Testimonio de Jesús, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8269-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En las siete epístolas descritas en Apocalipsis 2 y 3 vemos lo que es la mundanalidad (Pérgamo, 2:13), el judaísmo (la sinagoga de Satanás, v. 9), el catolicismo (Jezabel, v. 20) así como también el protestantismo (Sardis, 3:1). Es ante estas circunstancias que Cristo nos llama a vencer. Debemos vencer la mundanalidad, el judaísmo, el catolicismo y el protestantismo al comer a Jesús. El versículo 7 del capítulo 2 nos dice: “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida”. Comer a Jesús es el camino que debemos tomar. Tenemos que renunciar a todos los ritos judaicos, las ordenanzas católicas, las prácticas protestantes y la mundanalidad. Lo único que tenemos que hacer es comer a Jesús. Deberíamos decirle: “Oh Señor Jesús, no me importan todas esas otras cosas. Lo único que me importa es comerte a Ti”. Ya no estamos bajo los ritos judaicos, las ordenanzas católicas, las prácticas protestantes ni bajo las influencias de los grupos libres cristianos. Antes bien, nos alimentamos de Jesús día tras día. No tenemos ni insistimos en ningún rito, ordenanzas o práctica alguna. Hablando con propiedad, no somos cristianos que gritan ni tampoco somos cristianos silenciosos. Somos simplemente los que comen de Jesús.
Algunas personas se oponen a nosotros principalmente en cuanto a tres puntos. Ellos no están de acuerdo con que Cristo es el Espíritu vivificante, que es necesario que ejercitemos nuestro espíritu invocando el nombre del Señor, ni que seamos mezclados con Dios al comer a Jesús. Esto se debe a que ellos no han tenido estas experiencias. Ellos tienen ritos, ordenanzas y prácticas. Quizás hablen en lenguas y posean la manifestación de los supuestos “dones”. Sin embargo, no conocen a Cristo como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), no saben que Cristo ahora está con nuestro espíritu (Gá. 6:18; 2 Ti. 4:22) ni saben cómo volverse a su espíritu y ejercitarlo para contactar al Señor y disfrutarlo diciendo: “Oh, Señor Jesús” (Ro. 10:12-13; 1 Co. 12:3). Debido a que tales cosas les resultan extrañas, estas personas nos condenan y nos tachan de místicos, un nombre dado a los que buscaban la vida interior en los primeros siglos.
Un hermano me dijo una vez: “Los eruditos cristianos en Norteamérica le dicen a la gente que recurran al Señor que está en los cielos, pero desde que llegó a este país, usted siempre le ha dicho a la gente que se vuelvan a su espíritu. Su enseñanza es diferente de la nuestra”. Incluso insinuó que nuestra enseñanza es “oriental”, lo cual es completamente ilógico. Nuestra enseñanza no viene del Oriente, sino de la Nueva Jerusalén en los cielos. Romanos 8:34 nos dice que Cristo está en los cielos a la diestra de Dios. Sin embargo, el versículo 10 de ese mismo capítulo dice que ese mismo Cristo que está en los cielos también está en nosotros. Cristo está tanto en los cielos como en nuestro espíritu. Podemos ilustrar esto con el ejemplo de la electricidad. La misma electricidad se encuentra tanto en la planta eléctrica como en la habitación donde estamos. Para recibir electricidad no tenemos que llamar a la planta eléctrica y suplicarles: “Por favor, mándenos electricidad”. Más bien, simplemente encendemos la luz porque la electricidad ya está instalada en nuestras casas. Disfrutamos de la electricidad en el momento que encendemos la luz. Sólo soy un hombre pequeño que ha sido enviado para decirles: “No recurran a la planta eléctrica; simplemente enciendan el interruptor de la luz”. Cristo como la “electricidad” celestial está en los cielos, y Él también se ha “instalado” en nuestro ser. Cristo está en usted y también en mí. Lo que nos interesa es el Cristo que está en nuestro ser. Cuando lo necesitamos, no es necesario orarle como si Él estuviese muy lejos en los cielos. Hacer tal cosa sería una insensatez. El apóstol Pablo dice: “El Señor esté con tu espíritu” (2 Ti. 4:22). Por tanto, todos nosotros deberíamos volvernos a nuestro espíritu. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, invocando: “Oh, Señor Jesús”, estamos en el tercer cielo. Éste es el verdadero disfrute de Jesús.
El cristianismo no le ha dado al blanco en cuanto al Cristo que mora en nuestro espíritu. Hay incluso algunos que se oponen a esta enseñanza. El catolicismo enseña a la gente a escuchar al papa, a adorar ídolos y a quemar velas, mientras que el protestantismo enseña a sus adeptos a guardar las enseñanzas tradicionales y doctrinales. Ellos no le dicen a la gente que deben disfrutar del Cristo que mora en nuestro ser y que es el Espíritu vivificante. De hecho, muchos de los que se oponen a nosotros ni siquiera reconocen que hoy Cristo es el Espíritu vivificante. Yo siempre les indico 1 Corintios 15:45, que dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”, y 2 Corintios 3:17 que dice: “El Señor es el Espíritu”. Si Cristo no fuera el Espíritu, ¿cómo entonces puede estar en nosotros? No nos interesan las meras enseñanzas doctrinales, las cuales no aportan mucho; lo que nos interesa es experimentar a Cristo. Llevamos más de veinte años peleando la batalla en cuanto al disfrute que tenemos de Cristo como Espíritu vivificante. La razón por la cual insistimos tanto en Cristo como Espíritu se debe a que si hemos de experimentarlo, tenemos que saber quién es y dónde está Él. Nosotros sabemos dónde está Cristo y cómo experimentarlo. Él es el Espíritu vivificante y Él ahora está en nuestro espíritu.
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