fueron impuestas las manos sobre Pablo y Bernabé; en Jerusalén no hubo imposición de manos, sino la diestra de comunión dada a ellos por Jacobo, Cefas y Juan. En Antioquía la esfera que se tenía en mira era una compañía apostólica, y el punto recalcado era identificación; por consiguiente, se les impusieron las manos. Pero en Jerusalén la esfera que se tenía en mira era la relación entre las diferentes compañías apostólicas y el punto recalcado era comunión, así que se les dio la diestra.

Muchos son llamados a laborar para el Señor, pero su esfera de servicio no es la misma, así que sus asociados no pueden ser los mismos. Pero las diversas compañías deben todas estar identificadas con el Cuerpo, sometiéndose al Señor como Cabeza, y teniendo comunión entre sí. No se impone las manos en la relación entre Antioquía y Jerusalén, sino que se da la diestra de comunión. Así que la Palabra de Dios no autoriza la formación de una compañía central; pero tampoco autoriza la formación de varias compañías, esparcidas, aisladas y sin interrelación. No hay un lugar central para la imposición de manos, ni existe solamente la imposición de manos y nada más en ninguno de los varios grupos; pero entre ellos hay también el dar la diestra de comunión el uno al otro. Cada compañía debe reconocer lo que Dios está haciendo con las otras compañías y debe extender la comunión a ellas, reconociendo que también ellos son ministros en el Cuerpo. Según la disposición de Dios ellos pueden trabajar en diferentes compañías, pero todos deben funcionar como un Cuerpo. Ofrecer la diestra de comunión implica un reconocimiento de que otras personas están en el Cuerpo, y de que estamos en comunión con ellos, trabajando juntos en forma interrelacionada, como conviene a miembros activos del mismo Cuerpo. “Como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión...y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión” (Gá. 2:7-9). Las organizaciones inconexas, esparcidas, trastornadas y en discordia unas con otras en la cristiandad, que no reconocen el principio del Cuerpo y no se someten a Cristo como Cabeza y a Su soberanía, nunca encajan en la mente del Señor.


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