Cristo maravilloso en el canon del Nuevo Testamento, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7796-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el Nuevo Testamento hay dos libros que revelan de manera más clara que Dios es triuno. En el primer libro del Nuevo Testamento, Mateo, vemos cómo Dios se encarnó, nacido de una virgen, para ser un hombre llamado Jesús (1:21-23). El propio Dios llegó a ser un hombre mediante la encarnación. Luego, después de morir y resucitar, llegó a ser el Espíritu (1 Co. 15:45). Es por eso que en el último capítulo de Mateo el Señor les dijo a Sus discípulos que fueran e hicieran discípulos a las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (28:19).
Es entonces que en la Biblia se revela tan claramente el Dios Triuno. Ahora sabemos que el sujeto implícito en la palabra hagamos en Génesis 1:26 se revela en Mateo 28:19 como el Padre, el Hijo y el Espíritu. ¿Significaría eso que hay tres dioses? No, Dios es uno solo, pues Mateo 28:19 nos habla de tres personas pero de un solo nombre. El Señor les dijo que bautizaran a las naciones en el nombre, no en los nombres. Hablando con propiedad, la palabra personas no es la más apropiada para describir al Dios Triuno. Si hacemos demasiado énfasis en la palabra personas, acabaremos con tres dioses. El Padre, el Hijo y el Espíritu son un solo Dios conforme a lo revelado en la Biblia.
¿Por qué debe ser Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu? Como hemos visto en el Antiguo Testamento, esto le permite a Dios relacionarse con el hombre. En el Nuevo Testamento se nos revela además que esto le permite a Dios impartirse en nosotros. El Dios Triuno tiene como meta impartirse en el hombre.
No debemos pensar que el Hijo de Dios sea distinto de Dios mismo; no, el Hijo de Dios es Dios mismo expresado (Jn. 1:1, 14, 18). El Hijo de Dios es la expresión de Dios mismo. Más aún, Dios es el Espíritu a fin de llegar a nosotros y entrar en nosotros. Éste es nuestro Dios Triuno. En el Evangelio de Mateo, la Trinidad se revela claramente no como una doctrina, sino como una impartición. Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu. Ahora Él nos manda que bauticemos a las personas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, esto es, que las bauticemos en este Dios Triuno. El propósito de esto es que Él pueda impartirse en nosotros.
En el Evangelio de Juan ocurre lo mismo. Juan no menciona al Padre, al Hijo y al Espíritu en una sola frase como lo hace Mateo; no obstante, Juan sí menciona al Padre, al Hijo y al Espíritu muchas veces. En este Evangelio el Señor Jesús habla de cómo Él fue enviado por el Padre, y que Él no puede hacer nada por Sí mismo: “No puedo Yo hacer nada por Mí mismo [...] no busco Mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (5:30).
El Señor Jesús también menciona en el Evangelio de Juan que cuando el Hijo habla, el Padre hace las obras: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras” (14:10). ¿Cómo puede uno hablar y el otro hacer las obras? Pero el Señor Jesús dijo que Él habla y que el Padre hace las obras, porque Él y el Padre son uno. ¡Juan 14:10 es un tremendo versículo! Aquí el Señor dice que Él está en el Padre y el Padre en Él. Las palabras que Él habla, no las habla por Su propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Él, hace las obras. En resumen, el Señor estaba diciendo que Él habla y el Padre hace las obras, porque Él y el Padre uno son.
Luego, en el mismo capítulo, el Espíritu también es mencionado: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros” (vs. 16-17). Así pues, vemos que Juan nos habla acerca del Padre, del Hijo y del Espíritu, pero nos dice que Ellos son uno. El Padre está en el Hijo, y el Hijo llega a ser el Espíritu (1 Co. 15:45) a fin de estar en nosotros para siempre. Es por eso que el Señor oró en Juan 17, diciendo: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros” (v. 21).
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