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Exhortación amorosa a los colaboradores, ancianos y los que aman y buscan al Señor, Unapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0736-9
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TENER EL CORAZON DE NUESTRO PADRE DIOS,
QUE NOS AMA Y NOS PERDONA,
Y EL ESPIRITU DE NUESTRO SALVADOR CRISTO,
QUE NOS PASTOREA Y NOS BUSCA

Me gusta Lucas 15:1, donde dice: “Se acercaban a Jesús todos los recaudadores de impuestos y pecadores para oírle”. Los hombres rectos y justos no se asociaban con El, pero los recaudadores de impuestos y los pecadores sí. Por eso, los fariseos murmuraron y se quejaron de nuevo. Entonces el Señor les dijo tres parábolas. La primera trata de un pastor que busca una oveja que se le perdió. De cien ovejas, se le perdió una; así que va a buscarla. ¿Por qué fue el Señor a una casa llena de hombres pecadores y deshonestos? Porque entre ellos había una oveja que le pertenecía y había ido a buscarla. La segunda parábola trata de la mujer que enciende una lámpara y barre la casa para buscar una moneda que perdió. La tercera parábola es la narración del hijo prodigo. Cuando el hijo prodigo regresa, en el camino prepara lo que le va a decir a su padre. Preparó las siguientes palabras: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Yo no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de los jornaleros” (vs. 18-19). Mientras caminaba y ensayaba estas palabras, el Padre lo vio. El versículo 20 dice: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó afectuosamente”. El hecho de que el padre le viera de lejos no fue una coincidencia. Desde que el hijo se fue de la casa, el padre debe de haber salido a mirar y esperar su regreso todos los días. No sabemos cuántos días salió a esperar. Cuando el padre lo vio, corrió a él. Esto muestra cómo es el corazón del Padre. El padre interrumpió las palabras que el hijo traía preparadas y les dijo a los sirvientes que trajeran el mejor vestido, un anillo, las sandalias y qué mataran el becerro gordo. Un maestro de la Asamblea de los Hermanos me dijo que en toda la Biblia sólo una vez dice que Dios corrió, y fue en este caso, cuando el padre ve regresar al hijo pródigo. El corrió, y no pudo esperar. Así es el corazón del Padre. En la primera parábola, el pastor es el Hijo; en la segunda, la mujer es el Espíritu, y en esta última tenemos al Padre.

Les digo con toda franqueza que nosotros perdimos este espíritu entre los colaboradores, los ancianos y en los grupos vitales. No tenemos el espíritu compasivo que ame al mundo, a las peores personas. Clasificamos a la gente, y escogemos a los buenos. A lo largo de los años he visto a muchas personas buenas, pero muy pocas de ellas permanecieron en el recobro del Señor. Sin embargo, muchos de los que consideramos malos sí permanecen. Al principio yo también clasificaba a las personas y catalogaba a algunas como malas, pero hoy día muchas de ellas aún están aquí. Si la elección dependiera de nuestros conceptos, ¿dónde estaría la elección de Dios?

La elección depende de Dios, quien escogió a los Suyos antes de la fundación del mundo. La Biblia dice que Dios aborreció a Esaú y amó a Jacob. Si fuera decisión nuestra, no hubiésemos escogido a Jacob, ya que era un hombre indeseable. Nosotros habríamos escogido a Esaú, el hombre recto. Aún en el vientre de la madre, Jacob peleaba, y cuando él nació, se asió del talón de su hermano. Con el tiempo, sus acciones condujeron a Esaú a querer matarlo. Rebeca, su madre, se enteró de esto y envió a Jacob lejos, a la casa de su tío, pero cuando él fue allá, hizo lo mismo; engañó a su tío y obtuvo allí cuatro esposas. Vivió como un bandido. Ninguno de nosotros lo hubiese escogido. Pero la decisión depende de la elección eterna de Dios.

No debemos juzgar a las personas. ¿Quién puede predecir lo que ellas serán? Cuando yo jugaba a los dados a los 18 o 19 años la edad, ¿quién habría pensado que este jugador de dados se sentaría en Estados Unidos muchos años después y predicaría del Señor? ¿Quién me trajo aquí? Cristo, la escalera celestial. El me llevó arriba, a Dios en los cielos, y me trajo a la tierra consigo mismo. La escalera celestial tiene muchos peldaños y Dios no me hizo subir en un solo año, sino en muchos años. Cuando llegué a la cumbre, conocí a Dios, y El me equipó y me envió de regreso abajo. Fui primero a Taiwan, luego a las islas asiáticas del sur, y después vine a este país. Ahora estoy aquí. El pastor en mi pueblo no pensó: “Sé que este hombre es un jugador de dados; no me cae bien, y no quiero esta clase de miembro en mi iglesia”. Por el contrario, me visitó, y un día misteriosamente el Espíritu que busca como la mujer mencionada en Lucas 15, me halló.

¿Por qué le dedico tanto tiempo a este asunto? Porque quiero pastorearlos y hacerlos discipulos basándome en la Biblia para que comprendan esto y cambien sus conceptos. El concepto del Dios-hombre es que Cristo vino a salvar pecadores, especialmente a los peores. El salvó a los “bandidos”, incluso al líder de ellos, Saulo de Tarso. Pablo dijo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15). Pablo podía decir esto porque él había sido el peor pecador, ya que se oponía a Cristo. El se rebeló contra Cristo, pero mientras lo hacía, Cristo lo derribó, lo llamó y lo salvó. Jesús mismo dijo: “Los que están fuertes no tienen necesidad de médico, sino los enfermos ... No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt. 9:12-13). Es por esto que El estuvo entre los pecadores y los delincuentes, comiendo y disfrutando con ellos reclinado a la mesa. Si nosotros perdemos este espíritu, aunque seamos ancianos, colaboradores o servidores, estamos acabados. A esto se debe principalmente que seamos tan estériles y que no hayamos llevado fruto en muchos años. Recientemente un hermano fue a cuidar a una pareja, pero sin este espíritu. El los visitó diez veces cuando mucho y se desanimó. Ya que la pareja no tenía deseo de ver a este hermano, él dijo que era inútil seguir visitándolos. Cuando el pastor Yu me visitaba, a mí no me interesaba lo que él me decía, sin embargo, él siguió viniendo por tres o cuatro meses todas las semanas. Necesitamos esta misma actitud. Debemos cambiar nuestros conceptos. Tenemos muchos pensamientos naturales. Es por eso que necesitamos ser discipulados, pues así tendremos los conceptos divinos, lo que hay en el corazón del Padre y en el corazón del Señor Jesús, quien vino a salvar a los pecadores. No diga que su grupo vital sólo ayuda a los que viven corporativamente, no catalogue a las personas. Nos gusta poner etiquetas a las personas y decimos que los colaboradores pertenecen a la primera categoría, y que los demás están en un nivel inferior. Esto es absolutamente errado. No hay rango entre nosotros. Todos somos personas carnales y del mundo. Hasta el presente soy muy cauteloso no sea que actúe en la carne. Si no fuera cauteloso, todavía viviría por mi vida vieja. Cuando le hablo a mi esposa, debo ser cauteloso; de no ser así, le hablaría en la vida natural y luego tendría que confesar: “Señor, en la manera de hablarle a mi esposa no estuve conformado a Tu muerte. No lo hice en Tu resurrección”. ¿Queridos santos, es esto solamente enseñanzas para nosotros? En 2 Timoteo 4:22 se hace una última recomendación en el tema de la manera de vencer la degradación de la iglesia: “El Señor esté con tu espíritu. La gracia sea con vosotros”. Esto se refiere al Señor Jesús, quien como Espíritu vivificante mora en nuestro espíritu y es la gracia permanente. El permanece siempre en nuestro espíritu como la gracia que disfrutamos. Sin embargo, me he examinado a mí mismo, diciendo: “¿Vivo yo esta vida? ¿Disfruto yo al Señor Jesús cada día y cada mañana como el Espíritu que mora en mi espíritu y como la gracia?” Tengo que reconocer que no. El Señor sabe que cada mañana oro: “Señor, gracias por darme otro día en esta tierra. Quiero vivirte a Ti y vivir, caminar, trabajar y conducirme contigo”. Hago esta oración todas las mañanas, pero ¿vivo con el Señor durante el día? ¿Le hablo a la gente con el Señor; laboro con El o me conduzco con El? En una reunión tal vez le hable al Señor, pero luego al regresar a casa puedo ser otra persona. Tal vez sea reprendido cuando examino si vivo o actúo con el Señor. Esto muestra que estamos muy lejos. Por lo tanto, no debemos clasificar a la gente. No debemos decir que nosotros vivimos al Señor, caminamos y trabajamos con El. No existe esa clase de personas. Algunos pueden afirmar que ellos pueden vivir con otros corporativamente, pero en la práctica no es así. ¿Cómo, entonces, nos atrevemos a clasificar a los demás? Esta clasificación es ofensiva e indica que no tenemos un espíritu apto para cuidar a los débiles, a aquellos que consideramos inferiores a nosotros. Esto también demuestra que no los queremos. La gente frecuentemente me ha dicho que soy un apóstol; pero yo nunca he declarado ser tal. Ni siquiera me considero apto para ser un pastor. Soy igual que los demás santos. Si condenamos a alguno, perdemos la posición para cuidarlo, pues censurarlo no ayuda en nada. ¿Quién en el género humano es digno de ser amado? A los ojos de Dios, nadie es objeto de amor; aún así, Dios nos ama; El ama al mundo. Preferiría no hablarles de esto, pero debo hacerlo porque los amo y deseo pastorearlos.

Después de leer todos estos pasajes de la Palabra, vemos que estamos en un ámbito diferente. Decimos que estamos en la esfera divina y mística, pero en realidad no lo estamos. Nos hallamos en la esfera natural; todavía actuamos en un nivel muy natural. Aunque declaremos que vivimos corporativamente, todavía estamos en la carne, en el viejo hombre. No hemos pasado por la cruz ni hemos sido conformados a la muerte de Cristo. Una cosa es conocer estos temas bíblicos, pero es muy distinto vivirlos. Decir que vivimos para magnificar al Señor por el abundante suministro del Espíritu de Jesucristo está bien, pero ¿tenemos la realidad y la practica de tal vida? Tenemos que admitir que todos estamos en el mismo nivel, con sólo pequeñas diferencias en grado, no importa cuán superior uno parezca frente a otro. Necesitamos comprender esto; entonces no hablaremos tanto. No debemos hablar de otros, pues somos iguales a ellos. Si nos molesta que critiquen, nuestro espíritu nos dirá que nosotros también criticamos, y no nos atreveremos a hablar así. Somos iguales a los demás. Uno puede criticar diez por ciento, mientras que otro critica el quince. Somos lo mismo; pues todos criticamos.

Algunos dicen que cierto hermano no debe ser anciano. Entonces ¿quién debe serlo? Nadie es apto para esa tarea. Debemos humillarnos, ya que el orgullo es el peor enemigo de Dios. El resiste a los soberbios, y a los humildes da gracia (Jac. 4:6; 1 P. 5:5). Si criticamos, perdemos la gracia y en vez de disfrutarla, Dios nos resiste. Todos debemos aprender a pastorear. Esto no significa que porque yo los pastoreo, no necesito ser pastoreado. Yo necesito que ustedes me pastoreen. Todos tenemos defectos y faltas, cada uno los tiene. Por lo tanto, tenemos que humillarnos y buscar la gracia de Dios. Esto fortalece nuestro espíritu para que visitemos a la gente y la cuidemos, sin importar si ellos son buenos o malos. Independientemente de lo que sean, debemos ir a visitarlos y persistir. Según las estadísticas de los testigos de Jehová, ellos tocan seis mil puertas para ganar una persona. Se les exige que hagan esto, pero nosotros no lo imponemos. No tenemos una ley que nos obligue a salir. Sin embargo, estoy tratando de hacer lo posible por ayudar a las iglesias a edificar los grupos vitales, con un espíritu de pastoreo lleno de amor y preocupación para con otros.

Necesitamos tener esta clase de amor e ir a los hermanos que se han enfriado y que piensan que la iglesia los juzga, y hacerles ver que la iglesia no censura a nadie. Al contrario, ella quiere ver que todos regresen. Si todos ellos regresaran, lloraría de agradecimiento ante el Señor. El Señor me es testigo de que yo no juzgo a nadie. No estamos calificados para condenar a nadie. Sin la misericordia del Señor, estaríamos en la misma posición que los santos que no han vuelto. Por lo tanto, debemos amarlos. Todo depende del amor. El rey Salomón dijo: “Pero el amor cubrirá todas las faltas” (Pr. 10:12). Amamos a las personas, a los opositores y a los más rebeldes. Lo digo de corazón. Los amamos; no los aborrecemos. ¿Quién soy yo? No tengo derecho a condenar ni a odiar. ¿Soy acaso perfecto? Aun el profeta Isaías, cuando vio al Señor, dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos...” (Is. 6:5). ¿Quién está limpio? Si criticamos a los demás y decimos algo malo de ellos, no estamos limpios.

ESTAMOS BAJO EL DISCIPULADO DEL SEÑOR
Y NO CONFIAMOS EN NOSOTROS MISMOS

Recientemente hablé de hacer discípulos. Dios quiere que seamos Dios-hombres que estén en la cumbre de la escalera celestial; sin embargo, aun no estamos ni en el primer peldaño. Vivimos mucho en la esfera natural. No obstante, necesitamos ser discipulados para ver cómo el Señor expresó la vida divina al poner a un lado Su vida natural. Expresar la vida divina y despojarse de la vida natural son acciones divinas y místicas.

Con frecuencia los colaboradores y ancianos vienen a mí y me dicen que no pueden tolerar a cierta persona. Nunca les digo qué hacer o cómo tratar a esa persona. Simplemente les digo que no hagan nada. Su condición indica que ellos necesitan ser más conformados a la muerte de Cristo. Algunas veces la gente viene a mí con lágrimas, pero les digo que sus lágrimas no tienen mucho valor. Ellos deben volverse a su lugar y ser más conformados a la muerte de Cristo para expresar la vida divina y negarse a sí mismos. Hoy en día yo estoy más conformado a la muerte de Cristo que en los sesenta años anteriores, pero no me he conformado perfectamente a Su muerte; esta conformación todavía se está llevando a cabo, y aún estoy bajo el discipulado del Señor. Hasta cierto punto aún no soy un Dios-hombre. Frecuentemente durante el día oro al Señor así: “En ciertos asuntos, no me he negado a mí mismo. Mi yo está aún aquí, estoy muy encerrado en mí mismo”. Más de una vez al día hago esta oración. El Señor me está discipulando. Soy un hombre natural del linaje de Adán; no soy del todo un Dios-hombre. Soy “una oruga en el capullo”, y todavía no soy “una mariposa”. Ser discipulados equivale a ser llevados de ser “una oruga” a ser “una mariposa”.

¿Cómo pudo Pedro, un simple pescador, llegar a ser un Dios-hombre? El nunca había visto a un Dios-hombre. Es como si el Señor le hubiese dicho: “Ven y sígueme, te voy a mostrar un modelo de lo que es un Dios-hombre”. Pedro observó al Señor por tres años y medio. Sin embargo, él aún era un hombre de polvo sin el aliento de Dios. Sólo llegó a tener la vida divina el día de la resurrección. Fue entonces cuando llego a ser diferente debido a que el Espíritu le fue infundido. El fue avivado, y vivió en la realidad y en la practica la vida de un Dios-hombre, negándose a sí mismo y viviendo a Dios. De este modo fue discipulado.

Ya hemos visto cómo vive el Dios-hombre, pero no lo suficiente. Pedro lo vio por tres años y medio y le hizo muchas preguntas aun al final de la vida del Señor en la carne. Uno se puede preguntar: “¿Qué es este hombre?” Una vez le dijo al Señor que no lo negaría como los demás, pero el Señor le dijo que lo negaría tres veces y que Satanás lo había pedido para zarandearlo como trigo (Lc. 22:31-34). De esta manera fue discipulado Pedro. El hablaba como un hombre natural. El debería haber dicho: “Señor, yo no soy la excepción. Yo soy igual que todos mis hermanos, y hasta puedo ser más débil que ellos. Señor, ten misericordia de mí y sálvame”. De la misma manera, podemos decir que podemos vivir corporativamente con otros, pero finalmente descubriremos que no podemos. No debemos confiar en nosotros mismos.


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