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Centralidad y universalidad de Cristo, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3968-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 4 Sección 4 de 5

APRENDER A EJERCITAR NUESTRO ESPÍRITU
PARA CONTACTAR A CRISTO

Ahora que hemos descubierto el Lugar Santísimo en nuestro espíritu, tenemos que aprender a entrar en él. Tenemos que aprender a entrar en el espíritu, en el Lugar Santísimo, en el lugar donde encontramos reposo. Es por eso que en el capítulo anterior les recalqué la importancia de ejercitar el espíritu por medio de la oración. Mi intención no era hablarles de la oración, sino, más bien, ayudarlos a ejercitar su espíritu. Si ustedes desean contactar a Cristo, tienen que ejercitar su espíritu. Cada contacto que tenemos con Cristo equivale a una verdadera oración en el espíritu. Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu todo el tiempo, día y noche, a fin de contactar a Cristo. La verdadera oración consiste en que hablemos en nuestro espíritu con el Cristo que vive en nosotros.

Muchas veces me han hecho esta pregunta: “Hermano Lee, ¿podría decirme cuántas veces usted ora al día?”. En realidad, no les sabría decir cuántas veces, pues ¿acaso pueden contar las veces que respiran durante el día? Si pueden hacerlo, me temo que no serían personas saludables. Uno no alcanza a contar las respiraciones de una persona saludable, pues ella respira todo el tiempo. Mientras estoy ministrando a los santos, yo oro en mi interior. No podría ministrar sin tener contacto con Cristo. En ocasiones algunas hermanas se han acercado para preguntarme: “Hermano Lee, yo me enojo con mucha facilidad. ¿Cuál es la mejor forma de controlar mi mal genio?”. Les he dicho que es mejor no tratar de controlar el mal genio. Cada vez que usted esté a punto de enojarse, lo mejor es que tenga contacto con Cristo. Entonces ganará más de Cristo.

Debemos aprender a orar sin cesar (1 Ts. 5:17), no con la mente sino con el espíritu. Mantenga continuamente una conversación viva con Él, el Viviente que está en su espíritu. Él es maravilloso, todo-inclusivo, central y universal; sin embargo, Él es tan pequeño para usted porque Él esta confinado e incluso encarcelado en su ser. Usted lo tiene “en una cárcel” y por ello se ha vuelto tan pequeño en usted. Tenemos que aprender a experimentar a Cristo como Aquel que es central, universal, todo-inclusivo, subjetivo y maravilloso. Es imposible agotar los abundantes aspectos de Su persona.

¿Necesita usted consuelo? Cuando usted tiene contacto con Él tan sólo un poco, recibe consuelo. ¿Necesita recibir aliento? Simplemente contacte a Cristo ejercitando su espíritu, no su mente. A veces ni siquiera es necesario expresar palabras claras; simplemente puede decir: “Oh Señor, oh Señor”. Gima tan sólo un poco de esta manera, y se sentirá animado. ¿Necesita poder? Simplemente tenga contacto con Él y tendrá poder. Él es el Poderoso y el poder mismo. ¿Necesita dones? Tenga contacto con Él. Él es el Dador de los dones. Usted debe valorarlo a Él, el Dador, por encima de los dones. ¿Necesita sanidad? Tómelo como el Sanador, y recibirá sanidad. ¿Necesita sabiduría? ¿Necesita recibir dirección? Simplemente contáctelo; entonces tendrá sabiduría y recibirá dirección. Es muy sencillo; dondequiera que usted pueda respirar, allí puede tener contacto con Él. Él está muy cerca de usted, muy disponible y muy a mano. Él está aún más cerca de usted que el aire que respira, porque el aire está fuera de usted pero Él está en su interior. Aprenda a tener contacto con Él continuamente.

Aprenda a estar siempre delante del Señor. Nunca se aleje de Él. Cada vez que vengan los problemas, las pruebas, las dificultades, las cargas y las penas, contáctelo inmediatamente. Si tiene contacto con Él por un breve momento, si tan sólo lo toca ligeramente, obtendrá el poder, la energía y la fuerza. Él es la universalidad; Él lo es todo. Si usted necesita amor, Él es amor; si necesita paciencia, Él es paciencia; y si necesita humildad, Él es humildad. Simplemente aprenda a tener contacto con Él en su espíritu. Esto es muy sencillo, pero necesitamos practicarlo continuamente.

NEGARNOS AL YO PARA CONTACTAR A CRISTO

Sin embargo, hay algo más de lo cual quisiera hablarles, y ello es la obra de la cruz. Es cierto que Cristo es maravilloso, pero si hemos de disfrutarlo a Él, tenemos que negarnos al yo. Tenemos que repudiarnos a nosotros mismos. Esto es un problema. Por un lado, sabemos que somos aborrecibles a los ojos de Dios, pero, por otro, nos consideramos las personas más encantadoras. Estoy seguro de que en nuestra propia opinión, no hay otra persona en todo el mundo que sea tan buena, amable, humilde y paciente como nosotros. Nos amamos a nosotros mismos y pensamos que somos mejores que los demás. Muy pocos se consideran inferiores a los demás. Así pues, pese a que somos cristianos, todo lo que hacemos, lo hacemos por nosotros mismos. Cuando somos humildes, simplemente somos humildes por nosotros mismos. Cuando venimos a las reuniones, nos mostramos humildes, aun cuando no lo seamos en nuestra casa. Esto es algo que hacemos por nosotros mismos. ¡Cuánto necesitamos negarnos al yo para poder disfrutar a Cristo!

Ahora vemos cuál es la manera de negarnos al yo. Cada vez que vayamos a mostrar amor por otros, tenemos que contactar a Cristo. Tenemos que decirle: “Señor, este yo, este ego, tiene que ser crucificado. Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí. Señor, fortaléceme a no amar por mí mismo, sino a amar por medio de Ti. Ama Tú por medio de mí”. Tenemos que aprender a aplicar la cruz a nuestro yo. Hay muchas enseñanzas y escritos acerca de la cruz, pero se aplica muy poco la cruz al yo. Tenemos que aprender a aplicar la cruz de Cristo a nuestro yo diariamente de una manera práctica. Cuando usted vaya a contactar a cierto hermano, aprenda a contactar al Señor primero, diciendo: “Señor, tengo mucho temor de contactar a mi hermano por mí mismo. Señor, ayúdame a crucificar este ego. Ayúdame a aplicar Tu muerte, Tu obra aniquiladora, a este horrible yo, a este detestable ego. No quiero ni me atrevo a amar a otros ni a relacionarme con ellos por mí mismo. Incluso la mejor acción que hago por mí mismo es muy pecaminosa. Tengo temor de mi yo; estoy temblando. Señor, quiero aprender a vivir por Ti, a amar a otros por medio de Ti, y a ser humilde, paciente, bueno y amable por medio de Ti. Todo lo que soy, todo lo que hago, todo lo que hablo y todo lo que expreso, deseo hacerlo por medio de Ti”.

Debemos aprender la lección de aplicar la cruz a nuestra vida anímica. Nuestro ego, nuestro yo, debe ser sepultado bajo las aguas del Jordán, así como las doce piedras fueron sepultadas en el Jordán cuando los hijos de Israel lo cruzaron (Jos. 4:9). Ya no vivimos nosotros, mas vive Cristo en nosotros (Gá. 2:20). Así como la primera generación de los hijos de Israel murió y fue sepultada en el Jordán, de la misma manera, nuestro ego, nuestra vida natural, murió y fue sepultada mediante la muerte de Cristo en la cruz. Ahora podemos entrar en la buena tierra de Canaán. Si nuestro ego aún sigue existiendo, eso significa que todavía estamos en el desierto, en la tierra al oriente del Jordán.

Aprendamos a aplicar la muerte aniquiladora de Cristo a nuestro ser. En todas las cosas —en el ministerio, en el ancianato, en la administración de la iglesia, en el servicio de los diáconos y diaconisas— tenemos que aprender a negarnos al yo. Si hacemos esto, la buena tierra será nuestra, y las riquezas, el producto de la buena tierra, será sobreabundante. Tendremos un abundante suministro de Cristo que podremos llevar a los hijos de Dios y a la iglesia.

Por consiguiente, hay dos cosas que son muy importantes. La primera es darnos cuenta de que nuestro espíritu hoy es el Lugar Santísimo. Tenemos que ejercitar el espíritu y aprender a entrar continuamente en el Lugar Santísimo. La segunda es ver que tenemos el ego, la vida vieja, la vida natural, el alma, el desierto. También tenemos la carne, tipificada por Amalec en el Antiguo Testamento, que se opuso al pueblo de Dios (Éx. 17:8-16). Puesto que nuestra carne y nuestra vida natural siempre están estorbándonos y frustrándonos, tenemos que aplicar la cruz. Necesitamos primero el espíritu, y luego la cruz. Tenemos que aplicar la cruz a nuestro ego, a nuestra vida natural, a nuestra vida anímica, y entonces podremos estar en la buena tierra y en el Lugar Santísimo. Entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo hay un velo, el cual es la carne, el hombre natural. Éste tiene que ser rasgado; entonces estaremos en el Lugar Santísimo. Cuando usted cruza el río Jordán y su yo queda sepultado allí, entrará en el reposo y disfrutará de la vida resucitada en la buena tierra de Canaán. Disfrutará de las riquezas de Cristo y de la presencia de Dios en el Lugar Santísimo.


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