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Estudio-vida de Levíticopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6571-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 64 Sección 2 de 3

C. En Levítico: la adoración
y el vivir propios de los redimidos

En Levítico vemos la adoración y el vivir propios de los redimidos. No debemos prestar atención al entendimiento común que se tiene acerca de la adoración. Según el entendimiento común, adorar consiste en postrarse o realizar un servicio con rituales. Sin embargo, esto no es lo que significa adorar según la Biblia. Conforme a la Biblia, adorar denota tener contacto con Dios para disfrutar con Dios de una porción común a fin de tener comunión con Él. En Levítico, la adoración consiste en tener contacto con Dios al disfrutar juntamente con Él de una porción común. Como resultado, tenemos comunión con Él y los unos con los otros en Su presencia. Hacer esto equivale a adorar a Dios.

Por muchos años hemos procurado practicar esta clase de adoración. Pero debo decirles francamente que no hemos tenido mucho éxito. Tal parece que por nacimiento hemos adquirido el concepto de la adoración religiosa. Además, muchos de nosotros fuimos criados en una atmósfera de adoración religiosa y aprendimos esta clase de adoración. Finalmente, la adoración religiosa llegó a formar parte de nuestro ser. Esto nos ha impedido ofrecer la clase de adoración revelada en la Biblia.

En cuanto a la adoración, necesitamos un cambio de concepto. Cada vez que nos reunamos, debemos ofrecer una clase de adoración en la que tengamos contacto con Dios al disfrutar, juntamente con Dios y los unos con los otros, a Cristo como nuestra porción común. Si éste es el entendimiento que tenemos de la adoración, cuando vengamos a una reunión ciertamente compartiremos la experiencia y el disfrute que hemos tenido de Cristo en nuestra vida diaria. Podemos hacer esto alabando, orando o dando nuestro testimonio.

Debemos abandonar la manera religiosa y tradicional de adorar, y practicar la manera bíblica, la cual se describe en las fiestas. En las fiestas no había una adoración religiosa; en lugar de ello, se disfrutaba lo que el pueblo ofrecía a Dios. Ellos disfrutaban estas ofrendas en unión con Dios y los unos con los otros.

Debemos ofrecer una adoración que sea viviente, real y rica en Cristo. Esta clase de adoración requiere que experimentemos y disfrutemos a Cristo todos los días. También requiere que ejercitemos nuestro espíritu para liberar todo lo que hay de Cristo en nuestro espíritu a fin de que podamos compartirlo con los demás santos. En tal adoración, Dios disfruta a Cristo, y nosotros también lo disfrutamos. Éste es un aspecto de la revelación divina contenida en el libro de Levítico.

Supongamos que en una reunión tenemos contacto con Dios al disfrutar a Cristo como nuestra porción común juntamente con Dios y los unos con los otros. Después de tal reunión seremos santos, ya que el resultado de esta clase de reunión es una vida diaria santa. Así, no solamente seremos adoradores santos, sino un pueblo santo que cada día lleva una vida santa. Esto también constituye parte del avance de la revelación de Dios hallada en Levítico.

El avance de la revelación divina que vemos en Génesis, Éxodo y Levítico nos lleva de la creación a la caída y a la redención, y de la redención a la morada de Dios, donde adoramos a Dios al tener contacto con Él mediante Cristo como nuestra porción y al disfrutar de esta porción juntamente con Él y los unos con los otros. Esta adoración redundará en que cada día llevemos una vida santa. De este modo, en Levítico Dios no sólo obtiene una morada sobre la tierra, sino también un pueblo que le adora, un pueblo que tiene contacto con Él y disfruta a Su Cristo como porción común juntamente con Él y los unos con los otros, y que, como resultado de ello, lleva una vida santa que expresa a Dios. Esto ciertamente es un avance en la revelación divina.

II. UNA COMPARACIÓN

Comparemos ahora algunos aspectos que se presentan en Éxodo y en Levítico.

A. Dios habla sobre el monte Sinaí,
y Dios habla en el tabernáculo

Existen algunas diferencias significativas entre Éxodo y Levítico. La primera diferencia que quisiéramos hacer notar tiene que ver con el lugar donde Dios habla. En Éxodo Dios habló sobre el monte Sinaí, un monte desolado; en Levítico Dios habla en el tabernáculo, el cual es un edificio.

A estas alturas debemos preguntarnos: ¿dónde está Dios en el libro de Levítico? En Génesis, en un sentido general, Dios estaba en los cielos. En ocasiones Él venía a la tierra para hacer alguna visita, pero después regresaba a los cielos. En Éxodo Dios estaba sobre el monte Sinaí. En Levítico Dios está en el tabernáculo, en la Tienda de Reunión. En Génesis, Dios estaba en los cielos; en Éxodo, Dios descendió al monte Sinaí y permaneció allí para realizar la obra de edificar Su morada en la tierra. Luego, en el último capítulo de Éxodo, vemos que el tabernáculo fue erigido y que el mobiliario fue colocado dentro de él; finalmente, Dios entró en el tabernáculo para habitar en él. Ahora en Levítico vemos que Dios está en el tabernáculo, que es la Tienda de Reunión, y Él habla en la Tienda de Reunión.

El primer y el último versículo de Levítico indican que el libro entero es una crónica del hablar de Dios. El hablar iniciado en 1:1 tuvo lugar no en los cielos ni en el monte Sinaí, sino en el tabernáculo. Hoy en día Dios también habla en Su tabernáculo, y este tabernáculo es la iglesia. Según el principio que establece la tipología aquí, Dios habla en la iglesia, Su tabernáculo, la Tienda de Reunión. Esta Tienda de Reunión es el oráculo, el lugar donde Dios habla.

En la iglesia, Dios habla continuamente. La medida en que una asamblea es la iglesia —en términos reales y concretos— depende de cuánto Dios habla allí. Si el hablar de Dios no está presente en cierto grupo, es difícil que se le considere una iglesia.

Según la tipología, donde estaba la Tienda de Reunión, allí estaba el hablar de Dios. Los hijos de Israel acampaban en miles de tiendas, pero Dios hablaba únicamente en una sola tienda, una tienda única: la Tienda de Reunión.

La única señal que distinguía a la Tienda de Reunión era que allí Dios hablaba. La tienda y todo su mobiliario era algo que se podía copiar o reproducir, mas no el hablar de Dios. El hablar de Dios no puede ser imitado, copiado ni reproducido. Este mismo principio se aplica hoy en día. En la iglesia hay muchas cosas que pueden ser imitadas, copiadas o reproducidas, pero hay una sola cosa que no se puede imitar: el hablar de Dios. El hablar de Dios es único; dicho hablar depende exclusivamente de Dios y no del hombre.

Supongamos que un día Aarón se molestara con Moisés, quien tomaba la delantera en la Tienda de Reunión, y que, con la ayuda de un grupo de israelitas, hiciera otro tabernáculo. En todo sentido el tabernáculo de Aarón era una réplica del original; los dos tabernáculos eran idénticos en color, materiales, diseño y confección. Si usted hubiera estado allí, ¿a cuál tabernáculo habría acudido: al que erigió Moisés o al que erigió Aarón? Tal vez usted diría: “Yo jamás iría al tabernáculo de Aarón, sino únicamente al tabernáculo de Moisés”. Esta respuesta no sería la correcta. La forma correcta de contestar esta pregunta es decir: “Yo nunca iría a un tabernáculo donde no esté presente el hablar de Dios; únicamente iría al tabernáculo donde Dios habla. De hecho, no acudiría a un tabernáculo, sino a recibir el hablar de Dios. Sin el hablar de Dios, el tabernáculo carecería de todo valor”.

El tabernáculo era precioso no por el oro que contenía; de hecho, había más oro en Egipto que en el tabernáculo. Lo que hacía al tabernáculo precioso era el hablar de Dios. Esto mismo se aplica a la iglesia hoy. La preciosidad de la iglesia es el hablar de Dios o, dicho de mejor manera, el Dios que habla. ¡Alabado sea el Señor porque en la iglesia se encuentra el hablar de Dios! Este hablar es un tesoro para nosotros.


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