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Los de corazón puropor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-2060-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 5 Sección 2 de 4

MANTENER UNA CONCIENCIA SIN OFENSA

Toda persona salva debe mantener una conciencia sin ofensa, pues si no lo hace no tendrá paz interna. Si no mantiene una buena conciencia, no podrá orar adecuadamente. Además, si no mantiene una conciencia sin ofensa, su lectura de la Biblia será insípida y no tendrá poder al predicar el evangelio. Si usted no ha tomado las medidas necesarias para mantener una conciencia sin ofensa, no podrá recorrer la senda que tiene por delante. Todo aquel que ha sido salvo, tiene que pasar por esta etapa si quiere avanzar en el camino. Nuestra conciencia es como una ventana, y nuestro ser es como un cuarto; la luz que el cuarto (nuestro ser) recibe, debe pasar por la ventana (nuestra conciencia). Al principio, dentro de nosotros no hay luz, sino sólo tinieblas; pero nuestra conciencia es como una ventana que permite que la luz entre en nuestro ser.

Antes de ser salvos, nuestra conciencia era como una ventana sumamente sucia manchada de masilla, la cual no dejaba pasar la luz. Como resultado, nuestro ser se encontraba en un estado de absoluta oscuridad. Sin embargo, una vez que somos salvos, el Espíritu Santo entra en nosotros y hace que nuestro ser esté lleno de luz. Entonces, podemos percibir de inmediato que estamos mal. Cuando esto sucede, debemos arrepentirnos y confesar nuestros pecados delante de Dios; y, ante los hombres, debemos tomar medidas con respecto a los pecados que hayamos cometido. Cada vez que confesamos un pecado o tomamos medidas con respecto a algún pecado, quitamos un poco de la masilla que cubre la ventana. Lo maravilloso es que, antes de limpiar la ventana, no nos dábamos cuenta de lo sucia que estaba; así que, cuanto más la limpiamos, más sucia nos parece que está. Una vez que limpiamos la ventana aunque sea un poquito, revolvemos toda la suciedad grasosa que la cubría. Entonces, cuando la luz atraviesa esa ventana, parece que está más sucia que antes. Pero a la postre, la ventana estará limpia.

Sucede lo mismo con nuestra conciencia. Cuando recién fuimos salvos, tal vez creíamos que apenas habíamos cometido unos cuantos errores delante de Dios, pero una vez que comenzamos a confesar estos errores, de inmediato empezamos a descubrir muchos pecados más graves. Con el tiempo, cuantas más medidas tomemos con respecto a nuestros pecados, menos pecados tendremos. Esto es como limpiar una ventana: cuanto más la limpiamos, menos hollín tiene. Como resultado de este proceso, tenemos paz interna y, espontáneamente, se nos hace fácil orar a Dios. Cuando la lluvia salpica barro o arena en una ventana sucia, difícilmente podemos ver algo en el interior de la casa; sin embargo, después de limpiar la ventana, cuando un poquito de arena o barro la salpica, inmediatamente nos damos cuenta de ello. Son muchas las personas que a pesar de haber hecho algún mal, nunca perciben que están equivocadas. Esto prueba que nunca han tomado las medidas necesarias para mantener su conciencia sin ofensa.

LA CONCIENCIA Y LA FE ACTUAN JUNTAS

Todo aquel que quiera avanzar en la senda de la vida divina tiene que mantener una buena conciencia, puesto que la conciencia y la fe actúan juntas. Cuando oramos, necesitamos fe. Orar sin fe equivale a no orar en absoluto. Dios sólo atiende las oraciones hechas con fe, y El no escuchará ninguna oración que no provengan de la fe. Sin embargo, una vez que tenemos algún problema de conciencia, perdemos la fe; y toda vez que haya un agujero en nuestra conciencia, la fe se escapa por él. Es cierto que todavía podemos orar y suplicar, pero si no tenemos fe y nuestra conciencia es insensible, seremos como un neumático que tiene un agujero: cuanto más aire le insuflemos, más será el aire que se escapa y más desinflado estará. En 1 Timoteo 1:19 dice: “Manteniendo la fe y una buena conciencia, desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos”. La tendencia a corromperse que existe en la sociedad, no estaba presente en sus inicios; esto no ocurría en el pasado. Hoy en día, incluso los círculos académicos están saturados de mentiras. Los maestros engañan a sus alumnos, y los alumnos engañan a sus padres. Dondequiera que sea, hay muchas mentiras. Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes. Incluso jóvenes cristianos mienten tanto en su casa como en su escuela. Ellos piensan que les es muy difícil no mentir. Esta es la razón por la cual no realizan ningún progreso en la fe.

Si somos incomodados interiormente al mentir, debemos tomar medidas minuciosas al respecto y no hacer caso omiso de tal sentir. Si le decimos una mentira a alguien y, en consecuencia, no tenemos paz en nuestra conciencia, tenemos que acercarnos a esa persona y resolver esa situación de inmediato, diciéndole: “Lo siento mucho. Lo que acabo de decirle era mentira; no es verdad”. De esta manera, nuestro ser interior estará lleno de luz. Quizás estemos llenos de luz por tres días, hasta que nos enfrentamos con otro incidente y mentimos de nuevo. Tan pronto como esto sucede, debemos obedecer inmediatamente el sentir de nuestra conciencia. Si no lo hacemos, después de tres o cuatro incidentes parecidos, gradualmente nuestra conciencia se hará insensible; y una vez que esto suceda, no sólo diremos más mentiras, sino que haremos cosas aun peores y naufragaremos en cuanto a la fe.

Así pues, me temo que la conciencia de muchos cristianos no pasará esta prueba. Una vez, un predicador me contó algo que él vio una vez cuando fue a visitar a un pastor. Al momento de sentarse, el hijo del pastor se acercó a su padre y le dijo que alguien lo estaba buscando. Entonces este pastor le dijo a su hijo, en presencia del predicador: “Dile que no estoy en casa”. Esto muestra cuán fácil es mentir, ya que la mentira lo resuelve todo. Sin embargo, una vez que mentimos, interiormente nuestra conciencia es cauterizada como con un hierro candente. Si hacemos esto una y otra vez, nuestra conciencia se hará insensible y llegará a estar como muerta. La conciencia de muchas personas no es una conciencia viva sino una conciencia muerta, debido a que han adquirido el hábito de mentir. Un cristiano no podrá orar de manera genuina una vez que haya mentido, ni tampoco podrá orar de modo genuino una vez que se haya enojado. Algunas personas dicen haber visto a cristianos orar inmediatamente después que se enojaron. De cierto, hay personas así, pero Dios nunca escuchará la oración de alguien cuya conciencia se ha hecho insensible. Si una persona no escucha la voz de su conciencia, Dios tampoco escuchará la voz de esa persona. Aquellos cuya conciencia se ha hecho insensible, ciertamente no tienen fe en su oración. Dios no escucha la oración de un mentiroso. Una vez que la conciencia de una persona ha sido corrompida, tiene un agujero o se ha hecho insensible, ella no podrá interpretar el sentir de su conciencia, y Dios dejará de escuchar la oración de esta clase de persona.

PROCUREMOS TENER SIEMPRE
UNA CONCIENCIA SIN OFENSA
ANTE DIOS Y ANTE LOS HOMBRES

En Hechos 24:16 Pablo dice: “Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”. Una conciencia sin ofensa es una que no tiene agujeros o grietas. Si confesamos nuestros pecados ante Dios y tomamos medidas con respecto a los pecados cometidos ante los hombres, nuestro ser interior estará limpio de todo pecado y nuestra conciencia será pura. Sólo podemos servir a Dios si tenemos una conciencia pura. Si anhelamos que nuestro servicio sea aceptado por Dios, tenemos que servir con una conciencia pura. Si nuestra conciencia no es pura, no sólo nuestras oraciones no serán contestadas, sino que no contarán para Dios. La conciencia de algunas personas es como un barco que ha naufragado. Si bien hay quienes no prestan atención a su conciencia, nosotros, quienes somos salvos, jamás debemos pasar por alto aún los errores más pequeños; más bien, debemos tomar medidas minuciosas al respecto. No necesitamos exhortar a la gente a entusiasmarse, puesto que el entusiasmo ciego no será de beneficio alguno. Si deseamos seguir a Dios según la vida divina y anhelamos recorrer la senda que tenemos por delante, debemos ir en pos de El y honrar Sus principios. Si anhelamos servir a Dios y deseamos que nuestro servicio sea de Su agrado, debemos tener siempre la presencia de Dios y debemos estar siempre llenos de luz y tener fe todo el tiempo. De esta manera, podremos experimentar constantemente la luz, la revelación, la vida y el poder. Siempre y cuando hayamos procurado, de manera minuciosa y exhaustiva, mantener una conciencia sin ofensa, seremos capaces de recorrer esta senda de una manera recta y adecuada.


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